Otra odisea espacial
Cuando J.J. Abrams y Damon Lindelof, los creadores de Lost, anunciaron una remake de Star Trek para la pantalla grande, innumerables trekkies (quizá, la más célebre tribu salida de la televisión) habrán puesto el grito en el cielo, al imaginar que sus personajes podían quedar varados en una isla o ser perseguidos por humo negro. Por suerte para ellos, como ocurrió en otros largometrajes que involucraron a Abrams (Cloverfield; Super 8), Star Trek (2009) estuvo libre de excentricidades. No faltaron ingredientes inusuales, si bien pobremente explotados (como las realidades paralelas), y la secuela de aquel film, subtitulada En la oscuridad, lleva al Enterprise a los tumbos por la misma vereda intergaláctica. Ya con el capitán Kirk al frente de la nave (Star Trek funcionó como precuela de la historia creada por Gene Roddenberry), Abrams y Lindelof entregan un trabajo más sólido, aunque nuevamente a medio camino entre el homenaje (hay una reaparición de Leonard Nimoy, el original Spock) y las intenciones de crear algo nuevo. El villano de turno es Khan (Benedict Cumberbatch, protagonista de Sherlock), un ex agente de alto rango con poderes especiales, una especie de arma mortal trekkie que inicia una solitaria cruzada contra la organización Starfleet. Durante su captura, Kirk y Spock sellan su amistad entre momentos de comedia y drama, que no mueven ni a la risa ni al llanto. Mientras la elección de Chris Pine y Zachary Quinto (en los roles de Kirk y Spock, respectivamente) continúa siendo dudosa, lo cierto es que Abrams y Lindelof quedaron huérfanos de ideas. Casi todo su arsenal es, en el mejor de los casos, un reciclaje de género. En el peor (la vana sensiblería; argumentos que no cuajan), recuerda a todo aquello que saboteó el éxito de Lost.