La llama de la juventud.
Si bien existe una correspondencia directa con tópicos ya aparecidos en De jueves a domingo como la presencia de niños, sus juegos dentro de un auto y la mirada sobre los adultos, el tercer opus de Dominga Sotomayor busca el afuera mucho más rápido, no como referencia histórica porque poco importa el año en que transcurre Tarde para morir joven, simplemente referencias a los últimos estertores del Pinochetismo y la idea de un Chile saliendo hacia la madurez luego del referéndum y la apuesta a la democracia.
Pero es Sofía (Demian Hernández) y su búsqueda el pivot de la trama, sin dejar de lado la estructura coral por la cantidad de personajes que rodean su derrotero en una suerte de comunidad ecológica, aislada del mundanal ruido urbano y sometida a las leyes de la naturaleza y del libre albedrío. Padres e hijos comparten no sólo el espacio sino también un sentido de la vida más lúdico, aunque también las diferentes maneras de expresar su libertad. Puede ser el arte, la compañía en una charla o la gimnasia del recuerdo para ver dónde se perdió esa juventud, elemento que los rodea en la potencialidad de los niños que no dejan de ser niños en el bosque, con sus atractivos naturales y sus peligros.
Pero a Sofía la ausencia materna le pesa tanto como la poca comunicación con su padre, a veces poco activo en el seno de esa comunidad. El despertar sexual también es algo que ocupa parte de su búsqueda personal y los ojos se debaten entre un muchacho más grande que ella, con quien escapan cada vez que pueden, y su vecino Lucas de la misma edad que ella. Ambos pre adolescentes, ambos a veces avergonzados por las conductas de sus padres pero con esa desfachatez propia de la edad para que el contraste generacional fluya en una trama que también fluye desde las pequeñas anécdotas hasta la acumulación de diálogos y detalles para terminar de construir a cada uno de los habitantes de esa comunidad.
Sin lugar a dudas como ocurriera con su opera prima, Dominga Sotomayor consigue generar empatía con su forma de abordaje de lo humano, con la constante incorporación de elementos contextuales sin un sentido únicamente histórico, sino más arraigado a lo melancólico como aquel que se produce con el recuerdo del tema La pachanga de los rosarinos Vilma Palma e Vampiros, sin dejar de rescatar la sentida interpretación del “hitazo” Eternal flame, de The Bangles, en acordeón desde la cálida voz de Sofía.