Más vivos que muertos
La premisa es más que sencilla: Tierra de zombies es una parodia lisa y llana sobre ciertos códigos y elementos del género que, en estos tiempos en los que reina la solemnidad y la seriedad mal entendida en películas de terror, aporta una dosis de frescura y creatividad tan necesarias como estimulantes.
Lejos de la consabida metáfora política acerca de los muertos vivientes, ya consagrada a fines de los 60's por el legendario George A Romero, una pátina de saludable cinismo y desparpajo recubre los casi 90 minutos de metraje, donde una mezcla de road movie ácida con algunos rasgos de western urbano no hacen otra cosa que deleitar al espectador con la presentación de una galería de personajes extraños -cincelados desde los estereotipos-, con una gran cuota de singularidad y hasta humanidad que los eleva por encima del promedio general.
La trama se instala sin vueltas en un presente post apocalíptico en el que la plaga de muertos vivos pulula por cada rincón de los Estados Unidos, haciendo gala de su torpeza en los movimientos, aunque también de su voracidad por la carne humana. Por supuesto, existen humanos que han logrado sobrevivir sin recibir las temibles dentelladas (portadoras de malos presagios para quien le toque en suerte); entre ellos, el púber Columbus (Jesse Eisenberg), el lunático Tallahassee (Woody Harrelson) y las timadoras Wichita (Emma Stone) junto a su hermana menor Little Rock (Abigail Breslin).
Todos ellos evocan desde sus singulares nombres un pueblo o ciudad ya desvastado por los zombies, como parte de uno de los guiños que el debutante director Ruben Fleischer comparte con el espectador, así como un par de situaciones desopilantes que no hacen otra cosa que confirmar un buen guión que acumula gags y pasos de slapstick con buen ritmo y sin resultar forzados
Entre escopetazos, desmembramientos -que no deben envidiarle nada a cualquier producto de este tipo- y una suma de chistes verbales y diálogos filosos, los personajes se abren camino y el film transita con absoluta fluidez gracias al buen manejo de cámara y al apropiado uso del espacio cinematográfico en las secuencias que exigen un mayor despliegue escénico.
Mención aparte merece el encuentro bizarro con el gran Bill Murray, sin dudas lo mejor de esta calibrada parodia que, si bien cuenta con algunos altibajos (promediando su última media hora es evidente), invita con enorme generosidad a relajarse y gozar.