Arte en fuga
¿Se puede vivir del arte?, o mejor dicho, ¿hacer de la mera existencia y la rutina una obra de arte inconclusa, un constante y angustiante proceso creativo que va mutando y acomoda por momentos o desacomoda piezas de un gran tablero? Quizás así se sintió el artista francés Marcel Duchamp durante su fugaz pero intensa estadía de diez meses en Buenos Aires. El pretexto de su llegada es uno de los estadios de una larga travesía generada por la huida de la primera guerra.
Un viaje en barco y la incertidumbre en alta mar torció el timón hacia estas tierras, malas copias de la Europa que en ese entonces uno de los padres del arte moderno abandonaba para encontrarse con un país alejado de esa realidad y con personajes que según su mirada eran brutos con dinero.
Volcarse al punto de vista de un artista y hacer de su mirada de extranjero la principal virtud es uno de los postulados que los directores Mariano Galperín y Román Podolsky -el primero con su experiencia en el ámbito del cine y el segundo desde su habilidad en la dramaturgia- que además consolidan esta película, supieron condensar una modesta producción para la reconstrucción de época sin caer en la tentación de la fidelidad con la etapa histórica a rajatabla. Es desde el minimalismo como concepto el espacio donde se construye esta insólita visita del artista francés. Y con la oscilación permanente del ocio aplastante al creativo, fuerzas invisibles que encuentran su mejor expresión en viñetas que coquetean con lo onírico o simplemente en escenas fragmentadas, las cuales no persiguen una lógica cronológica sino que se adaptan al transformador punto de vista del protagonista, a cargo de Michel Noher.
La apuesta visual al blanco y negro genera un ambiente anacrónico muy sugestivo, al que se le suma un apunte lúdico en un juego de citas que refieren a figuras de tiempos futuros. Cabe recordar que los diez meses en que Duchamp estuvo en Buenos Aires comprendieron los años 1918 a 1919, por ello rescatar a Luis Alberto Spinetta, Pink Floyd o a Juan Domingo Perón, entre otros, deja los indicios del cambio de registro explícito y de la búsqueda artística por parte de de los propios realizadores.
El ajedrez, una de las pasiones de Duchamp, quien pasaba horas jugando en solitario, los excesos en los placeres mundanos (la escena de menaige a trois por ejemplo) y la permanente necesidad de crear y destruir lo creado son elementos constitutivos de los rasgos artísticos de uno de los exponentes europeos más influyentes del siglo pasado, también la recuperación de algunas de sus cartas para dejar establecida la relación de amor odio con esta Europa decadente llamada Argentina.