Una road movie sin itinerario previo
La nueva película del realizador de Dulce de leche, Mariano Galperín, es un documental que no es documental y una ficción que no es ficción. Y a la vez es sí, documental, y sí, ficción. Hay mucho de road movie, de comedia musical y hasta de drama personal en el seguimiento que hace el film de la figura de Daniel Melingo, un músico inclasificable dueño de una trayectoria zigzagueante.
Y es precisamente ese derrotero el que absorbe con claridad Su realidad, puesto que el espíritu lúdico sobrevuela todo el metraje, sin seguir un hilo narrativo determinado. Pero esto, que en ocasiones es una virtud porque no ata el film a un plan previo, en ciertos momentos resulta ser perjudicial, con el relato quedando a la deriva y provocando una distancia inconveniente con el espectador.
De todos modos, cuando el director vuelve a pensar los géneros y registros, cuando usa -o más bien, se deja usar por- la figura de Melingo para explorar los difusos límites entre las artes y los aspectos personales del artista, el film establece con el público la complicidad justa y necesaria. Una película artificiosa que piensa el artificio, que es puro ego y aún así no queda como pedante.