Para los personajes nacidos de la pluma de Irvine Welsh y la cámara de Danny Boyle, veinte años es un montón. El ultraviolento Begbie (Robert Carlyle) se lo pasó encerrado, Sickboy (Jonny Lee Miller), ahora Simon, es un cocainómano que a duras penas mantiene abierto el bar que le heredó su tío y trata de hacer negocios junto a su novia, más bien socia ucraniana, Spud (Ewen Bremmer) dejó la heroína pero antes la heroína lo dejó sin nada. Sólo Renton (Ewan McGregor) que acaba de volver de Amsterdam, parece con mejor aspecto. Si no te acordás casi nada de T1, de 1996, no te preocupes, que T2 te pone al día o funciona como una elíptica narración independiente. Además, Boyle filma y edita, con ese nervio creativo y ese apuro que fue novedoso dos décadas atrás, una primera parte que se ocupa de actualizar a cada personaje.
Si Trainspotting quedó, en la memoria colectiva, como una obra de culto para fans. La escena del inodoro, los viajes de heroína de los entonces jóvenes muchachos de Edimburgo, McGregor como una especie de Joe Strummer escocés, la música de Iggy Pop, Lou Reed y el Borns Slippy de Underworld conformaron un bombazo para la historia. Claramente, este es un regreso que no hacía falta, pero T2 tiene demasiadas virtudes por sí misma, empezando por su inconformismo: no es una continuación que recoge las migas caídas de la mesa, aunque suenen los mismos temas Iggy Pop, Lou Reed y Underworld otra vez. El presente de los personajes sigue regalando escenas tan revulsivas como las de la primera parte, porque la vida en ese lugar, veinte años después, no se ve mucho mejor. T2 apela a la memoria emotiva lo justo y necesario, porque queremos a estos tipos. Y suma un personaje, la enigmática Verónika (Angela Nedyalkova), que es más viva y está por encima de todo, como un reflejo que pone real dimensión a las pequeñas batallas de los ya no tan muchachos.
La recurrencia a la misma música no es el único regalo para los fans, que encontrarán -encontraremos- múltiples escenas de revival regocijante, como el brillante discurso nihilista que Renton l e suelta a la chica, parafraseando el manifiesto primero, “choose life”. La comedia punk está de vuelta, sobre una fuente tan verdadera como las páginas de Welsh (aunque lo que sucede en Porno, el libro que sigue a Trainspotting, tiene lugar una década después y no dos). Y tiene la gracia de los viejos punkies, venidos a menos pero todavía en pie antisistema. O de la vieja banda de rock jubilada que vuelve a juntarse sin que nadie se lo pida. Sabemos que ya dieron lo mejor, sabemos que es un negocio, pero ni locos nos lo vamos a perder.