Burton se vampiriza a sí mismo
¿Habremos creado un monstruo? ¿Hemos elogiado tanto a Tim Burton, festejado sobremanera sus ocurrencias, que ahora se la creyó demasiado? ¿Hemos convertido sus errores en virtudes, llevándolo directo a caer en su propia trampa? Ya nos pasó un poco (aunque cueste reconocerlo) con realizadores como Terrence Malick, M. Night Shyamalan o Woody Allen, que no han perdido su interés, pero a los que tanto consenso en determinados momentos de sus carreras los terminó llevando a girar sobre sí mismos.
Hay un tipo dentro de esta historia al cual se le puede reconocer cierta coherencia y que seguramente no está sorprendido, sino incluso diciendo, casi socarronamente “¿vieron que les dije?”: es Mex Faliero, quien ya venía tratando de amargarnos la fiesta burtoniana sosteniendo que el cineasta no había hecho algo realmente interesante y original desde La leyenda del jinete sin cabeza y que El extraño mundo de Jack (de la cual, vale la aclaración, Burton sólo es autor de la idea original y productor) estaba absolutamente sobrevalorada. Maldito hereje, algo de razón quizás tenía.
Porque uno ve Sombras tenebrosas y no puede evitar la sensación de que algo se repite en esta historia sobre un hombre, Barnabas Collins (Johnny Depp), maldecido y convertido en vampiro por una amante despechada, que consigue salir de su encierro de siglos en un ataúd, despertando en plena era hippie y tratando de acomodarse a los nuevos tiempos, que incluyen la decadencia de su estirpe familiar. Es cierto que Burton no se muestra perezoso desde la superficie formal: el film posee múltiples referencias estéticas y estilísticas a los films de terror de la factoría británica Hammer, el expresionismo alemán, el romanticismo, la música y el cine de los setenta, incluso la serie de culto que sirvió como material de base. Sin embargo, esas citas no sirven como medio de apuntalamiento de una narración ágil y dinámica, sino que terminan siendo el fin en sí mismo, siendo la película apenas un envase de guiños, sin nada realmente tangible para ofrecer.
Burton se olvida de algo muy importante, como son los personajes, de los cuales es difícil explicar y justificar sus motivaciones y/o acciones. Desde el inicio, Sombras tenebrosas debe recurrir a la voz en off para explicar los sentimientos de los protagonistas. Y después, emociones poderosas como el odio, la pasión, el amor, la frustración, el dolor, son explicitadas a través de los diálogos, por los mismos que los sienten o por otros, casi como psicólogos sociales. Por eso se transmite la impresión de que el relato avanza decidiendo arbitrariamente lo que sienten los personajes: unos se enamoran, otros se atraen, otros se detestan, otros no se entienden, básicamente porque sí, porque lo dispuso el guión de Seth Grahame-Smith.
En base a eso, en Sombras tenebrosas no tenemos un conjunto de personajes, sino apenas un elenco, un gran cast desperdiciado. Barnabas nunca causa real empatía y sólo se conecta con el público a través de los chistes que lo presentan como un ser fuera de época, dependiendo además en exceso de la simpatía de Depp; Angelique Bouchard, la villana que encarna Eva Green, acciona siempre fuera del tiempo correcto, sin timing, sin la real iniciativa que debería transmitir; la búsqueda una figura paterna por parte de David Collins (Gulliver McGrath) nunca adquiere suficiente dramatismo; y en cuanto a Roger Collins (Jonny Lee Miller), Carolyn Stoddard (Chloe Moretz) y Victoria Winters/Josette duPres (Bella Heathcote) aparecen y desaparecen de la pantalla (e incluso vuelven a aparecer) sin demasiado justificativo. Solamente se salvan un poco Elizabeth Collins Stoddard (Michelle Pfeiffer), con su aire de autoridad matriarcal heredada de la tradición familiar, y la Dra. Julia Hoffman (Helena Bonham Carter), quien usa la supuesta racionalidad médica como trampolín al alcoholismo y la añoranza por la juventud. En consecuencia, la historia sobre una familia combatiendo sus demonios internos y externos, nunca sale realmente a la luz.
Sombras tenebrosas, muy pegada al tropiezo narrativo que significó Alicia en el país de las maravillas, obliga a hacerse preguntas incómodas: ¿la historia de amor de El extraño mundo de Jack, con su importancia en la trama, no carecía de espesor? ¿No abusaban Charlie y la fábrica de chocolate o El gran pez de una sensiblería un poco barata pero de alto impacto, combinándola con bajadas de líneas demasiados obvias? ¿Ya empezaba Burton a repetirse en El cadáver de la novia? ¿En Sweeney Todd: el demoníaco barbero de la Calle Street no empezaban a surgir llamativas dificultades en cuanto a la configuración del relato?
Aún así, con todas estas dudas negativas que brotan, no está mal recordar quién fue y es Tim Burton: el creador de ese fenómeno de la naturaleza llamado Beetlejuice; el que introdujo una versión oscura y retorcida de Batman; el que pensó las superficies de la sociedad de los suburbios combinándola con los cuentos de hadas en En el joven manos de tijera; el que pensó los paradigmas cinematográficos en Ed Wood; el que reflexionó sobre la confrontación de los discursos científico y mágico en La leyenda del jinete sin cabeza. Estamos hablando de un gran cineasta, por más que evidencie una crisis creativa, que muchos siguen empeñándose en no reconocer. La chance de que vuelva a ser él mismo es factible y no está mal tener esperanza, aún en medio de la desilusión.