Una pareja que ha perdido un hijo adopta a un niño adorable -el fantástico Jacob Tremblay, de The Room- pero con un problema: sus sueños se manifiestan en la realidad mientras duerme. A veces en forma de bellas mariposas de colores y a veces, como tremendas pesadillas habitadas por fantasmas.
El niño evita quedarse dormido porque conoce los riesgos de entrar en el mundo de los sueños, asunto transitado por el cine de género. La película, dirigida por Mike Flanagan, el de Oculus, atrapa al poner en escena este problema y ciertas ambigüedades morales que provoca en los adultos a cargo, aunque termina diluyéndose entre formulismos que la opacan.