Otro viaje de reconciliación
“Nunca Jamás” es el nombre con el que Lola tiene registrado a Teo en su lista de contactos. “Peligro” es el de ella en los contactos de él. Sin embargo, los dos contestan las llamadas respectivas. Se separaron hace tres años, en las peores condiciones, y ahora ella acaba de llamarlo, cuando le anuncian que murió su padre. A pesar
del llamado de auxilio, cuando Lola lo ve, lo rechaza. Ya se sabe cómo es esto: habrá que lavar unas cuantas heridas de cada uno y después de eso tal vez vuelvan a estar juntos. Este es en el terreno de la comedia romántica de treintañeros, última oportunidad de comportarse como chicos de secundario antes de que la adultez se los lleve para siempre. Eso es lo que hacen Lola y Teo: mostrarse enojados y ofendidos delante del otro/a, mientras piensan en su futuro. Tampoco tan chicos.
Hay una segunda trama en Tampoco tan grandes, dirigida por Federico Sosa (Germán, últimas viñetas, Yo sé lo que envenena, Contra Paraguay). Es que hay alguien a cargo de las cenizas del papá de Lola (Paula Reca), así como de las tierras del sur que le legó a su hija: Natalio, su pareja durante los últimos veinte años (Miguel Ángel Solá). Es un poco rara la situación de Lola, ya que según su madre, su padre había muerto hace rato. Como Lola descompuso su auto en un ataque de furia, Teo (Andrés Ciavaglia) le ofrece llevarla hasta Mar del Plata en el transporte escolar de la familia. En MDQ debe reunirse con un abogado (el popular actor coreano Chang Sung Kim). Rita, hermana de Teo (María Canale) no lleva del todo bien su rehabilitación, por lo cual aprovecha para sumarse al viaje, para tomar “un poco de aire”.
De Mar del Plata, la comitiva seguirá hacia Lago Espejo, con lo cual se está ante una comedia-más-o-menos-dramática de viaje. Desde el primer encuentro, está claro que Lola y Teo van a reconciliarse, lo cual anula el movimiento de vaivén que le daría algún suspenso a la situación. Por otra parte, Lola tiene un novio brasileño cuya condición de “dibujado” queda cabalmente representada por el hecho de que en la única escena en que aparece no llega ni a vérsele la cara. La posibilidad de que Lola se case con él es claramente inexistente. María Canale, una actriz que da la sensación de “llevarse a sí misma” de película en película (en el sentido de que siempre parece estar plantada en el lugar más afín), aquí no tiene personaje para representar, más allá de su adicción, de la que se habla tardíamente.
Lo de Miguel Angel Solá es raro. Busca a su personaje con un hablar quebradizo y voz aflautada, componiendo muy de afuera para adentro. Pero a la vez, su historia de amor con el hombre fallecido, intensa, extensa y verdadera, le da a la película una carga de emotividad que parece traída de otra parte. La película ganó un desproporcionado premio a la mejor de la Competencia Argentina, en la última edición del Festival de Mar del Plata.