Un padre y dos hijos luchan contra las inclemencias de un climna que no da tregua, y no, no hablamos de una secuela de Tornado, un telefilm del SyFy, o cualquier película de cine catástrofe; hablamos de Tanta Agua, un intimista drama uruguayo sobre un grupo familiar, fraccionado, al cual, un clima horrible, los hará enfrentarse con sus problemas frente a frente.
Ana Guevara y Leticia Jorge hacen su debut en un largo cinematográfico tanto en la dirección como en el guión que cuenta la historia de Alberto (Néstor Guzzini), un hombre divorciado, algo alejado de su familia, que aprovecha las vacaciones para ir a Salto con sus dos hijos, la adolescente Lucía (Malú Chouza) y el más pequeño Federico (Joaquín Castiglioni); estos dos, por supuesto, a regañadientes.
Para colmo de males, al clima tenso de la relación padre-hijos se le suma el horrible clima del lugar que no para de llover un solo instante, y así arruina por completo la idea de estar en una cabaña con pileta a puro sol veraniego.
Encerrados en una cabañita de cuatro paredes, los ánimos empiezan a enturbiarse, aflora el tedio y el aburrimiento, y la idea de Alberto de acercarse a sus hijos parece cada vez más lejana. Cada uno, empieza a desandarse por si solo, el hombre pareciera ir en busca de alguna conquista y hasta parece que la encuentra, Lucía se hace de una amiga, hace el traspaso total hacia la adolescencia, conoce a un grupo de chicos y siente las mariposas del primer amor; y Federico, también encuentra un amiguito y parece que se va a divertir como pueda.
La historia, muy simple, les depara varias sorpresas a Alberto y sus hijos, y la mala racha parece andar sobre ello como una nube negra sobre sus cabezas; él hará todo tipo de intentos por acercarse, pero todo es infructuoso, principalmente porque él tampoco parece muy conectado.
Plagada de simbologías, momentos alegóricos y un ritmo muy ameno, cuesta ver en Tanta Agua a una ópera prima. Filmada con muchísimo profesionalismo, hay muchas escenas de belleza, imágenes que hablan por sí solas, y una dirección actoral muy marcada.
La cinematografía uruguaya viene creciendo en los últimos años y Tanta Agua se encuadra en ese tipo de historias a las que ya nos van teniendo acostumbrados, simples, cálidas, y a la vez con mucha profundidad emocional.
Guzzini nos compra de inmediato con su Alberto patético, por momentos es un ser al que no querríamos tener como padre, y sin embargo siempre es querible. Chouza es un pequeño descubrimiento su Lucía es mágica, sombría y luminosa a la vez, con varias capas; otro descubrimiento es Castiglioni con toda su ternura infantil.
Quizás se podría emparentar con cierto cine argentino de la primer década del Siglo XXI, el de Martel, algo de Lucía Puenzo, Solomonoff, Gugliotta, o Paula Hernández, no por nada todas mujeres, no por nada todas con sensibilidad a flor de piel. Tan Agua es un cine rioplatense del bueno, aquel que puede identificarnos como zona y como idiosincracia.