Las últimas películas de Tim Burton muestran que el preciso realizador de Batman Vuelve y El joven manos de tijeras pasa por una etapa de desconcierto. Esta versión de la célebre serie inglesa de traiciones familiares y vampiros, vuelta comedia de costumbres, es un catálogo de lo mejor y lo peor del realizador. La historia del resucitado chupasangre Barnabás Collins que decide ayudar a su familia -y al negocio que la sostiene- tiene varios momentos notables donde el humor es trascendido por la invención y el lirismo (notablemente, la secuencia final, cargada de acción, de violencia, de drama y de romanticismo) y otros donde la pereza manda. Debe de haber sido demasiado grande la tentación de tener un vampiro de 200 años en 1972 y jugar al anacronismo como para resistirla, y el costado circense de Burton encuentra en esos elementos un vehículo para toda clase de chistes, algunos de mal gusto no por lo groseros sino por lo adivinables. Sin embargo, nada de esto es tan notorio en el film como un conservadurismo que, es cierto, Burton siempre tuvo (siempre fue un defensor del amor, la familia, el trabajo y las pequeñas comunidades, incluso disfrazadas de freaks, como se advierte revisando un poco su filmografía) pero que siempre era matizado por la fuerza de lo irracional y lo fantástico. Aquí ese matiz, ese terror que asoma por momentos, es apenas una excusa para el chiste retorcido pero previsible. Quizás Burton haya, finalmente, dejado la infancia. Sería una pena.