Hacía muchos años que no se estrenaba un film de Peter Bogdanovich en Argentina. Vuelve a las salas con una comedia mainstream que es un homenaje a la screwball comedy de los años dorados de Hollywood, con el recuerdo explícito de Lubitsch, Hawks y tantos otros. Película de enredos, de coincidencias azarosas, de parejas que se cruzan en un torbellino de situaciones equívocas en las que reina la confusión divertida.
Terapia en Broadway cuenta con muchos intérpretes conocidos: Owen Wilson es aquí un director de teatro felizmente casado que, en sus noches de libertad, contrata prostitutas a las que después patrocina para que dejen su profesión y se dediquen a alguna tarea creativa que les interese. Pasa su primera noche en Nueva York con una encantadora call girl de gran corazón llamada Isabella (Imogen Poots), con quien cumple su ritual, sin saber que al día siguiente, en la audición de su obra, ella será la mejor postulante para compartir escenario con su esposa (Kathryn Hahn) y un viejo amigo de ambos (Rhys Ifans), testigo de esa noche de infidelidad.
A partir de allí, los enredos se suceden, con el agregado de la intervención del autor de la obra y su novia psicoterapeuta, una desopilante Jennifer Aniston. También tendrá su lugar Cybill Shepherd y otros más, todos confluyendo casualmente en sitios emblemáticos de Nueva York.
Como en toda screwball, el diálogo es permanente, con líneas filosas y rápidas como látigos, y la tensión va en aumento mientras estamos pendientes de que todo estalle en el colapso final. Así como se disparan las palabras, también los sentimientos entran en juego en cruces mortales: atracción, deseo, celos, competencia, revancha que cobran sus víctimas. Y por añadidura, la obra teatral que se ensaya constituye una puesta en abismo de las situaciones que viven los personajes en su vida real.
Estructurado como un largo flashback de Isabella, quien es entrevistada cuando ya es una actriz famosa, su relato funciona como paréntesis o momentos de reposo en esa vorágine.
Por momentos divertida, la película, sin embargo, no suena del todo original. Sus toques cinéfilos, el uso de la música de jazz, los diálogos y las locaciones en Nueva York, incluso la paleta de colores elegida, siguen con gracia las huellas de Woody Allen, pero sin la genialidad que aquél supo mostrar en sus años dorados.