No es habitual –o, al menos, no es habitual en mí– desear que un documental sobre un músico de rock sea más convencional de lo que es. Pero, en este caso, en varios momentos, tenía la sensación de que era ese, precisamente, mi deseo. Si bien, es cierto, no se trata estrictamente de un documental, este seguimiento a través de giras por Europa más algunas escenas locales del músico Daniel Melingo, su banda y algunos amigos está organizado en función de escenas con él caminando, cruzándose con gente en las calles (sobre todo en París, en algunas escenas guionadas un poco burdamente), ensayando con los músicos, más paseos, viajes y situaciones propias de happenings de película de los 70. Todo esto la vuelve una película muy libre y original, ya que uno nunca sabe hacia donde va ni hay nada parecido a una estructura dramática clásica, pero a la vez la vuelve dispar, con escenas que funcionan mejor que otras, como las conversaciones de los músicos sobre cómo tocar determinadas partes, algunas lecturas de poesías, una zapada con Jaime Torres y una versión de “Canción para mi muerte” de Sui Generis con otra melodía (ya verán) que le calza perfecto. Además, claro, de las bellas imágenes en blanco y negro en su mayoría parisinas, capturadas en un estilo un tantonuevaolero.
También se agradece la falta de biografía típica (no se cuenta la historia del músico, ni nunca sabemos donde están ni se habla/explica nada acerca de quién es ni que ha hecho Melingo), pero eso se ve desperdiciado un poco porque casi nunca se la ve a la banda tocar en vivo, salvo por unos pocos segundos. Sin la info y, básicamente, sin la música (no las zapadas y los juegos, sino la música que ellos presentan en sus shows), lo que queda es puro personaje. Y si bien es cierto que Daniel, como personaje, es riquísimo e interesante (tal vez la película lo sobreconstruye como tal, suerte de Tom Waits tanguero, y Melingo se prende en el juego de automitificarse como poeta-lumpen), lo es también debido a que es un notable y original artista, y si eso no termina de vislumbrarse en el filme lo que por momentos queda es una película que gira sobre su propio ombligo, solo para admiradores o amigos. Uno podría terminar por definirla como una película formalmente libre y con algunas grandes escenas, pero también muy dispar y con menos música de lo que uno hubiera querido.