El último éxito de la taquilla norteamericana es Zombieland, una comedia de terror con zombies al estilo de Shaun of the Dead. Aquí hay un equipo creativo que figuraba en ligas menores - secuelas de títulos de la Disney; otras secuelas de calidad cuestionable como Cruel Intentions 3; productores televisivos - que ha pegado el gran zarpazo. Si bien no tuvo una recaudación espectacular - éstas suelen ser de las fechas más flojas en las taquillas yanquis -, a todo el mundo le gustó la película. Y es que Zombieland, tal como Shaun of the Dead, tiene risas, sustos y sobre todo corazón.
A alguien se le ha ocurrido decir (y con bastante inteligencia) de que el horror está dividido por clases sociales. Los vampiros suelen ser condes y, por lo tanto, de clase alta; los hombres lobo son de clase media; y los zombies vendría a ser el horror proletario. Son masivos, todos tienen las mismas características y son baratos de fabricar. Aunque hay momentos de gore y ataques multitudinarios de muertos vivientes, los zombies no son lo más importante en Zombieland. A la película no le interesa demasiado explicar las causas, o poner un evidente villano en el centro de escena. Los muertos vivos son más un paisaje de fondo que otra cosa. Como suele suceder con el género de los zombies - y por ello la popularidad del mismo -, semejante escenario da para generar subtextos. En realidad, siempre se sigue el modelo de George A. Romero - el padre de la criatura desde su clásico La Noche de los Muertos Vivos y sus interminables secuelas y remakes -, en donde los revividos son una especie de alegoría social. Aquí la historia pasa en realidad por un grupo de inadaptados sociales que terminan formando una familia sui generis - y los zombies vendría a ser el resto de la sociedad que los ataca o rechaza - . Vean sino los especímenes que han sobrevivido a la hecatombe: un adolescente fóbico y antisocial, un provinciano racista y violento, un dúo de estafadoras. No son precisamente lo mejorcito del mundo para intentar reconstruir la existencia de la raza humana.
El tema es que semejantes personajes terminan resultan queribles, porque empiezan a mostrar un lado humano bastante tierno. La historia se centra en Columbus (Jesse Eisenberg), un nerd maniático y antisocial, que comienza a descubrir el mundo y a madurar cuando debe salir al exterior de su hermético departamento de estudiante. En el fondo, Zombieland no es más que una road movie en donde los personajes se redescubren a sí mismos. Ya sé que todo este análisis suena demasiado intelectual ya que estamos hablando de una comedia, pero allí precisamente es donde radica el plus que hace tan disfrutable al filme. No son personajes profundos ni demasiado tridimensionales, pero al menos son entendibles y creíbles, y uno se identifica con ellos.
Y mientras se redescubren y empiezan a valorar el significado de la amistad, se les presentan situaciones disparatadas. Por momentos Zombieland parece sintonizar a Feast - en especial los cartelitos en pantalla con las reglas de supervivencia de Columbus -, y muchas veces la acción es propia de las caricaturas, como la secuencia de el asesino de zombies de la semana. Al momento de generar situaciones cómicas, lo hace con gracia y a veces con mucha gracia. Toda la secuencia en que el cuarteto llega a Los Angeles e irrumpe en la mansión de Bill Murray es desopilante. Será breve, pero por lejos es lo mejor del filme.
Zombieland es una excelente comedia con zombies. Hay gore, pero no tanto. Los diálogos tienen su chispa, y los actores están espléndidos en sus excéntricos papeles. Entretiene de cabo a rabo, y encima ofrece un plus de cierta profundidad. Y eso ya es pedir demasiado para un filme de terror cómico.