La diversión brilla por su ausencia
Ya estamos con la eterna deuda a cuestas. A un director de cine con una carrera tan prolífica como exitosa, ¿se le tiene que valorar individualmente por cada una de sus películas o resaltar siempre el conjunto de su obra? Esta es una pregunta que asalta cuando vas a ver la última de Woody Allen, Martin Scorsese, Clint Eastwood y ahora Peter Bogdanovich.
El realizador de películas tan deliciosas como La última película (1971) o ¿Qué pasa, doctor? (1972) ya hacía algún tiempo que no se colocaba detrás de las cámaras, con unas últimas tentativas que no habían sido precisamente muy satisfactorias -El miau del gato (2001) y algunas producciones televisivas que le habían reportado severas críticas-.
Ahora se viste de Ernst Lubitsch en esta Terapia en Broadway que nos ocupa, y lo cierto es que sigue en baja porque el sopor y el aburrimiento hacen acto de presencia en una comedia a la que falta ritmo y buenos diálogos. Todo suena demasiado conocido en este enredo de equívocos con demasiadas coincidencias inverosímiles. El plantel de conocidos actores que va apareciendo en escena carece de la chispa y el desparpajo suficiente para arrancar la risa del defraudado espectador. Algún gag verbal y visual aislado nos recuerda que quien dirige fue un auténtico maestro de la diversión; capaz de crear un universo autónomo, donde sólo contaba el ingenio, la réplica perfecta y el engarce de sucesos regocijantes.
Sin embargo, aquí todo parece desfasado: desde ese Cheek to Cheek que suena al inicio y que ya augura que de moderno vamos a ver bastante poco, pasando por esos títulos de crédito que pretenden homenajear a las cabeceras sementeras hasta llegar a una enumeración de tópicos (puertas que se abren y se cierran; conversaciones telefónicas inacabables; neurosis colectiva), que no le hacen ningún bien a un conjunto que nunca acaba de encontrarse.
Como dice una de las protagonistas en un momento del film: “Parece que hoy todo el mundo parece confundido, debe de ser el tiempo”. Pues eso, la confusión aparece a sus anchas en un desarrollo argumental que termina embarullándose en sí mismo, y seguramente el paso de los años ha tenido mucho que ver en esa pérdida de frescura y descaro.
Los actores correctos y nada más. Los personajes femeninos chillan mucho y parecen estar histéricos todo el rato (sobre todo Jennifer Aniston y una recuperada para la ocasión Cybill Sheperd, antigua musa de Bogdanovich), y los masculinos (por citar algunos Owen Wilson, Rhys Ifans o Will Forte, algo más calmados, intentan todo el rato controlar la excitación permanente de sus “partenaires”, aunque por supuesto, y como mandan los cánones, a todos les une la fea costumbre de ser infieles a sus respectivas parejas.
En definitiva, lo mejor es disfrutar con aquellos clásicos en los que el cineasta se encontraba en plena forma, y mirar esta Terapia en Broadway con cariño, aunque esté lejos de ser una buena película.