La muerte le sienta bien
Tim Burton nunca hizo una película mala. Hizo algunas “menos buenas” y también la remake de El Planeta de los Simios (a la que se reprocha sobre todo su inutilidad y lo poco Burton que pueda ser), pero nunca una mala. Si a veces decepcionan sus films es por lo que se espera de “la nueva de Tim Burton”, y no por otra cosa. Hay quien se irrita con los cantitos constantes de Sweeney Todd y no puede disfrutar sus generosas rociadas de sangre, o quien tiene problemas para digerir la excesiva autoconciencia de El gran pez respecto a la falsedad de las historias; por mi parte, me costó aceptar una versión de Alicia en el País de las Maravillas tan alejada del espíritu del libro de Carroll, pero cuando volví a verla un par de años después me encontré con una película simplemente buena.
Por eso, hay mucho en juego cuando llega “la nueva de Burton”, y Sombras tenebrosas es un estreno especialmente esperado para los enamorados del mundo de Burton que se alegraron al ver un trailer con fantasmas y vampiros. Es que sus monstruos fascinantes y llenos de lirismo están entre las creaciones más preciadas del cine, y producen como plus el milagro de traer el sabor de las películas de otros tiempos -especialmente el expresionismo y el terror de la Hammer- sin que en ellas lo retro sea puro maquillaje, pura estética. Porque esa textura anacrónica siempre va unida a cierta sensibilidad, que incluye una profunda ternura por los monstruos y freaks de la que el cine parece haberse olvidado.
En Sombras tenebrosas, la conjunción de épocas y estilos produce ese clic especial cuando el vampiro gótico Barnabas Collins (Johnny Depp) va a parar a la mansión familiar dos siglos después, en plena decadencia kitsch. El comienzo de la película es un cuento perfecto que muestra, entre el melodrama y el terror, el origen de la maldición de Barnabas, nacido en Inglaterra pero instalado en Maine junto con su familia que se enriquece gracias a una compañía pesquera. Una bruja resentida, un amor trágico y un acantilado contra el que se bate el mar furioso se suman para producir un Barnabas que hasta ahí tiene mucho de Lang y Murnau, más que de la serie Sombras tenebrosas de los '60 en la que se basa la película.
Después, empieza la comedia. La transición entre el siglo XVIII y el presente en los créditos iniciales es tan fluida y deliciosa que ilustra de qué va la película. Porque como la serie televisiva que la inspiró (en la que el desfile de freaks incluía vampiros, hombres lobo, brujas, zombies y viajes en el tiempo), el signo de Sombras tenebrosas es la mezcla, y el contraste aprovechado de mil maneras entre un gótico intenso, dramático y tormentoso y un 1971 más relajado, cool, con The Carpenters y psicoanálisis y pastillas. Ese choque da lugar al humor más adorablemente bobo que pueda imaginarse, pero no a la parodia: Burton jamás hizo parodia porque cree demasiado en lo que toma del pasado, como se ve en el amor con que usa en la película al antiguo y querido fantasma-sábana, que es pura infancia.
Pero aunque Barnabas Collins ame a la chica frágil de gigantes ojos azules que perdió en otra vida, el plato fuerte de Sombras tenebrosas es su batalla a muerte con Angelique (Eva Green), la bruja que lo condenó a matar para comer y que después lo enterró muerto-vivo. Angelique es un personaje maravilloso porque después de todo es una amante despechada y tiene sus razones, y eso la vuelve una villana entrañable a la que Green le da una forma tan plástica que por momentos parece un personaje animado, como aquellas muertas sexys que eran Goldie Hawn y Meryl Streep en La muerte le sienta bien. Al revés que en Depp (que de todas formas arma su personaje con movimientos super atractivos de las manos), en ella se aprecia lo mucho que rinde un poco menos de maquillaje y más de movimiento. Y un poco de maldad también, porque después de todo eso es lo que logra Burton: que haya alegría y una profundad humanidad en ser un freak, con una historia donde el que no está loco o es un monstruo, que tire la primera piedra.