Tren bala es el tipo de película que debe haber sido más divertida de hacer de lo que resulta de ver. A medida que la narración acumula escena tras escena de diálogos ingeniosos, coreografiadas peleas y personajes cada vez más excéntricos, el espectador puede imaginarse al director David Leitch (Deadpool 2), explicándole a los productores lo entretenido que será meter a Brad Pitt en el famoso tren japonés del título y verlo enfrentarse a asesinos despiadados, un persistente controlador de boletos, el carrito de las bebidas y una serpiente. Si, esta comedia de acción incluye todo eso y mucho más. La fórmula juega con los excesos en todas las áreas: la ambientación y el vestuario rebosan de colores estridentes, el neón marca el tono y los diferentes acentos se apilan para formar lo contrario de una torre de Babel. El maximalismo es intencional y sin embargo eso no supone que resulte como seguramente lo pensaron sus creadores.
Con el impulso de las películas de superhéroes, basada en una novela del prolífico autor japonés Kotaro Isaka y tomando prestado algo del espíritu de los guiones de Quentin Tarantino, el ritmo que a veces consiguen los films de Guy Ritchie y el aire de irrealidad de la saga de John Wick, Tren bala tiene personajes con malas intenciones pero la resistencia física y ocasional humor de Iron Man o Deadpool, y desde el inicio se ocupa de comunicar que nada de lo que se verá en pantalla hay que tomárselo en serio. Una premisa con peligroso doble filo: si la persecución de un mafioso ruso llamado Muerte blanca que controla el bajo mundo japonés y gusta de asesinar a sus rivales con sus propias armas no asusta a sus víctimas y el niño en coma por haber sido lanzado de un terraza es apenas un disparador de otras partes de la trama mucho menos traumáticas, entonces nada de lo que sucede importa realmente. El nihilismo no siempre es la mejor receta para la comedia. Aunque puede serlo si se trata con moderación, una palabra ajena en el diccionario de Tren bala.
El hilo conductor de la historia es el personaje de Pitt, un asesino de alquiler al que su coordinadora apoda Ladybug (vaquita de San Antonio), una ironía dada la mala suerte que él afirma lo sigue a todas partes. Su última misión es simple: subirse al tren en Tokio, robar un maletín y bajarse en Kioto. Por supuesto que desde el comienzo se sabe que el trabajo será de todo menos fácil y que los intentos del sicario por adoptar un modo de vida más zen quedarán sepultados bajo toneladas de balas, patadas, cuchillazos y alguna ingesta de veneno. Enredado en una trama de venganzas varias, conflictos familiares múltiples y la sobrecontratación de sociópatas con corazones de oro, Ladybug logra atrapar la atención del espectador desde la primera a la última escena gracias a la interpretación de Pitt que parece más que dispuesto a reírse de su estatus como actor ganador del Oscar, galán y héroe de acción. Con la experiencia de vida como su arma más letal-algo que el film también tomó prestado del personaje de Keanu Reeves en John Wick del que Leitch es uno de sus productores-, Pitt aporta carisma y humor en cada aparición.
Con verdadero talento para dirigir escenas de acción, Leitch trastabilla cuando acumula explicaciones, flashbacks y guiños alrededor del circo de criaturas que gira en torno al protagonista. Ya sea el dúo de asesinos que usan los apodos de Limón (Brian Tyree Henry) y Mandarina (Aaron Taylor-Johnson), el mafioso mexicano Lobo, interpretado por el músico Bad Bunny, la engañosamente tierna adolescente a cargo de Joey King y hasta una botella de agua ¿esencial? para el relato, todos cuentan con escenas para lucirse y en gran medida lo hacen. Sin embargo, cuanto más tiempo le dedica la película a ellos menos se concentra en el único personaje que permanece un enigma durante todo el film: Ladybug.
A medida que la trama avanza y la imaginería japonesa deja de sorprender para volverse un cliché que bordea en el estereotipo, el guion parece olvidarse de su mejor carta en su afán por incluir la aparición de varias caras conocidas que aunque aportan momentos genuinamente graciosos también dispersan la atención del espectador. Y tal vez esa haya sido la intención de sus realizadores, acumular la mayor cantidad de estímulos visuales, ideas y personajes como para llenar todos los vagones de este tren muy necesitado de un freno de emergencia.