Convicciones
Hay una secuencia de En la oscuridad: Star Trek que es maravillosa. En ella, dos personajes tienen que saltar de una nave a otra, en medio del espacio y a varios metros de distancia, atravesar una atmósfera cargada de basura espacial e ingresar por una puertita así de chiquita. La escena tiene mucho vértigo y gran tensión, porque el objetivo de los personajes parece a simple vista imposible. Claro, si uno piensa dos segundos la escena, resulta inverosímil, improbable, aún dentro del verosímil que propone la película. Pero hay algo que no muchas veces aparece en el cine, y que hace posible lo imposible: convicción. Convicción de los personajes, convicción del director en proponer algo irreal de la forma más rigurosa posible y convicción de los actores por hacer de eso algo totalmente lógico (parece una pavada y puro maquillaje de efectos especiales, pero trate de ver una película de acción mal actuada y luego nos cuenta). Es, claro, como el transitar del ilusionista: primero creerse el cuento, para que los otros lo crean. Más o menos, aquello que nos enseñaba Atrápame si puedes, de Steven Spielberg.
Si bien en el cine de J.J. Abrams no parecen haber demasiados rasgos autorales, sí hay que decir que algo que se repite película tras película es la convicción de sus personajes y la que evidencia a la hora de narrar sus cuentos. Devolverle la vida a una franquicia muerta como la de Star Trek es, sin dudas, su mayor acto de arrojo. Hay sí rasgos estéticos que comparten sus películas -esos flashes azules que atraviesan sus ágiles y excitantes paneos horizontales- y hasta una cuestión ética en devolverle al cine de entretenimiento masivo la inteligencia perdida durante años (en este marco, Súper 8 sería su gran película personal). Pero, como decíamos, no parece haber un tema común. Es más, si hasta parece un director que hace películas por encargo, uno de esos artesanos sin personalidad que se esconden detrás de mecanismos perfectos de entretenimiento. Pero ahí están, a la vista, las convicciones: del Ethan Hunt de Misión: Imposible 3, a los chicos de Súper 8 y pasando por la tripulación de ambas Star Trek. Convicciones por una forma de ver el mundo y de enfrentar las adversidades. Sobre todo eso, enfrentar las adversidades.
Lo que sobresale en esta segunda parte de la saga galáctica, En la oscuridad, es el carácter de los profesionales que integran la tripulación de la Enterprise. Presentados los personajes en el primer -y mucho más complejo, interesante y emotivo- film, aquí se los suelta a una aventura concreta. Si hasta parece un capítulo de la serie, pero estirado a 132 minutos (sí, la película dura más de dos horas diez minutos que se pasan volando -literalmente-). Cada uno de ellos tiene una naturaleza y un modo de ver el mundo, lo particular es que extrañamente no se los juzga: el conflicto central es el de siempre, la búsqueda de lógica vulcana y pragmática de Spock contra lo intuitivo y más humano de Kirk. Y cada uno, a su manera, demostrará que lo más preciso es una presencia balanceada de ambos métodos. Tal vez en algunos aspectos En la oscuridad repita algunos temas de El futuro comienza, pero cuando aquella era más elaborada argumentalmente, esta opta por la acción directa: y eso redunda en que las emociones de los personajes se transmitan mucho más por medio de la acción y la actitud (si hasta filma la escena de amistad masculina más gay de la historia del cine mainstream). El film es una tensa línea argumental que envuelve a los protagonistas en inteligentes giros narrativos como vórtices que van chupando la acción y la tiran hacia adelante.
En lo central, En la oscuridad: Star Trek es una de acción con intrusión de ciencia ficción: la pericia técnica para lograrlo es envidiable, Abrams es un tipo que viene de la televisión y ha demostrado estar a la altura de lo que demanda una aventura en pantalla ancha, el equipo de guionistas de lujo que trabaja siempre con el realizador (Orci, Kurtzman y Lindelof) depura y depura el material hasta construir un entretenimiento sólido y sin fisuras, y la música de Michael Giacchino demuestra que sigue siendo el mejor orquestador de la actualidad en Hollywood. Si a todo esto le sumamos, entonces, una historia con reminiscencias políticas fuertes, que sostiene un humanismo coherente con el material original, que tiene uno de los mejores villanos en años, que sabe cómo jugar con la iconografía de la serie sin dejar afuera a los neófitos de Star Trek como quien suscribe y que nunca confunde ritmo con velocidad ni acción con ruido chirriante, estamos entonces ante un claro ejemplo del Hollywood ese que nos gusta apreciar. Ese que, con convicción, nos marca el norte de cómo debe ser un entretenimiento que respete al público.
Abrams parece ser un tipo que se adapta fácilmente a los materiales que le toca abordar y que aporta su punto de vista personal, sin querer estar por encima de la obra. A esta altura, hay que decirlo, difícilmente haga una mala película. Y esto es así porque su obra proviene de la convicción de querer contar algo que valga la pena, de una manera siempre rigurosa y libre a la vez. En sus manos, sin dudas, el futuro de Star Wars está más que seguro.