Entre el screwball comedy y Woody Allen
El historiador, critico y cineasta Peter Bogdanovich vuelve a la dirección con una screwball comedy (subgénero surgido durante la Gran Depresión, cuya presencia de un personaje femenino fuerte en relación con el protagonista centra la historia, diálogos rápidos, situaciones ridículas, tramas que involucran el noviazgo y el matrimonio en una clara intención de evadir al espectador) sólo para cinéfilos. La forma de esta película apela al guiño conocido por el espectador que vio aquellas cintas de la década del 30 y 40, aunque su enroscada trama le resta fluidez a un film que intenta imitar a Woody Allen.
La historia que tiene de productores ejecutivos, entre otros, a Wes Anderson y Noah Baumbach, empieza en una sesión de terapia en la que una actriz en ascenso confiesa sus pecados del pasado, aquel en el que era una prostituta vip apodada Isabella Patterson (Imogen Poots) en hoteles cinco estrellas, donde conoce a una gama de personajes estrambóticos que se enamoran de ella y le brindan apoyo económico. Entre ellos está el dramaturgo Arnold Albertson (Owen Wilson), que no puede evitar salir con prostitutas en sus viajes de trabajo lejos de su mujer e hijo. Cuando conoce a “Izzy” ambos se enredan en una suerte de destino caprichoso que los hace coincidir en el mismo hotel, mismo teatro, mismo restaurant y aeropuerto, presentando más de una confusión de puerta en puerta.
Woody Allen sabe como elevar una comedia en estructura pasatista a otro estrato con toques de existencialismo y cinismo. Lo logra a través de un estilo único que fue perfeccionando desde la década del setenta sin nunca cambiarlo, para pulirlo cada vez más en su forma cinematográfica. Una característica específica en su cine es el personaje neurótico. Aquel que ve conspiraciones en su contra y se auto boicotea convirtiéndose en un impedimento para su propia felicidad. El efecto cómico surge del contraste entre la visión fatalista, inquieta e irónica del neurótico para con el resto de los personajes. En Terapia en Broadway, el director de La última película (1971), comete el error de construir una manada de personajes neuróticos que chocan unos con otros, como si estuvieran compitiendo entre si, en sus visiones desenfrenadas del mundo. El efecto burlesco se excede y pasa a un tono grotesco no bien articulado.
Dicho esto, la película tiene sus momentos. Cuenta con un elenco de lujo que suma a los ya nombrados a Jennifer Aniston, Kathryn Hahn, Rhys Ifans, Cybill Shepherd, Austin Pendleton, entre otros. Todos quieren sobresalir en su momento de la multiestelar película, y algunos logran explotar sus dotes para la comedia elevando los segundos de cámara que les tocan. También hay que reconocer que algunos guiños cinéfilos funcionan (a Howard Hawks, y Ernst Lubitsch, con homenaje explícito a El pecado de Cluny Brown), aunque puestos todos en funcionamiento a la par termina siendo un exceso desmedido.
Woody Allen primero es cineasta y luego autor, mientras que Bogdanovich es primero un intelectual que estudia las formas cinematográficas que aplica a sus películas, en su mayoría resignificaciones del cine clásico de Hollywood que tanto admira, y después se vuelca a la realización. Ahora en cuanto pretende armar un relato pasatista de diván, no termina comprendiendo la esencia del cine de Allen, quedándose a mitad de camino entre el homenaje al cine de antaño y la copia burda al director de Misterioso asesinato en Manhattan (1993).