Elogio del ritmo
La indiferencia con que se ha tratado la última película de Peter Bogdanovich es la recurrente respuesta posmoderna hacia aquellos cineastas cuya generosidad es un gesto demasiado grande en un ambiente donde se celebran chistes escatológicos por docena. Terapia en Broadway es una comedia alocada que no sólo se queda en un sistema de referencias hacia una etapa dorada de la historia del cine. Su nostalgia nunca es de clausura: allí se encuentra una nueva generación de actores que continúan y actualizan los planteos genéricos de películas como What’s Up, Doc? (1972), They All Laughed (1981) o Noises off (1992). Que no sean agredidos, flagelados ni burlados, como suele verse en varios films que jibarizan la televisión de las últimas décadas en pantalla grande, tal vez ponga incómodo a más de uno.
Bogdanovich manifiesta un cariño por la historia y por sus personajes que lo enaltece. Además, es poseedor de un ritmo sostenido a la perfección. Hay que decir, en este sentido, que la película calienta motores progresivamente y encuentra las dosis perfectas de humor para no apabullar al espectador. Dentro de la excéntrica trama y galería de personajes, la multiplicidad de roles y los constantes intercambios se conjugan progresivamente en un mismo espacio, el de un hotel, primero, y el de un teatro, luego. Se prepara la producción de una obra y el director, Arnold Albertson (Owen Wilson), llega a Nueva York antes que su familia y decide pasar la noche con una joven prostituta, Izzy (Imogen Poots). Es el punto de partida para que los diferentes personajes aparezcan y se mezclen en una red de complicaciones perfectamente dominada por la pericia narrativa de Bogdanovich que, una vez más, juega con una puesta en escena a base de puertas que se abren y se cierran en forma frenética, entradas y salidas, pasillos, correrías, y palabras, muchas palabras.
Por otra parte, además de los hechos que suceden, se ensambla un metadiscurso sobre el género. El director no elige el recuerdo como sombra y pone en boca de la bellísima Imogen Poots constantes alusiones a clásicos de Lubitsch, Hawks, entre otros, siempre desde una luminosidad creativa capaz de revitalizar una vez más la comedia como forma de vida. El cameo de Tarantino es una forma de ligar generacionalmente dos actitudes frente al cine pero que comparten, en todo caso, la pasión.