Como ya expuso y quedo claro en la muy buena película producida por el “gran” Steven Spielberg “Súper 8” (2011), J.J.Abrams sabe que ser discípulo del Rey Midas del cine trae sus dividendos. En este sentido, y en este camino, hasta podría superar al maestro, tanto en la facturación que produzcan sus productos, refrendado en la primera que realizó de esta serie "Star Trek, el Futuro Comienza" (2009), como en relación a ser un gran contador de historias.
Posee en su bagaje todos los elementos constituyentes del hálito juguetón del cine, imaginería visual, algo así como la conjunción de la ingeniería puesta al servicio de la fantasía, incluyendo al arte y la fotografía en una danza clásica, sentido del uso de la banda de sonido, y contemporáneamente establecer de forma empática la relación con los espectadores, sumado la pericia de estampar enigmas.
El problema (acá es más de uno), es que también cae en la trampa de recurrir al golpe bajo para fomentar sentimientos, como asimismo intentar generar varias de las incógnitas, plantarlas en este texto sin dar cuenta que están develadas “a priori” por el sólo hecho de ser en si mismo una “precuela”.
Posiblemente su seguridad en cuanto a la estructura narrativa y el manejo de los tiempos para el relato, incluyendo todo el arsenal cinematográfico que tiene a su disposición, termine por retornarle como un boomerang, no desde el como contar, que de eso sabe y mucho, sino del “que” incluir o no en su construcción, combinada con la no menos numerosas provisión de municiones que hagan efecto sólo en el corazón de los seguidores de la franquicia. (Suena a negocio y en parte lo es)
Un paquete con un muy buen envoltorio, léase efectos especiales, montaje cuasi perfecto, guión con algunos guiños humorísticos, parece una redundancia, y el malvado de turno, Khan (Benedict Cumberbatch), lo mejor del filme, de perfecta performance más que adecuada arquitectura o progresión del personaje y poco más dedicado casi exclusivamente a sus fanáticos.
La historia actual se agradece el respeto a la linealidad temporal del relato, comienza cuando luego de una arriesgada jugada realizada por el capitán Kirk, con el fin de rescatar al señor Spock, su “amigo” (a confesión de partes relevo de pruebas), en la que puso en riesgo a toda la tripulación y al “Enterprise” mismo, es convocado a regresar a casa.
En ese retorno tropiezan con un enemigo que es el icono mismo del terror, surgido desde la propia organización (¿Alegoría a Bin Laden? No lo creo) ha detonado a la flota y todo lo que ella representa, dejando al planeta Tierra en un estado de crisis y desvalimiento. Ya instalado como un objetivo personal claro, el bueno de Kirk liderará la cacería por capturar a un “hombre” que es en si mismo un arma de destrucción masiva. (¿Mel Gibson en “Arma Mortal 1987 ? No, tampoco).
Mientras nuestros protagonistas son impulsados a un heroico juego de ajedrez en donde la vida y la muerte son sus únicas proyecciones posibles, al mismo tiempo que las lealtades se ponen en evidencia y riesgo sumidos por variables como el amor, la amistad, el deber, lo correcto, las reglas, sacrificios que comprometerán al ser asumidos por la tripulación toda, que se terminan de constituir en la única familia del capitán Kirk.
Todas las escenas, principalmente las de acción, son de una manufactura impecable, primero seducen desde lo visual para luego atrapar al espectador desde lo vertiginoso. Lo que sucede es que las vueltas de tuerca del texto son previsibles y las consecuencias sabidas, por lo que la intriga no funciona y eso hace que aparezca como redundante, por ende extendido innecesariamente, lo que implica que por momentos, y solo momentos, aburre.
Por supuesto que el entretenimiento, per se, está asegurado, cumple y al mismo tiempo demuestra que se puede hacer un producto m´ss allá de esas cuestiones, que no nos manipule como espectadores de hacernos sentir unos minusválidos intelectuales. Eso sí, estate seguro que cuando se termino el pochocho te sentís lleno, pero no alimentado.