Mientras ingresaba con un amigo a la sala del cine a ver “Rogue One” -el primer spin-off de muchos por venir, lamentablemente gracias a Disney, de la saga de “Star Wars”-, pregunté en voz alta, tanto para él como para mí, si la película contaría con el característico opening crawl en los créditos iniciales. Este interrogante dio paso a otras preguntas para indagar nuestras próximas sensaciones: ¿La apertura con el opening crawl serviría para mantener el espíritu del universo creado por George Lucas? ¿Y si la utilizan sin la banda sonora de John Williams que la acompaña siempre? ¿Y si deciden obviarla? Estaba impaciente por saber qué sucedería y qué impresión me daría.
Las incógnitas se develaron y se confirmaron ante la oscuridad de los créditos finales: “Rogue one” es una película timorata.
¿Por qué? Fue un gran desacierto el no utilizar el opening crawl, e incluso, y esto es algo que me hizo más ruido, el empleo de melodías de baja intensidad, como si fuese un decrescendo constante, con vagas similitudes a las bandas sonoras del resto de la saga, tanto que parecía adrede para herir la susceptibilidad cinéfila del espectador, bastardeando la película.
Estos dos aspectos, y no menciono más para no hacerla larga, denotan tibieza o para marcar distancia del conjunto total de la saga o para ser parte integral de la misma. ¿Habrán querido despegarse del espíritu homogéneo de “Star Wars”? Sencillamente, hayan o no querido hacerlo, esta indeterminación jugó en contra.
¿A qué viene todo esto? Antes de ver “T2: Trainspotting”, dirigida por Danny Boyle, temía que no pudiera igualar o superar lo irreverente que fue su antecesora y, en definitiva, es lo que sucedió.
La nueva película del realizador inglés es una adaptación cinematográfica de “Porno”, novela de Irving Welsh, que retoma, como en el libro, el regreso de Mark Renton (Ewan McGregor) a Escocia para reencontrarse con sus antiguos amigos.
Por un lado, ambas películas retratan las cruentas vidas de sus protagonistas, pero no se ciñen con el mismo espíritu cinematográfico. Sabemos que Boyle ha mantenido una estética característica que ha ido puliéndose a lo largo de su filmografía. Esto se demuestra con la soberbia puesta en escena de “T2: Trainspotting”, que, sin embargo, resulta ser más adecuada para la superficialidad de un efímero videoclip musical. Basta con ver unos minutos de la película para darse cuenta que es un conglomerado de situaciones “duras” estilizadas. La crudeza de la primera se perdió en esta por priorizar la estética por sobre la historia.
Ahora bien, su antecesora también tiene una estética estilizada pero se contrasta por ser menos pulida y más sucia, ayudando a remarcar la dureza del relato y su narrativa eufórica.
Y solo queda por decir que la “situación de estupefacientes, rock, fútbol, sala de ensayo”, como expresó hace tiempo Andrés Calamaro, se perdió en “T2: Trainspotting”. Los personajes y sus (des)motivaciones no resultan creíbles. Todo está (re)forzado para cumplir las expectativas nostálgicas del espectador.
Puntaje: 2,5/5