Apenas el fin del mundo
Desaforada y desopilante mirada de un grupo de marginales perdidos en un territorio apocalíptico.
Un nerd depresivo, neurótico obsesivo (Jesse Eisenberg); una suerte de cowboy, tan traumado como duro e inescrupuloso (Woody Harrelson); dos hermanas ventajeras, tramposas (Emma Stone y Abigail Breslin), perdidas en una ruta devastada. Esto es lo que queda de los humanos tras una hecatombe que convirtió al planeta en una carnicería zombie. El sarcástico, feroz, gracioso apocalipsis que plantea Ruben Fleischer en su opera prima: un tanto irregular, pero desaforada, espasmódicamente entretenida.
Tierra de zombies, narrada desde la perspectiva de Columbus (Eisenberg), recibe al espectador con un cross al mentón y un desenfrenado combo cinematográfico que bombardea los sentidos. La película es una road movie que transcurre en un ambiente de fin del mundo, estilo La carretera, de Cormac McCarthy, o Soy leyenda, de Richard Matheson. Pero que combina elementos de películas de zombies, de comedias de iniciación amorosa, de westerns y de filmes de familias disfuncionales (Breslin, la nenita de Pequeña Miss Sunshine, acá aparece como una adolescente nada cándida).
El tema de la formación de una familia, como también el del sexo, obsesiona al torturado Columbus, del que nunca sabremos cómo se llama, ya que los personajes se mencionan entre sí por los nombres de los sitios a los que quieren llegar. El muchacho, cuya voz en off domina gran parte del relato, suena tan neurótico que, por momentos, el Apocalipsis no parece ser más que la representación de sus temores. Y una serie de reglas que inventó, para evitar a los zombies, a las manías compulsivas de los obsesivos.
Pero Fleischer, felizmente, no cae en psicologismos. Transmite las personalidades de sus protagonistas a través de la acción vertiginosa: motor de la película, junto con un gore humorístico -en las antípodas del de sagas estilo El juego del miedo- y el perfil bien trazado de cada personaje.
Entre secuencias de mayor o menor efecto cómico, se destaca una en la mansión de Bill Murray, con una breve pero efectiva participación del actor de Perdidos en Tokio y Flores rotas. El tramo final de Tierra, en un parque de diversiones, es un verdadero remolino de adrenalina. Esa es, justamente, la simple propuesta de Fleischer. La posibilidad de reírse de las convenciones, de hacer catarsis a los golpes y, por qué no, formar una familia donde había sólo destrucción, nada.