Un vampiro perdido en los años ’70
Sin acercarse a lo mejor de su obra, la nueva película de la dupla de Ed Wood puede disfrutarse como lo que es: un divertimento ligero pero simpático, muy entroncado en la estética Burton, que aquí cruza el gótico romántico con el espíritu pop.
Después del desliz que significó Alicia en el País de las Maravillas, Tim Burton y Johnny Depp vuelven a levantar cabeza en Sombras tenebrosas, su propia versión de una telenovela norteamericana de los años ’60 que –a diferencia de las series familiares estilo Yo quiero a Lucy o El show de Dick Van Dyke– tenía la particularidad de contar con un vampiro de protagonista, rodeado de brujas, fantasmas y lobisones. En los Estados Unidos, la crítica más purista atacó el film exhumando las virtudes de aquella serie, que supo crear legiones de fans, entre ellos los niños que entonces fueron Burton, Depp y Michelle Pfeiffer, quien según sus propias declaraciones rogó estar en el proyecto, en homenaje a sus tardes frente a la leche y el televisor. Pero sin el referente de aquella serie, que aquí solamente algunos pocos memoriosos recuerdan, Dark Shadows puede disfrutarse como lo que es: un divertimento ligero pero simpático, muy entroncado en la estética Burton, que era lo que más se extrañaba en su desvaída Alicia, cooptada por esa fuerza del mal que es la Disney Co.
Es verdad, hace tiempo que el director de El joven manos de tijera se alimenta más de materiales ajenos antes que propios: Roald Dahl en Charlie y la fábrica de chocolate, Stephen Sondheim en Sweeney Todd, Lewis Carroll en Alicia... Pero sin ser uno de sus mejores trabajos, Sombras tenebrosas tiene la virtud de unir un poco dos de las vertientes que hacen a la identidad artística de Burton: por un lado, ese costado tan oscuro como naïf que tan bien expresó en la estupenda El cadáver de la novia, una de sus mejores películas de los últimos años; y por otro, el flanco de comedia pop que cultivó particularmente en Marcianos al ataque.
El prólogo del film informa los datos básicos, narrados por su protagonista, Barnaby Collins (Depp). Los Collins partieron de Liverpool hacia América a fines del siglo XVIII y allí prosperaron notablemente: un pueblo entero fue bautizado con el apellido de la familia, que en un risco a orillas del mar construyó un imponente castillo en honor a sus orígenes británicos. Es allí donde el joven Barnaby, enamorado de una lánguida rubia (Bella Heathcote), rehúye los avances de una audaz criada (Eva Green), quien –despechada y aprovechando sus malas artes de bruja– empuja al suicidio a la chica y convierte a Barnaby en un vampiro, para que sufra la eternidad enterrado vivo en las afueras del pueblo.
Pero sucede que casi dos siglos después, en 1972, Barnaby tiene ocasión de escapar del ataúd y se encuentra con que la mansión Collins es una ruina, que sus descendientes no le hacen honor al linaje y que, para colmo de males, su archinémesis también sigue viva y tiene mucho que ver con la decadencia de su estirpe. Y no sólo ella aún está por allí: también su amada inmortal, ahora en la piel de la institutriz de los dos problemáticos pre-adolescentes que llevan su apellido.
Lo mejor de Sombras tenebrosas está sobre todo en su primera mitad, cuando Burton (y Depp) juegan con los anacronismos y con el choque de culturas entre la tradición gótica que Barnaby trae a cuestas y la realidad pop de los ’70 con que se topa, que va desde Scooby Doo y el hippismo hasta la música inolvidablemente melosa de The Carpenters. Además de su palidez y su vestimenta victoriana, Barnaby habla como si sus parlamentos se los dictara Shakespeare, mientras que su rival ha sabido aggiornarse y maneja el pueblo a la manera de una villana de Dinastía.
A medida que el film se prolonga (y 113 minutos parecen demasiados), ese humor va perdiendo eficacia y el fantástico más banal, con apariciones y efectos especiales, le gana la partida al espíritu gótico del comienzo. Pero aun así quedan la magnífica dirección artística de Rick Heinrichs, un fiel acólito de Burton que construye un mundo bipolar, cruza del siglo XIII con el XX, y las actuaciones de un elenco que parece disfrutar mucho de lo que hace. No sólo Depp, que juega con sus manos y sus infinitas uñas como si fuera el Nosferatu de Max Schrek, mientras se escandaliza con un show del mismísimo Alice Cooper (“Es la mujer más fea que he visto”, refunfuña). También está estupenda Eva Green, que hasta ahora apenas si se la recordaba como la coprotagonista de Soñadores (2003), de Bernardo Bertolucci, y que aquí demuestra que es capaz de tomarse la comedia en serio.
Como heredera del imperio Collins y a pesar de que es apodada por su propia hija como “la arpía”, Michelle Pfeiffer paradójicamente no tiene demasiada oportunidad de lucimiento. En cambio, Helen Bonham-Carter, en un papel menor, le saca el jugo a esa psiquiatra que aspira a una cura de rejuvenecimiento basada en la sangre de Barnaby, porque en sus propias palabras, está “cada día menos joven y más borracha”.