Sombras tenebrosas
Los mundos de Burton
En su mejor versión, el cine de Tim Burton plantea desafíos muy interesantes para el ejercicio interpretativo de la crítica y el público: ¿Dónde debemos encuadrarlo? ¿Qué categorías se pueden utilizar para pensarlo? Ese universo dark de fantasía desbordante, cuya originalidad finca en gran medida en su capacidad para integrar diversos elementos de la industria cultural norteamericana con la historia misma del cine mundial, se encuentra a años luz del universo independiente estadounidense, aunque tampoco se puede encuadrar sin más en Hollywood. Como Quentin Tarantino a su modo, Burton es una rareza para la industria: sus obras desafían los cánones heredados mediante la profundización de sus dictados hasta el extremo, logrando que los sentidos originales se transformen en otra cosa, revelando sus costados absurdos, ridículos, frívolos o incluso siniestros. Hay, por supuesto, ciertas constantes en sus obras, que se destacan en aquellas que presumimos más personales: la reivindicación de la diferencia (o de los diferentes), la preocupación por los núcleos familiares y las pequeñas comunidades, la voluntad por dar vuelta ciertos prejuicios instalados sobre las minorías sociales o culturales, la apuesta decidida por el cine fantástico (y su costado místico/irracional).
Algo de todo esto vuelve en Sombras Tenebrosas, el nuevo filme del director estrenado en las salas comerciales cordobesas, que nos restituye parte del Burton que se había perdido en la versión Disney de Alicia en el país de las maravillas, un verdadero despropósito que confirmó los peligros que acechan a su filmografía. Gótica y pop al mismo tiempo, descaradamente romántica y filosóficamente trivial, Sombras Tenebrosas es entonces un regreso a las fuentes, aunque un regreso que muestra achaques y falencias que se han vuelto reiterativos en su cine. El comienzo es imponente: en grandes (y deslumbrantes) travellings cenitales, Burton nos introducirá a un pueblo de fantasía de la pujante Norteamérica de fines del siglo XVIII, donde los padres de nuestro protagonista harán fortuna en la industria pesquera. Tanto, que se construirán un majestuoso castillo en la cumbre del acantilado que lo bordea. Pero esa fortuna tendrá su contrapeso en la vida de Barnabas Collins (Johnny Depp, eficiente como de costumbre), joven heredero de la familia que vivirá un amor fogoso pero transitorio con una criada (Eva Green), tan bella como rencorosa: apenas se vea reemplazada por otra (Bella Heathcote), lanzará una maldición sobre Barnabas que lo convertirá en vampiro. No sólo eso, también matará a su verdadera amada y enterrará vivo al mismísimo Barnabas en el bosque del poblado. Casi 200 años después, el vampiro despertará en 1972 con el hipismo en pleno auge y su estirpe casi en ruinas: sus descendientes son una típica familia disfuncional más acorde a nuestros tiempos, compuesta por una matriarca ya cansada del hogar (Michelle Pfeiffer), su hermano intrascendente (Henry Lee Miller) y su hijo David (Gulliver McGrath), una adolescente conflictuada (la ascendente Chloë Grace Moretz) y una psicóloga alcohólica (Helena Bonham Carter). Además, llegará una joven institutriz que es idéntica al gran amor de juventud de Barnabas, pero también seguirá viva aquella bruja que lo condenó al encierro, ahora convertida en la gran empresaria del pueblo, decidida a continuar su venganza.
Basada en una popular serie televisiva de la época, Sombras tenebrosas es esencialmente una comedia, que funda la efectividad de su propuesta en el desfase que experimenta su protagonista en el mundo moderno y por supuesto en el particular universo burtoniano, aquí renovado en su costado dark, kitsch y fantástico. Habrá un enfrentamiento a muerte entre las partes, pero el suspenso será intrascendente hasta el momento de definición del drama: en todo caso, los problemas aparecerán con el agotamiento de la propuesta inicial. Cuando Burton se queda sin ideas, la apropiación (por ejemplo, el personaje de Depp se inspira en el Nosferatu de Murnau) dejará lugar al homenaje (desde series de la época a La muerte le sienta bien) o la parodia (como a Crepúsculo): el humor se volverá redundante y convencional (ver la escena de sexo con Eva Green), y la propuesta comenzará a apelar a los golpes de efecto. La misma puesta en escena perderá complejidad con el correr del metraje, aunque el excepcional trabajo en la construcción de época y los decorados se mantendrá incólume: si la narración flaquea, aún nos podremos maravillar por momentos con la magnificencia de ese mundo híbrido que sigue llevando el sello de Burton.
Por Martín Iparraguirre