En su segunda incursión en la saga trekkie (ya había dirigido hace cuatro años Star Trek: El futuro comienza ), J.J. Abrams ratifica no sólo su gran capacidad como narrador y su inventiva visual, sino también su comprensión y representación cabal de la filosofía, la ética y los códigos que cimentaron a esta franquicia televisiva y cinematográfica que ya está a punto de cumplir medio siglo de vida (fue creada por Gene Roddenberry en 1966).
Realizador de impecables películas de género como Misión: imposible III , Cloverfield: Monstruo y Súper 8 , y creador de series, como Alias, Lost, Alcatraz y Fringe , Abrams ha logrado imponer en sus dos films de Star Trek su estilo y su sello personales sin por eso traicionar el clasicismo, el estilo old-fashioned , el humor irónico de la franquicia y al mismo tiempo exponer las tensiones entre la ética, las reglas y el honor (encarnados, sobre todo, en el personaje mitad humano mitad vulcano de Spock) y la capacidad de improvisar, la tendencia a subvertir las normas y a llevarse por los impulsos y las emociones (el capitán Kirk).
El film arranca con una espectacular secuencia a puro vértigo y tensión en el planeta Nibiru con Kirk (Chris Pine) y Bones (Karl Urban) huyendo de la persecución de unos indígenas que quieren masacrarlos, mientras el lugar corre el riesgo de ser arrasado por una erupción volcánica. Ambos personajes y Spock (Zachary Quinto) -que se sumerge en medio de la lava para detener la explosión- se terminan salvando, pero a su regreso son sancionados por no haber seguido los procedimientos del caso.
Y ése será el destino de éstos y otros personajes durante las más de dos horas del film. La tripulación de la nave Enterprise será puesta siempre a prueba, deberá tomar decisiones extremas en todo momento, cambiar su estatus de pacíficos exploradores del universo para convertirse en defensores de la Federación frente a una amenaza inesperada, un enemigo interno (un terrorista de inmensa fortaleza física e inteligencia llamado John Harrison), que es capaz de manipular emocionalmente a sus interlocutores, atacar con misiles en el espacio o poner una bomba en el corazón de Londres. En este sentido, Abrams y sus tres guionistas no ahorran referencias políticas que pueden ser leídas con bastante claridad como un cuestionamiento al intervencionismo y el militarismo de las grandes potencias actuales.
El director alterna casi siempre con buenos resultados escenas intimistas y los bienvenidos momentos de humor (la relación entre Kirk y Spock, el personaje de Simon Pegg) y la grandilocuencia propia de una saga épica. Otro hallazgo es haber elegido al inglés Benedict Cumberbatch (el Holmes de la serie Sherlock ) como el brillante malvado de turno. En el terreno técnico, cabe destacar que la conversión a 3D hecha en la posproducción luce mucho mejor que en otros casos previos y en ciertas escenas de acción ese cambio de último momento se termina justificando.
Así, Abrams sale más que airoso de este nuevo desafío trekkie , a la espera de uno todavía mayor: revivir la saga Star Wars, de George Lucas, ahora en manos de Disney, con el Episodio VII, que llegará en 2015. La espera, seguramente, valdrá la pena.