Ir adonde ya habíamos ido
Nadie va a ir a ver Star Trek: En la oscuridad (Star Trek Into Darkness, 2013) por accidente. Lo harán como fans de la serie original de los ‘60s, o de las 5 películas que se hicieron luego de su cancelación, o de los otros 5 shows que inspiró, o incluso del nuevo canon que arrancó con Star Trek: El Futuro Comienza (2009) bajo la dirección del súper productor J.J. Abrams.
En realidad se trata de una “realidad alternativa” creada dentro del mismo canon en la película anterior, vagamente explicada mediante agujeros negros y viajes en el tiempo. Esto permite, por ejemplo, que Leonard Nimoy (el Spock original) continúe apareciendo a la par del nuevo Spock (Zachary Quinto). La primera película gastó mucho de su precioso tiempo estableciendo este escenario que permitía resguardar el sagrado canon trekkie cuando en realidad lo estaba reiniciando con actores más jóvenes, efectos más nuevos y un presupuesto más abundante. La segunda se beneficia de no tener que darle más explicaciones a nadie, aunque intentar verla sin el conocimiento de la primera puede ser un experimento tortuoso.
La historia y en particular el recorrido de sus personajes está calcado de la primera película: el lozano capitán James T. Kirk (Chris Pine, blanco como siempre) sigue teniendo problemas de autoridad y el gélido Spock sigue incapaz de dejarse llevar por sus emociones. Cualquier enseñanza que les haya dejado la primera película ha sido borrada y olvidada: han de aprender las mismas lecciones una vez más. La pregunta es cómo y a qué costo.
El cómo viene de la mano del nuevo villano, el traidor Harrison (Benedict Cumberbatch, el de la voz meliflua y sepulcral), un acomplejado superhombre cuyos actos de terrorismo remitirán, tarde o temprano, a aquellos del 9/11. Al atacar la federación Starfleet se gana una jurada vendetta personal de Kirk, quien le da caza junto a Spock y compañía a bordo del U.S.S. Enterprise. Le persiguen hasta el sistema Klingon, donde un movimiento en falso podría dar pie a una guerra intergaláctica.
Star Trek: En la oscuridad suma puntos cuando trata sobre la camaradería de la tripulación. Eso hacía la serie original, ¿correcto? Hay un triángulo extraño entre Kirk, Spock y Uhura (Zoe Saldaña), aunque la relación más significante de toda la película es sin duda la de Kirk y Spock. Y de vez en cuando entramos en modo aventura, echamos vistazos a algún que otro nuevo mundo y vemos de soslayo una Tierra que ha sido modernizada con toda la inmaculada pompa de Apple. Al contrario, las escenas de acción entran en piloto automático, y son tanto más peor cuando las combinan con la idiota jerga tecnológica que explica poco y significa nada. Repítanme de vuelta, ¿por qué los personajes sólo pueden teletransportarse de vez en cuando y no cuando lo necesitan?
No es que Star Trek: En la oscuridad sea una mala película. Es entretenida; probablemente cuanto menos sepa el espectador del universo de Star Trek, menos molestarán las alusiones y referencias chistosas, y más entretenida será. Supera a la primera película por el mero hecho de no verse importunado por la necesidad de introducir nuevamente a su panteón de personajes o explicar a los fans por qué esta versión no es una remake hereje, sino algo más parecido a un spin-off. Y se ve genial. Los efectos 3D están debidamente aplicados. Nomás que la historia es un calco de la anterior, y no hay nada verdaderamente nuevo en la mesa. Esperemos que, si hay una tercera parte, J.J. Abrams o a quien le toque decidan, para variar, ir a donde ningún hombre ha ido antes.