Retrato cubista de Daniel Melingo
Como en un cuento de Cortázar, Daniel Melingo se mete en el metro de París y cuando sale, está en Callao y Corrientes. Buena síntesis del porteñismo internacional del ex Twist, protagonista excluyente de esta suerte de retrato cubista en blanco y negro, premiado como Mejor Película de la Competencia Argentina en la última edición del Festival de Mar del Plata. Filmada básicamente durante una gira europea del actual cantor de tangos, milongas y camperas, como el título lo indica Su realidad busca reflejar, como un espejo roto, no a Melingo en la realidad sino la realidad de Melingo. Lo del espejo roto es porque la película está armada en pedazos, combinando fragmentos documentales con partes de presentaciones, escenas de ficción, misceláneas y hasta algún que otro sueño. Todo lo cual hace de ella, antes que una película orgánica, una serie discontinua de “piezas con Melingo”.“No puedo parar de pensar y, a la vez, no sé muy bien qué estoy pensando”, afirma en una de las primeras escenas el hombre del vozarrón arrabalero, como si fuera una mezcla de Pepe Biondi, Lacan y Brian Jones versión 1969. En el resto del metraje Melingo hace como que vuela por las calles de París, habla con frases de canciones (de otros) y divaga sobre cierto mariscal ruso. De la gira, el realizador, Mariano Galperin, elige, como en su primera película (1000 boomerangs, 1995), los tiempos muertos: habitaciones de hotel, seguimiento de mujeres misteriosas por la calle, Melingo jugando con un yo-yo Russell, improvisando grafogramas o cantando en un tren, junto a sus músicos, un mash-up de “Canción para mi muerte” y la marchita. “Vamos, Melingo”, llama Galperin, que hace de su representante. “Se va el tren, se va lejos”, dice. “No voy en tren, voy en avión”, le contesta el autor de “La canción del linyera”. Como otros fragmentos, el diálogo puede considerarse simpático o bobo, según como lo tome cada uno.El resto son partes brevísimas de conciertos (quien quiera ver a Melingo en vivo está poco menos que frito), de los que se han elegido los actings más excéntricos del multiinstrumentista, encuentros e improvisaciones con músicos famosos (un tema de Pappo con Calamaro, una jam con Jaime Torres), breves esquicios con famosos de otras profesiones (los actores Iván González y Guillermo Pfening, el ex futbolista francés Jacques Lafitte, el escritor Sergio Bizzio, un Miguel Zavaleta totalmente pasado de revoluciones), el propio Galperin haciendo de manager enojado o de hombre que duerme en una caja de contrabajo, los músicos transcribiendo pentagramas verbalmente, un baile de borrachos en el Pêre Lachaise, la preciosa fotografía en blanco y negro de Diego Robaldo. Y sobre todo, claro, el aguardiente vocal del protagonista, una columna sonora por sí sola.