La noche anterior Decir que Stockholm (2013) es una película extraña es algo de lo más derivativo, es reducirla a la mínima expresión. El film de joven director español Rodrigo Sorogoyen habla de muchas cosas, y aquellas de las que no habla también dejan una huella tan indeleble en el espectador como cualquier otra. El film que le valió a Sorogoyen una nominación a los Pemios Goya del año pasado como Mejor Director Novel cuenta la historia de un chico y una chica que se conocen en una fiesta, y durante toda esa noche el muchacho –de quien nunca sabemos el nombre- intenta ganarse a toda costa a la muchacha –de quien tampoco sabremos el nombre en ningún momento- con largas conversaciones, exposiciones temáticas y desafíos nudistas entre otras cuestiones. Pero eso es sólo una mitad del film. Cuando nos encontramos a la mitad del mismo, lo que inicialmente parecía una película simple apoyada en la repetidísima fórmula “chico conoce chica” toma un giro inesperado, donde otra realidad aflora y el romanticismo del formato comedia romántica juvenil escapa por la salida de emergencia más cercana. Javier Pereira, quien interpreta al joven de la historia, llamó la atención de muchos con esta interpretación a tal punto que se llevó un Premio Goya por Mejor Actor Novel. Es interesante su ductilidad para interpretar dos caras muy diferentes de un joven madrileño que vive en estado de fiesta constante, pasando de una chica a la otra sin mayores problemas. Aura Garrido también se destaca en su papel de la muchacha, en especial con el particular vuelco que sufre la historia en su segunda mitad. Sorogoyen es un director que viene del mundo de la televisión, con poca trayectoria en el cine. Pero vale reconocer su pericia al momento de retratar situaciones íntimas o discusiones acaloradas entre los protagonistas, así como su facilidad para poner en la boca de veinteañeros palabras que suenan sumamente naturales y uno podría escuchar tranquilamente si sale a dar una vuelta un sábado a la noche por alguna concurrida zona nocturna. Ya sea en Madrid o Buenos Aires. Un interesante film que muestra las dos caras de las relaciones fugaces, y nos hace reflexionar sobre lo poco que podemos llegar a conocer a una persona, sin importar cuanto manejo del chamuyo tengamos al apoyarnos en la barra de un boliche.
Cuando él conoció a ella... Como una versión española de "Antes del amanecer", la película comienza como comedia romántica y desemboca en el drama. Salvando las distancias, es como un Antes del amanecer de Richard Linklater, pero a la española. Chico conoce a chica en una fiesta, salen a la calle, es de noche y él empieza a seguirla. "Me he enamorado de ti", le suelta él, y ella no le hace caso. Pero le escucha. Y siguen caminando por las calles y dialogando. ¿De qué hablan? De todo y de nada, que es como se conocen las personas, o al menos los jóvenes hipsters que retrata Rodrigo Sorogoyen en este filme inclasificable, porque si arranca como comedia romántica irá desenvolviéndose hasta conventirse en un drama. La historia puede parecer la de un amor de una noche. ¿Eso es lo que quiere él? No es lo que quiere ella. Aquí las relaciones humanas son como pinten. El se desvive en su seducción, y el ritual sigue, y sigue. Hasta que ambos parecen ponerse de acuerdo en algo. Son anónimos, nunca se habían visto, pero desnudarán su alma bien entrada la proyección. Como Jessie y Celine, él y ella saben dialogar. Tal vez no son tan filosos, pero se las arreglan. El director los va situando en distntas locaciones -la calle, el hall de entrada de un edificio, un living, dormitorio, terraza- como estructurando las bases de la relación. No es como el chateo, donde no se ve al otro y puede haber malas interpretaciones. Aquí él observa a ella y ella a él, y si no se da cuenta de algunas señales... pues bien, será demasiado tarde. Demasiado tarde, tal vez, pasan algunas cosas en Stockholm. El interés va de un personaje al otro, y sin la sintonía y lo disonante que resultan los seres interpretados por Javier Pereira y Aura Garrido -deben arribar al realismo, atravesando capas de espontaneidad- otro sería el resultado. Un encuentro de una noche bien puede ser un amor para toda la vida, pero no tiene por qué serlo. El filme de Sorogoyen hace un planteo que va modificando -que no es lo mismo que enriqueciendo- a medida que pasan los minutos y las miradas se transforman en caricias. De ahí que el final pueda -o no- parecer traído de los pelos.
Chico y chica se conocen una noche. “Me he enamorado de ti”, las primeras palabras del muchacho hacia la joven que repentinamente logra cautivarlo. Se miran, intenta convencer uno a otro, hablar, conocerse, comienzan un juego de seducción a través de las calles de Madrid. ¿Cuánto se puede saber de una persona por conocerla una noche? La primera parte de “Stockholm”, película española dirigida por Rodrigo Sorogoyen, apuesta a lo romántico. Es así como se define su protagonista, como uno de esos románticos que “buscamos el amor donde sea por más pequeña que sea la posibilidad”. Ella se aleja de su grupo de amigas y él la persigue y de a poco la persuade para que vaya a su casa. Sí, hasta ahí respira mucho del cine al mejor estilo “Antes del amanecer”, donde casi en tiempo real y con un buen guión (que va mutando pero siempre de manera precisa) y diálogos bien escritos que fluyen de manera muy fluida los personajes se van conociendo cada vez más. “Todo es demasiado, ¿no?”, le dice ella cuando él le pide que le cuente todo sobre ella. Pero entonces la noche pasa, se hace de día, y así como el día es otro, ellos también. O mejor dicho, son ellos mismos, y no se parecen tanto a quienes eran de noche. Es a partir de este momento que la película se transforma en un drama psicológico, que el apartamento del protagonista pasa a ser la única locación, y que la tensión comienza a crecer y a crearse un clima asfixiante aunque en unos pocos momentos haya atisbo de que todo podría volver a ser lindo como lo pareció a la noche. Esa ruptura en la película es hasta el momento impredecible. Javier Pereira y Aura Garrido son los dos personajes sin nombres que llevan “Stockholm” adelante, los que la llevan de un extremo a otro, los que transitan diferentes sensaciones y van mostrando de a poco diferentes facetas de sus personas hasta un final en el que el silencio es abrumador y lo único que nos queda. Un silencio que se contrapone a las escenas más optimistas del film, donde la banda sonora juega de maneras muy interesantes. Resumiendo, “Stockholm” termina siendo un retrato honesto y valiente sobre lo efímero que las relaciones pueden ser. Una película chiquita, filmada sólo en 13 días, pero que sin dudas quedará presente en quien la vea porque, es muy probable, vea mucho de sí y el otro en ella.
Noche y día Utilizando un minimalismo absoluto, producto del crowfunding con el que se logró financiar la película, el director Rodrigo Sorogoyen marca en Stockholm un proyecto de dos caras, tan marcadas como diferentes. Es un ejercicio fílmico que tiene potencial, pero nunca es explorado a todo vapor, sino que se queda en el borde y no llega a mayores. Sorogoyen se suma a las huestes que amaron Before Sunrise de Richard Linklater y la primera mitad de su película es la típica situación chico conoce a chica, los siguientes descarados intentos de él por conquistarla a toda costa y la reticencia de ella a caer por sus trucos. Hay unos 45 minutos que pueden resultar tediosos por el ida y vuelta de la pareja, la indecisión y frialdad de ella, pero con cada conversación se va develando un poco más lo que esconde cada uno detrás de sus fachadas. Cuando la noche deja paso al día, cada uno debe afrontar las consecuencias de sus actos en una segunda mitad más interesante, que cambia de registro y se torna más oscura, incluso cuando la escenografía destaque por el blanco inmaculado del departamento de él. El azul y negro boca de lobo de la ciudad, esas calles que son protagonistas de este romance dan paso al blanco pristino que esconde la conducta secreta de él y ella. Da la sensación de que Sorogoyen estaba realmente más interesado en contar la otra cara que crear una relación verosímil, y por eso la primera mitad resulta tan tediosa. Pero, si vamos al caso, la construcción, aunque endeble, funciona para justificar el giro de los acontecimientos que toma la película. No quiero develar mucho porque de ese giro depende el recorrido final de la trama, pero ya por el título se puede ir vislumbrando para donde va el final. Javier Pereira y Aura Garrido son los encargados de llevar adelante esta historia minimalista, donde él seduce con una personalidad alegre y totalmente positiva, mientras ella es reducida al papel de víctima, esa chica que resiste cualquier embate amoroso pero que al final cede. Para la segunda mitad, las personalidades irán oscureciéndose lentamente, dando paso a otros aspectos de la pareja. No estoy muy seguro de si Sorogoyen quiso darle mucho peso a este cuento cauteloso sobre los romances de una sola noche, pero cuando parece que toda la situación está por estallar, no lo hace y se desinfla, dando paso a una escena final que es mucho ruido y pocas nueces. No se si hay una gran moraleja detrás de Stockholm, pero el pequeño juego del gato y el ratón que se marca Sorogoyen es suficientemente entretenido de ver para dejar un par de interrogantes una vez terminada. Se le perdona su austeridad en pos de un relato convincente y sin muchos artificios, pero le faltó un subidón de intensidad para elevar la propuesta hacia otros destinos.
Una noche larga, el encuentro de un joven seductor con una chica distinta y distante y todos los esfuerzos de él para demostrarle un amor instantáneo, combustible.Y lo que parece un film más, de a poco, con detalles ahonda en las insospechables consecuencias. Bien actuado y bien filmado.
EL JUEGO DE LAS TRES PREGUNTAS Boliche. Amigos, música, alcohol, chicas… chicas por montones. Pero, de repente, aparece ella. Medio escondida, en su grupo, ella se ríe cuando él le confiesa que se enamoró a primera vista. Para demostrarle la veracidad de su declaración, le regala las llaves de su departamento. Porque, en verdad, el rechazo hace que esa noche ya no tenga sentido. A pesar de las negativas de ella y la insistencia de él, lo que parece una idea descabellada de conquista empieza a cobrar otro color mientras ambos caminan por las desiertas calles de España, los tacos resuenan y, por momentos, la noche se vuelve nebulosa: _ ¿Qué puedo hacer contigo? _ ¿Para qué? ¿Para que me enamore de vos o para que te crea? _ Buena pregunta- remata él. La risa la delata y, entonces, él sabe la respuesta: consiguió ambas. De eso se trata el encuentro: del juego de la conquista, de la ruptura de los límites, del desafío de una noche y de lo que dicha provocación induzca a realizar. Porque, de hecho, sobre ese presupuesto se mueve y desarrolla Stockholm: las estrategias, la importancia entre lo dicho y lo omitido, el lenguaje propio del cuerpo, las pruebas, el valor de la elipsis, el miedo y el deseo. Estos elementos están tan bien articulados por el director Rodrigo Soroyogen que ya se perciben tanto en la ambigüedad del título como de los mismos protagonistas, quienes no tienen nombre; se limitan a ser él (Javier Pereira) y ella (Aura Garrido). Pero el verdadero valor de la ambigüedad está dado en el juego de las tres preguntas, el cual les sirve no sólo para conocerse, sino como propio medidor de su efectividad. Por tal motivo, este artilugio se convertirá en un punto de quiebre y adquirirá otra connotación cuando se repita luego de la mitad de la película. Stockholm está trabajada desde un desdoblamiento y este gesto se remarca a partir de dos elementos principales: el escenario y los personajes. En el primer caso, la vida nocturna en un ámbito público como lo es un boliche o las calles. Ambos sitios se presentan como laberintos, con angostos pasillos, un tanto lúgubres, que pueden estar abarrotados de gente o en la más completa soledad. Por el contrario, el encuentro se vuelve íntimo cuando llegan a la casa de él; en el momento en que están en las escaleras, en su departamento, incluso, cuando salen a la terraza y pueden ver el mundo. Lo mismo ocurre con la mirada de la noche: al principio se torna borrosa, indescifrable y luego se vuelve más nítida y cercana. En el segundo caso, la dicotomía se vuelve mucho más evidente y paradojal: ambos personajes intercambian sus roles. A diferencia del caso anterior, la transformación no involucra el ámbito público o privado sino el tiempo, el traspaso de la noche hacia el día. Y con ello, el descubrimiento de algunos silencios debido a ciertas actitudes y, por supuesto, a un nuevo desafío de las tres preguntas. La ambigüedad, entonces, resalta mucho más: el problema no es lo difuso de la noche, sino lo claro de la mañana; la posibilidad de nuevas realidades que se confunden en los juegos de seducción y, al mismo tiempo, cierta alteración de las verdaderas intenciones. Entonces, allí se vuelve inevitable la duda: ¿Esa es tu tercera pregunta? ¿Estás seguro? Es la última, no la desaproveches. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Stockholm es una película minimalista española de bajo presupuesto que está partida en dos: la noche y el día. La noche es donde arranca el juego, la seducción. Durante una fiesta, un chico le pone el ojo a una chica. La chica vuelve caminando sola a su casa, el chico la sigue, insiste, le dice que se ha enamorado de ella. Ella desconfía pero de a poco va aceptando su compañía. Caminan bajo tonos azules, planos en movimiento (hay un largo plano secuencia a lo Linklater), canciones indies embriagantes. Él busca dar pruebas de amor, no se va a dar por vencido. De alguna manera logra que ella suba a su departamento. Luego se hacen tres preguntas cada uno y algo empieza a andar mal. Ella huye por la escalera, él la alcanza por el ascensor y se besan apasionadamente. Fundido a negro. Al día siguiente por la mañana comienza la película, el drama. Él es frio y distante, la antítesis del personaje de la noche. El departamento es blanco y crudo, los planos son quietos y asfixiantes. Ella está consternada, no estaba preparada para este cambio y para una nueva decepción en sus relaciones. Entonces decide jugar como él lo hizo anoche con ella. Se rehúsa a salir del departamento y allí comienzan una serie de trucos, peleas, cambios de posicionamiento entre los dos que desemboca en un final abrupto. Stockholm se pregunta: ¿Cuánto escondemos de nosotros a la hora de seducir a alguien? ¿Por qué la juventud quiere todo ya y ahora? ¿Por qué permitimos que nos tiendan una trampa? ¿Por qué nos enamoramos de nuestro “secuestrador” (Síndrome de Estocolmo)? Todas preguntas que desembocan en una película completamente olvidable. Un mal golpe de efecto, un diálogo chicloso de dos personajes que nunca resultan interesantes. La transformación de él es exagerada, inorgánica, nada sutil. Y eso en una película realista no puede suceder, hace mal a los ojos. Cassavetes realmente se arrancaría los ojos y le diría algo así al director (Rodrigo Sorogoyen): no filmes la desesperación si no estás realmente dispuesto a hacerlo. La juventud occidental hedonista, el deseo inmediato y sus consecuencias letales sobre las almas en pena. Ese podría ser un título aceptable para una tesis sobre Stockolm. El problema es que ni siquiera es eso (yo con ese título de tesis podría conmoverme). Es difícil conmoverse con dos personajes con tan poco espesor dramático (los actores Javier Pereira y Aura Garrido no generan empatía, no logran ser queribles o misteriosos en casi ningún momento) pero sobre todo con un guión que elige la manera más superficial para abordar la crudeza del amor. Lo mejor de la película son tal vez las filmaciones de los planos de día, logran un clima agobiante, a lo Haneke. Pero una vez más se exagera, todo es demasiado blanco y evidente. Y luego hay un final que no voy a develar pero que tiene un movimiento de cabeza que redime, al menos un poco, la actuación de Javier Pereira.
Pequeña joya de un dúctil narrador Pequeña en recursos (fue financiada incluso vía crowdfunding), pero no así en ideas y ambiciones, esta película de Rodrigo Sorogoyen (8 citas) se constituyó en una de las bienvenidas sorpresas del cine español reciente. Un muchacho de veintipico (Javier Pereira) y una chica (Aura Garrido) se conocen en una fiesta y, tras las múltiples insistencias y coqueteos por parte de él (que hasta se desnuda en la calle como prueba de amor) y pese de las resistencias de ella, terminan pasando la noche juntos. Lo que en esa primera parte parece una típica historia romántica a-la-Antes del amanecer, de Richard Linklater (ellos caminan, charlan, se seducen) deviene en la segunda mitad en algo bastante más denso, enrarecido y enfermizo (el título hace referencia al síndrome de Estocolmo). No conviene adelantar nada más de la trama, pero sí indicar que Sorogoyen se muestra como un dúctil narrador, director de actores (los dos protagonistas están muy naturales y convincentes) y capaz de construir un universo de tensión y profundidad psicológica con apenas dos personajes, una locación y unos cuantos diálogos. Toda una proeza.
Encuentros peligrosos La película que causó sensación en los premios Goya 2014 es mucho más que lo que sugiere desde su título. El síndrome de Estocolmo resulta conocido para muchos como el vínculo enfermizo producido entre víctima y victimario que muchas veces deriva en romances trágicos, donde el cine se ha hecho eco con películas tales como La muerte y la doncella -1994- de Roman Polanski. Si bien la trama adopta parte de esta estrategia, en realidad el film del premiado director novel Rodrigo Sorogoyen explota los recursos del género y del minimalismo hasta alcanzar la máxima tensión en una anécdota que puede resumirse bajo la fórmula chico-conoce-chica, para enrarecerse y transitar por diferentes escenarios macabros, sin llegar a enquistarse en ninguno de ellos. El plus lo marca también, la excelente performance de la pareja protagónica, Javier Pereira y Aura Garrido, quienes desde el primer momento consiguen generar la atmósfera propicia que va desde la seducción y la incomodidad hasta el desenfreno de caracteres y personalidades que emergen en una situación sumamente verosímil. Con pulso narrativo constante, cambios de ritmo y de tono, Stockholm sorprende por la rigurosidad en la puesta en escena y la capacidad de hacer de los diálogos más mundanos y banales posibles una trampa dialéctica al espectador que guarda absoluta correspondencia con la suerte de los personajes.
Cine garrón… pero del copado. El chabón le dice a la minita que la ama para cogérsela; y lo logra, la convence, pero al otro día quiere tener el botón que tenía Darío Grandinetti en El Lado Oscuro del Corazón de Subiela y que la mina desaparezca: ¿quién no quiso tenerlo alguna vez? Eh, hombres, mujeres, trans, todos. Todo el momento del chamuyo (chamuyo largo, de más de 45 minutos de pantalla y un par de horas para los protagonistas), lo vemos en tonos azules por las calles de Madrid. La siguiente mitad, la post-levante, se vuelve blanca; de la noche azul a la mañana luminosa; del síndrome de Estocolmo de ella, que queda atrapada, enroscada por su perseguidor perseverante, al de él, que después de querer perderla para siempre, algo le empieza a gustar, a gustar posta, cuando se le da vuelta la tortilla y el secuestrado es él. La primera mitad -la de la incógnita, la del cazador- desconcierta. Sobre todo si uno la ve sin información previa. Hay una búsqueda de naturalismo que tropieza con algunos diálogos demasiado ajustaditos, controladitos, y unos planos que pasan de comunicar con la expresión de los rostros, a hacer ruido clipero. Sin embargo, gana la curiosidad. Un buen relato debe generar interés, y Stockholm a pesar de ir por la cuerda floja en toda esa primera parte, consigue que nos quedemos. Tal vez lo logre por el misterio de ella (Aura Garrido). Por el contrario, él está siempre expuesto en su actuación de la actuación: en esa performance del seductor se desnuda, hasta se pone en bolas en la calle, literalmente. De ella, en cambio, no sabemos mucho, y capaz ahí esté el gancho. ¿Estamos ante un audiovisual clipero romanticón sin gracia y con algunos lugares comunes, o hay algo más que esperar? Por suerte hay algo más; la segunda mitad, la oscura pero luminosa, es la que atrapa; más allá del cliché del chamuyero ganador corazón de piedra que después del sexo echa a su eventual pareja, y la mina que se enamora ante un garchecito (todo bastante anacrónico, alguna vez vi en un baño de un boliche escrito en la pared “los hombres somos las nuevas minitas” y hoy por ahí va la cosa, o al menos estamos más parejos en esos tipos de neurosis y elecciones). El drama, la tragedia que toma forma sutilmente, con peleitas de histéricos, encierra una película. El director deja de lado las canchereadas -lindas algunas, como el tema electro de la fiesta inicial- y pasamos del clip al cine, al cine garrón, pero en el buen sentido. Con una apuesta a una verba algo deudora del último Linklater pasatista (por desgracia no del primero), y con una mirada oscura sobre el mundo del sexo casual a través de una crítica a lo enroscado que puede ser el amor o el porqué de nuestras elecciones y enganches (todo, gracias señor director, sin un ápice de lección moralista), Stockholm logra una espiral dramática que se vuelve poderosa en su mitad diurna; en una de esas mañanas donde todo se puede poner más confuso que en la profundidad de la noche más viciosa.