Zombieland: un viaje memorable.
Tierra de Zombies, ópera prima de Ruben Fleischer, comienza con una imagen tomada mediante cámara en mano que tranquilamente podría evocar al último film de Romero, Diario de los muertos. Es que luego de representar, en subjetiva y con gran nervio, una furibunda carrera por la supervivencia de un camarógrafo, corrida que comenzará a dar cuenta de cierta fascinación del realizador por el gore en un plano cercano que proporciona el shock a través de la provocación de la carne siendo despedazada (impureza digna de toda splatter movie), Fleischer decide aniquilar esa instancia de registro en vivo y en directo a través de un narrador omnisciente (voz en off en primera persona) que hace gala de ciertas reglas de supervivencia.
Tales pautas, que parodian con burlesco énfasis lo que podría concebirse como un punteo aniquilador y lúdico de todo clisé en lo que a películas de zombies y otros derivados del survival horror respecta, son enumeradas por el joven Columbus (Jesse Eisenberg), un temeroso y antisocial personaje que alude con su impronta (fachada satírica) a una buena parte de la juventud que cambia salidas y vínculos con el otro sexo por encierro, videojuegos y una especie de soledad que oficia a modo de confort frente al sufrimiento del mundo exterior. Es que si Columbus es como es, todo se debe a su crianza: el joven ha crecido alejado de todo núcleo protector familiar y distanciado de otros grupos que pueden considerarse afectivos (ej: amigos o compañeros). En ese aislamiento, Columbus, más que perdedor consagrado deviene mañoso solitario.
Y esas mañas, un conjunto de aptitudes perfeccionadas debido al surgimiento de Zombieland (los juegos temporales de la película van y vienen entre un antes y un después del despertar de los muertos vivos) que elevan al joven protagonista hacia lo más alto de una especie de podio de maestro en las tácticas de la supervivencia, se centran particularmente en las corridas: hay que regular de manera adecuada el ritmo cardíaco y en lo posible estar en forma para no convertirse en alimento de los numerosos perseguidores caníbales (como una de las reglas nos enseña cuando un zombie se deglute a un obeso corredor). En este sentido, probablemente no sea disparatado considerar a Tierra de zombies como una película de corridas, de carreras. Un film de índole maratonista repleto de perdedores y ganadores.
Durante esas instancias, medianamente originales gracias a la autoconciencia que promueven las reglas de supervivencia ya mencionadas, la película levanta vuelo, se torna adrenalínica, generando tensión y altas dosis de humor negro. Basta con ver la secuencia de imágenes que acompañan los títulos de apertura: perseguidores y perseguidos se mueven en cámara lenta mientras se escucha For Whom the Bell Tolls, de Metallica. Esos minutos iniciáticos, paródicos, de una libertad absoluta y que se asemejan a aquellos de Watchmen únicamente en cuestiones formales (música extradiegética más cámara lenta más acciones en diversos contextos), brindan un resumen de lo que puede ser pensado como una especie de telón de fondo en Tierra de zombies. Porque si el film de Fleischer evoca paródicamente a Exterminio (Danny Boyle), hace referencia levemente a los incontables films de muertos vivos de Romero, o se acerca un poco a Muertos de risa (Edgar Wright), los momentos a través de los cuales se producen las situaciones más calmas y que consiguen sacarle al espectador una sonrisa emotiva son aquellos dignos de encontrarse en toda comedia adolescente. Sí, estamos en presencia de un híbrido.
Habrá que admitir que tal mezcla funciona. Quiero decir: si la película de Fleischer parodia ciertos géneros, o subgéneros, como las películas de zombies, también satiriza varias convenciones del núcleo familiar y de las vivencias de adolescentes. Basta con observar la relación de Columbus con Tallahassee, un genial y alocado Woody Harrelson que parecería ser la cruza perfecta entre el Walker Texas Ranger de Norris y el Cobra de Stallone. Ambos podrían ser hermanos funcionando claramente como opuestos: uno metódico y bien racional, otro explosivo y altamente pasional (incluso cuando esa pasión es desatada por la obtención de aquella diminuta masa rellena, esponjosa y dulce denominada Twinkie). Además, donde hay dos hombres también puede haber dos mujeres para equilibrar las cuestiones genéricas y llegar a conformar la imagen, en este caso sumamente destartalada por autoconciencia, de la familia tipo: papá, mamá, hijo e hija. Las mujeres en cuestión son la sexy Wichita (Emma Stone) y la pequeña Little Rock (Abigail Breslin), dos figuras que remiten a aquellas de hermanas y, en ocasiones, de madre e hija. Así, la familia sustituta queda conformada para emprender un viaje, un camino hacia donde pueda ser posible sobrevivir un poco más (Tierra de zombies también es una road movie: como dije antes, todo un híbrido).
En un momento de ese viaje, el grupo culmina por entrar en la supuesta mansión (un verdadero palacete) del actor Bill Murray. Allí, Tierra de zombies se convierte en un homenaje más que disfrutable a la figura del actor. El gran Bill hará de sí mismo, mostrándose maquillado como un zombie para evitar ser devorado (maquillaje que lo llevará a alcanzar un destino abrupto, trágico y con desenlace disparatado). Pero también se evocan acciones, imágenes y canciones de Los Cazafantasmas: todo está servido para que se impongan los guiños sobre los nostálgicos. Y, la verdad, uno la pasa tan a gusto en la casa de esa especie de tío famoso y millonario que es imposible irse sin pensar en lo que se dejó atrás. De todas formas, el show debe continuar.
Y esa continuación se extiende hasta llegar a un parque de diversiones que no es otra cosa más que la verdadera Zombieland (si antes conocimos a Adventureland…). En ese lugar, las acciones se tornan algo chatas y recurrentes. Ya no sorpresivas, sino más bien catárticas: Columbus desobedece una de sus reglas y deja de lado su peor miedo (los payasos) para salvar a su amor, Wichita, mientras Tallhassee desata su ira contra los zombies, afirmando que él es el mejor en lo que hace: matar muertos vivos.
Si bien Fleischer sabe del horror del gore, de las corridas, del humor negro, de la sátira y la parodia, también sabe qué es lo que más se disfruta y se valora: desear seguir adelante pese a toda adversidad existente. Sea como sea: esa nueva familia, unida frente a todo tipo de diferencia, logra evitar ser devorada por las hordas de una Zombieland devastada.