Hace unos días, exactamente el 14 de noviembre, finalizo en Buenos Aires el 13ª Festival de cortometrajes “Hacelo Corto”, una muestra de filmes realizados por chicos y adolescentes para ellos mismos.
Los espectadores que se asumen en esta situación saben a que atenerse, a que se enfrentan.
Un profesor durante la carrera de cine nos dijo, parafraseando a Clint Eastwood, “el cine no es un juego”, poniéndose en las antípodas de John Houston, quien decía que hacer cine “es un juego en donde no valen las trampas”.
Bien por los chicos que puedan jugar a hacer cine y de esa manera manifestar sus pareceres, sus ideas, pero que sepan que para ellos si es un juego, no es verdaderamente hacer cine. En el orden de lo que se involucra en el trabajo, en la responsabilidad de cada miembro del equipo, que dará cuenta sobre que significa el producto terminado.
Este preámbulo viene a dar plataforma a la posibilidad de análisis de un ejercicio audiovisual realizado por un joven, puesto en función de director porque tuvo acceso a manipular una cámara por segunda vez. Después de haber visto la segunda, agradezco no haberlo hecho con la primera.
Definir “Soy mucho mejor que vos” como un filme sería faltarle el respeto a todas aquellas producciones en las que se nota que hubo un trabajo de equipo, un esfuerzo mancomunado y un responsable con una idea directriz.
Como ejemplo de esto podría citarse la realización paragüaya “7 Cajas”, estrenada este año en la Argentina, con mucho más éxito del esperado, y totalmente justificado, en comparación a lo ocurrido en la función de prensa del filme chileno que por problemas técnicos, saltos en la proyección del DVD, se perdieron en total alrededor de 10 minutos.
Ninguno de los presentes pidió que traten de restituir las imágenes, escenas y secuencias que no se pudieron ver, pues da lo mismo.
Un sujeto que deambula por las calles de Santiago y una cámara que lo persigue registrando lo que hace, con un micrófono grabando lo que dice, que es tan importante como lo que se registra en imágenes, o sea nada. Casi el mismo sentimiento nos produciría si le diéramos la cámara a un chimpancé para que registre a sus compañeros en la selva africana
El personaje, los personajes, cada tres palabras que emiten cuatro son: Cachai, huevon, o weon, merme, barsa (¿Qué significa?, fanático del Barcelona? ¿De cuál? ¿España?, Ecuador?). Idioma español puro, mire, y para colmo el subtitulado era exactamente lo que decían, en función de que poco les podemos entender cuando hablan, pero entre ellos si se entienden, no tienen problemas. Seria algo así como realizar un producción hablada enteramente en lunfardo porteño, y el subtitulado fuese en lunfardo ¿Se entiende?
Lo comparan a Woody Allen porque es muy dialogado, es como querer comparar a Flavio Mendoza con Bob Fosse o Mauricio Wainrot.
Pero eso no es lo peor, lo peor es que la realización es nada, aunque el director, en una entrevista explica, justifica, que quiso retratar la sociedad chilena, lamentablemente ni por casualidad se logra ese objetivo. Como decía Krzysztof Kieslowski, si tengo que explicar algo del filme, eso significa que no funciona, no está bien realizado.
Cristóbal (Sebastián Brahm), el Naza, como lo llaman los amigos de su hijo, que lo trata como se merece un padre de esas características, lleva un tiempo viviendo en la oficina de su mediocre PyME. Su mujer lo abandono, harta del fracaso y las falsas promesas, y se ha ido a España. Cristóbal la espía desde su perfil de Facebook, (grande la tecnología) puteándola a larga distancia. Ella le pide que firme la autorización para dejar que sus hijos se vayan con ella. Él se niega, ni sabe por qué lo hace. Los chicos no viven con él sino con la abuela, y Cristóbal no atiende las llamadas ni de uno ni del otro.
Si se la pasa deambulando por las calles queriendo tener sexo de cualquier manera, y cuando puede concretar huye ¿?
Eso es todo. Una hora y media de un seguimiento por las calles y barrios de Santiago a un personaje rayano a la imbecilidad.
Por favor no le den una navaja.