Nos devoran los de afuera
Cuantas alegrías nos han dado los zombies en los últimos años. Desde el regreso triunfal del maestro Romero a sus monstruos originales (Tierra de los muertos, El diario de los muertos) a los pases de comedia negra (Shaun of the Dead), pasando por las reformulaciones infecto-contagiosas (Exterminio, ([REC]), y en el medio el debate a vida o muerte (o a muerte sola, nomás) entre zombies rápidos vs zombies lentos. Alegrías que tienen un valor adicional en un género como el terror que, por lo menos en Hollywood, viene alicaído y previsible, embotado como muerto vivo, dedicado al copy-paste de éxitos pasados y sucesos extranjeros (mayormente orientales) o a la explotación miserable de las pulsiones sádicas. En un contexto así, los zombies se cargaron el género al hombro y le brindaron muchos sus mejores momentos. La última de esas alegrías se llama Tierra de zombies, y no es mezquina en aquellos elementos que uno disfruta en una película de muertos caníbales: el humor negro, el gore y el despliegue descerebrado y alegre de violencia brutal.
En un mundo arrasado por la plaga zombie y con una humanidad en vías de extinción, cuatro sobrevivientes se encontrarán y deberán seguir juntos para poder subsistir. Un muchacho tímido y asustadizo, un redneck de carácter duro pero de corazón blando y un par de hermanas (una joven y una niña) que sobrevivieron siempre –y también ahora- gracias a su habilidad para embaucar ingenuos. A pesar de la desconfianza inicial que hace que ni siquiera se revelen sus nombres y se llamen por su lugar de origen (Columbus, Tallahassee, Wichita y Little Rock), se cuidaran las espaldas a sabiendas de que si entre ellos se pelean los devoran los de afuera. Y aunque igual se pelean bastante, entre ellos ira surgiendo un vínculo afectivo genuino. Porque de lo que se trata aquí, en ese trasfondo de horror y supervivencia, es de la constitución de una familia. Una familia sustituta, posiblemente disfuncional pero adecuada a tiempos disfuncionales, cuyos miembros en circunstancias normales hubieran sido incapaces de formar una.
Lo que Tierra de zombies viene a ofrecer no es algo nuevo, pero lo cuenta de manera muy entretenida y manejando hábilmente los ingredientes que mezcla: la trama de terror, el tono de comedia y los elementos de road movie y hasta de western, mientras la química entre los personajes opuestos de Tallahasee y Columbus (Woody Harrelson y Jesse Eisemberg) le da su toque de buddy movie. En esa mixtura juega un gran papel el soundtrack de country y rock, que incluye temas que van desde Willie Nelson a Metallica (en una apertura que es la épica del splatter), junto a las citas cinéfilas igualmente eclécticas para ir desde Deliverance a Los cazafantasmas.
Hay una diferencia entre ser ingenioso y querer pasarse de piola. En Tierra de zombies hay ideas ingeniosas que están integradas al relato, como las reglas de supervivencia elaboradas y formuladas por Columbus, que cobran presencia física y van jalonando la historia. O también los divertidos flashbacks que no se limitan al pasado de los protagonistas y pueden incluir experiencias, explicaciones y ejemplos de víctimas y sobrevivientes anónimos.
El director, Ruben Fleischer, declara la influencia de Shaun of the Dead y ha citado a El Hombre lobo americano como ejemplo de una buena combinación entre terror y comedia. Esas influencias se notan, al igual que la de El regreso de los muertos vivos, la saga con la que Dan O’Bannon integró a las criaturas de Romero al reino del humor. Hay precisamente un tono de desparpajo, de liviandad en medio del desastre, de catarsis y buenos momentos, que le dan a Tierra de zombies su carácter de película feliz.