Estamos viejos.
Pasaron dos décadas y Mark Renton (Ewan McGregor) vuelve a su patria escocesa luego de una larga estadía en Amsterdam. Ahora es un burgués más; con una esposa, hijo y pasión por el running. Subido al tren de la nostalgia, recorre aquellos lugares de sus años como adicto hasta encontrar a su viejos amigos, Spud (Ewen Bremner) y Sick Boy (Jonny Lee Miller). Renton descubre que ninguno de los dos pudo escapar de sus vicios, el primero es incapaz de criar a su hijo y el segundo se dedica a extorsionar a millonarios sodomitas. Por otro lado, Begbie (Robert Carlyle) pasa sus días en la cárcel soñando con vengarse de la traición de Mark. El tiempo por fin los ha alcanzado y ahora es momento de saldar cuentas pendientes.
Trainspotting es lo que algunos podrían llamar “un rayo en una botella”. Es decir, uno de esos casos excepcionales donde factores de diversa índole se condesan de manera especial y se captura a la perfección la esencia de un momento irrepetible. Esto no se da únicamente por la virtud de un artista, sino que responde también a una serie de elementos culturales y socio-históricos que exceden a la obra y logran otorgarle un mayor impacto. En la década donde la moral era otro slogan más para el consumismo camuflado, Renton y Sick Boy se convirtieron en voceros sin ningún tipo de pretensión intelectual, ni política; solo querían drogarse y escuchar a Iggy Pop. Ellos nos mostraban que ya no era posible identificarse con ningún tipo de valor, ni ideología; y que si es necesario usar un narcótico, que al menos sea el más placentero y nocivo de todos. Básicamente, el segundo film de Danny Boyle era una película sobre la juventud y su rol en el mundo; era una película realizada por jóvenes y para jóvenes. Por esta razón, Trainspotting 2 resulta una experiencia algo deprimente para ver, una secuela sobre la vejez; hecha por gente vieja y para viejos. La sensación sería similar a cuando un grupo de sexagenarios reúne su antigua banda de punk para tocar los fines de semana.
Volver con la frente marchita:
Incluso en esta actualidad de reboots y secuelas, Trainspotting 2 se erige como una de las continuaciones más inesperadas e improbables de la que se tenga recuerdo. Durante años, McGregor y Boyle se mostraron reticentes a la idea, e incluso el director resaltó la mediocridad de Porno, la novela en la que se basa ligeramente esta película. Pese a tener un final abierto, el primer film cerraba perfectamente el círculo narrativo de los personajes y no hacía más que reafirmar el concepto nihilista del guión. Más allá de lo monetario, algo que Boyle evidentemente no necesita a esta altura de su carrera, hay una razón extremadamente personal detrás de la realización de este proyecto y se puede palpar a lo largo de todo el metraje. De alguna manera, esta película representa una retrospectiva de un director sobre su propia carrera y su lugar en la industria hoy en día, pero también puede resultar como un comentario sobre los cambios, la madurez y la nostalgia. Lo que el cineasta y Renton realmente se preguntan es si las cosas cambiaron o si todo sigue igual pero mucho peor.
Si bien Boyle ha mantenido y desarrollado durante años un estilo frenético y fotográficamente virtuoso, en esta ocasión lo que prima en su estética es la cita directa a los recursos del primer film: alegorías visuales, secuencias musicales, montaje paralelo, luces estroboscópicas. Y no es que no funcione, pero uno de los grandes alicientes de Trainspotting siempre fue su frescura y originalidad, como la sobredosis al ritmo de Lou Reed o un neonato girando la cabeza como Linda Blair. Esas imágenes quedaron pegadas en la retina de más de un espectador porque eran nuevas y no autoreferenciales. Con esto no quiero decir que Boyle no se haya inspirado en obras previas, sino que antes supo brindar una propia impronta y eso quedó en la memoria cinéfila de más de uno. Casi no hay imágenes nuevas en Trainspotting 2, en su mayoría son imágenes presentadas a modo de recuerdo y reflexión de los protagonistas. Y esto es una dificultad inherente a la naturaleza de este film: si la búsqueda es un mayor desarrollo de los personajes, no pueden eludirse ciertas explicaciones y referencias a momentos previos. Esto último me hace preguntar sobre la necesidad de hacer esta secuela. Es decir, si desde el vamos sabemos que hay un problema, el cuál supondrá una menor calidad de la obra, ¿para qué realizar una segunda parte?. Aquí podemos entrar en terreno de conjeturas, pero al final de la cinta, uno entiende que Boyle quería decir algo y solo era posible a través de estos personajes.
Nihilismo y redención:
Trainspotting 2 es sobre un grupo de personas viviendo en un limbo generacional. No han dejado el pasado y no han hecho nada con su futuro. El giro reside en que ese grupo de amigos que no tenía valores en una sociedad de significados impuestos, ahora busca significados en una sociedad que ya ni siquiera se molesta por buscarlos. El mundo se adaptó ellos y ahora ya ni pueden conservar esa pizca de identidad. Es así que a través del metraje encontramos a los protagonistas con mayores aristas e incluso esperanza de redención. Lo verdaderamente contestatario, entonces, al fin y al cabo, es buscar valores en este contexto nihilista.
La película es consciente de si misma, sabe que una secuela es un producto de la nostalgia y juega con ello hasta hacerlo explícito en la propia trama. Este es un gran acierto pero que se ve contrarrestado por un exceso de flashbacks e incluso re-narraciones de escenas que ya vimos. Algo que parece innecesario cuando vemos que algunas de las ideas “nuevas” que se introducen en la película funcionan de gran manera.
Conclusión:
Trainspotting 2 es una buena película, con escenas geniales e ideas más que interesantes, pero que solo existe como nota al pie de una predecesora muy superior. Una secuela realizada con pericia e imaginación pero que no llega a justificar su existencia.