UN VIAJE DE DESCUBRIMIENTOS
Tampoco tan grandes empieza siendo un cliché: chico y chica que fueron pareja alguna vez se ven forzados a emprender un viaje juntos. En el transcurso del viaje irán discutiendo, pero también conciliando diferencias hasta descubrir que sigue habiendo entre ellos un enamoramiento que estaba escondido. Estamos, entonces, ante un argumento anclado en clichés de comedia romántica y de película de viaje, en el cual dos personas que comienzan peleándose terminan queriéndose, y en el cual el viaje externo es, al mismo tiempo, un viaje interno. Sin embargo, como bien decía Alfred Hitchcock, se puede partir perfectamente de un cliché sin necesariamente llegar a uno. Y puede que una de las características más salientes y valiosas de esta película esté dada por esa virtud por la cual se nos propone un film con un comienzo que vimos mil veces que va virando hacia estéticas y situaciones que raras veces vemos en el cine.
Es verdad de todos modos que Tampoco tan grandes no carece de defectos. Peca de una acumulación de subtramas (historia de un padre abandónico en la que no se ahonda y una cleptomanía que podría no estar en la película sin que se altere demasiado el relato), y de ciertas situaciones inverosímiles. Pero se trata de falencias tolerables que se compensan con creces con varios aciertos y riesgos visuales que se ven, sobre todo, en sus últimos minutos, donde la película adquiere tintes insospechadamente oníricos.
Así y todo, quizás las mayores virtudes de la película se encuentren en las intepretaciones. Andrés Ciavaglia dota de gracia y hasta sobriedad a un personaje que pudo haber caído en el patetismo. Estamos ante un actor especialmente dotado para la comedia. Y hay una naturalidad esencial en su forma de actuar que hace que podamos sentir como cotidianas hasta algunas líneas de diálogo artificiales que pudiera tener.
Además, la película cuenta con una banda de sonido memorable hecha de canciones originales, y que actúa de manera pertinente dentro del relato, con canciones que más de una vez nos describen ya sea mediante su melodía o lírica los sentimientos de sus personajes; y una escena de karaoke especialmente ingeniosa que nos da la certeza de que Paula Reca nació para cantar. Junto con todo esto, hay dos riesgos que se agradecen especialmente. El primero de ellos es el de construir un comedia romántica con actores no demasiado conocidos para el público masivo (a excepción de Miguel Angel Solá, que compone a un homosexual que elude elegantemente el amaneramiento ridículo); el segundo, la posibilidad de pensar una película influida por los géneros americanos, sin que esto le quite a la película un claro anclaje en el país donde se filma.
Sólo por esos riesgos y varios chistes efectivos desplegados durante la trama, Tampoco tan grandes es de esas películas argentinas cuya existencia se agradece y celebra.