Esos malditos y torpes muertos vivos
Pocas cosas podrán hacerse más gozosas, por estos días soporíferos, que ir a ver Zombieland a un cine con un buen equipo de aire acondicionado. Aunque para algunos sea el placer culposo reservado para cosas tales como, precisamente, pelis de zombies. La de Ruben Fleischer es una de esas sorpresas que asoman cada tanto, sin grandes aspavientos, para confirmar aquella máxima según la cual un buen guión hecho con cariño, diálogos y textos inspirados, un elenco perfecto y mucho sentido del humor absurdo hacen un combo de encanto indestructible. Más aún si se vuelcan esos ingredientes sobre un marco de muertos vivos, algo así como símbolos de la más cargosa estupidez humana: torpes, pesados, peligrosos y desagradables como gigantescos insectos viscosos.
A un mundo zombie se enfrenta, porque no le queda otra, Columbus-Ohio, llamado así, como los demás personajes, por su ciudad-estado natal e interpretado por el extraordinario Jesse Eisenberg, el chico tímido de Adventureland, una de las mejores películas de 2009 con la que Zombieland no sólo comparte su presencia (y el genérico de su título), sino también la de un parque de atracciones, aquí como eje de la gran secuencia final. En su camino hacia algo vagamente parecido a la idea de hogar, siguiendo una absurda lista de normas autoimpuestas, como buen nerd, para la supervivencia, Columbus se encontrará con Tallahassee (Woody Harrelson), un matazombies a la manera del Jack Crow de James Woods en Vampiros. Y con dos chicas más peligrosas que una manada de caníbales, Abigail “Miss Sunshine” Breslin y Emma Stone. Mientras se alternan temas de Metallica o The Racounters con el hilarante off de Columbus en plan diario de (mal) viaje. Y el ritmo visual desemboca en sorpresas con clímax en un cameo que hay que ver para creer, durante un bizarro tour por el circuito turístico de las mansiones de famosos, en una Los Ángeles vacía.
Zombieland es una película de humor en serio. Que provoca la carcajada mientras se crece como slapstick con genuina ternura. Además, sin un pelo de tonta, la película comenta ideas acerca de los lazos familiares, las convenciones sociales y la soledad en una sociedad zombie, donde ni los que quedan vivos son capaces de confiar entre sí lo suficiente como para contarle al otro cuál es su nombre de pila. Aunque en el fondo, eso qué importa.