El color del dinero La idea del dinero "como imagen, como traición, como valor de cambio" es la fuerza "lubricante" escondida tras Jerichow, de Christian Petzold, uno de los más reputados representantes (junto a Thomas Arslan o Valeska Grisebach) del conocido como Nuevo Cine Alemán. El film es una pieza de cámara con forma de triángulo amoroso sobre el cual Petzold navega con pulso firme, escudado en su aguda y ultra-precisa puesta en escena, atenta a la más pequeña variación sensorial y atmosférica del relato. De hecho, Jerichow es probablemente la película con la narrativa más sintética, rigurosa y enigmática desde Una historia violenta, de David Cronenberg. En un amago de pseudo-remake de El cartero llama dos veces, Petzold encierra en un entorno rural a tres personajes cuya fortaleza y hermetismo aparente esconde heridas profundas. Sin embargo, más que sobre los traumas y las cicatrices del pasado, Jerichow aviva sus imágenes mediante la apelación frontal a las pulsiones físicas de los personajes (en forma de tensas esperas, rituales de observación, ardientes encuentros sexuales y violentas agresiones). La película, abocada al delicado equilibrio entre el deseo y la razón (una mitología de las emociones), esconde un sinfín de estratos narrativos y temáticos: las tensiones sociales adyacentes al fenómeno de la inmigración turca en Alemania, las formas de posesión asociadas a la prostitución, los instintos explotadores que emergen en contextos capitalistas… Y como una sombra que se extiende por todo el relato, la fuerza del dinero como condición existencial de los personajes. De hecho, en la que probablemente quedará como la frase más locuaz y trágica de este festival, la protagonista, Nina Hoss, aúlla entre lágrimas: "No es posible amar si no tienes dinero". Finalmente, a pesar de los perfiles arquetípicos que asaltan ocasionalmente el relato (la femme fatale, el self-made man, el ex-militar arrastrado por la pasión), la película consigue instituirse como un mecanismo de conocimiento, capaz de rebuscar en el interior de sus personajes sin verter sobre ellos la losa del juicio moral. En un ejemplo de cine audaz, los significados emergen de las acciones, pero las motivaciones de los personajes permanecen intactas.
Esta película la vi en el cierre del BAFICI 2009, y mis opiniones las saqué de las primeras impresiones que tuve en ese momento y plasmé en un blog de mi autoría. Petzold viene de la llamada “nueva escuela de cine de Berlín”, de la que salieron directores interesantes como Faith Akin, que me gusta mas no me fascina, y otros, que personalmente no me atraen tanto como Maren Ade (Entre Nosotros). Petzold se inscribe en la estética depresiva y ominosa de esta última. Ya había visto en el BAFICI 2006 la película Ghosts de Petzold, que tampoco me había atraído demasiado. Un drama adolescente demasiado solemne y pretencioso. Irónicamente, no sabía que Triángulo era del mismo autor. Y el resultado fue decepcionante también. Mientras que algunos críticos se regodean hablando maravillas de este tipo de cine naturalista, pretencioso y mentiroso en cuanto a sus resultados, a mi me sigue siendo esquivo. Sus historias y tratamientos no me llegan. Me resultan forzadas tanto las resoluciones narrativas como las interpretaciones. La sequedad de sus personajes no me resulta atractiva en el contexto que construyen alrededor. Cada crítico o espectador tendrá su mirada, obviamente. Pero yo no veo aquello que otros adulan con tanto entusiasmo. Triángulo. A un hombre le fallece la madre. Viene del ejercito y no le dejo plata. Solo tiene unos euros ahorrados para pagar un deuda a la mafia. Le salva la vida a un distribuidor de comidas turco (con un restaurante similar al del protagonista de Soul Kitchen de Akin) y este lo toma como conductor, aprendiz y hasta como el hijo que nunca tuvo. El problema es que se siente muy atraído por la joven y sensual esposa del comerciante. La atracción es reciproca, y ella le pide un pequeño favor: matar al marido en un "accidente" y ambos vivir felices con su negocio. ¿Suena conocido?. Si, bueno. Lo hizo Rafelson con Nicholson, Visconti, y por supuesto Lana Turner: El Cartero llama Dos Veces, basado en la novela de James Cain. Estructuralmente no presenta ninguna novedad, solo que Petzold hace más hincapié en el drama y el dilema moral del protagonista, que en el clima denso, la tensión y el erotismo de las versiones anteriores. Atrás quedó toda referencia al cine negro, la decadencia de personajes miserables, el contexto socio económico. En esta versión, la cámara es transparente, la estética esta puesta en función de la historia, no hay demasiadas sorpresas y el repentino final facilista, termina por embarrar una película que no empezó mal, que proponía un clima interesante, una lectura diferente, pero que termina en el convencionalismo puro. Las actuaciones no ayudan, tampoco la música. Muy floja. Creo que mis impresiones no son tan erráticas con el paso del tiempo. No me gusta atarme al gusto de los otros ni a tendencias pendencieras de “nuevas escuelas”. Y así como aseguro que nunca fui un defensor acérrimo de la nuevas escuela de cine nacional, tampoco me ato a esta nueva tendencia del cine bárbaro. La escuela clásica siempre es más eficiente y emocionante. Que los nuevos críticos duerman con Petzold y Nina Hoss. Yo prefiero seguir soñando con Lana Turner y Luchino Visconti.
El Triángulo Perfecto Triangulo (Jerichow, 2008) del realizador alemán Christian Petzold (La seguridad interior, Fantasmas, Yella), está inspirada en la novela El cartero llama dos veces de James M. Cain pero adaptada al universo de Alemania del Este tras la caída del muro. La misma formó parte de la apertura del Festival de Venecia 2008 en el que la actriz Nina Hoss, ganó el premio a la mejor intérprete y fue película de clausura en el BAFICI 2009. Ali es un inmigrante turco que ha sabido forjarse una muy buena posición económica en Alemania. Lo ha logrado mediante un trabajo que le demanda una violencia a flor de piel, la que lo lleva a explotar a otros como él, pero de menor posición. Posición de la que también forma parte su esposa, una mujer bella que carga con un pasado turbio. La ruptura de ese delicado equilibrio se produce con la casual llegada de Thomas, un ex combatiente a quien sólo le ha quedado vivir de la limosna estatal. Petzold, al igual que en Yella, construye una película que está impregnada de realidad pero que a través de su puesta parece ser el reflejo de un sueño. O, mejor dicho, de pesadilla. La pesadumbre que recorre el andar de los tres personajes, las tensiones que van emanando, la excelente fotografía que sabe exaltar cada gesto, cada posición del cuerpo, le dan a su film un sesgo trágico que estalla hacia en el final. Tanto Benno Furmann como Hilmi Sozer componen a la perfección a sus personajes. Nina Hoss no ofrece nada menos que ellos, con su presencia queda claro que es una de las mejores actrices del nuevo cine alemán. Triangulo es un relato de intenso dramatismo, aún cuando el aire de El cartero llama dos veces esté más que presente a su alrededor. Film al que, además de la pasión, su director le agrega connotaciones políticas y sociales muy vigentes en la contemporaneidad, logrando un resultado final que roza la perfección.
El cartero llama otra vez Con un estilo sintético y bien meditado, la película que llega con dos años de retraso ensaya una relectura de aquel clásico de James Cain en el que el dinero lleva la voz cantante y donde, otra, vez, las cosas saldrán mal para el trío de Laura, Thomas y Alí. Escrita a la salida de la depresión económica de los ’30, los verdaderos protagonistas de El cartero llama dos veces no se llamaban Frank y Cora, sino Destino y Dinero. Versión libre y no acreditada, ambas fatalidades o deseos siguen siendo eje de Jerichow, opus 5 de Christian Petzold, uno de los nombres centrales en la renovación que el cine alemán produjo en los últimos años. Participante, dos años atrás, de la competencia oficial de Berlín, film de clausura del 11º Bafici, Jerichow es el primer film de este nativo de Westfalia en llegar a carteleras argentinas, reconvertido en Triángulo y transferido de 35 mm a DVD. En línea directa con la tragedia clásica, en la novela magna de James Cain la D de Destino predominaba ligeramente sobre la otra. Hija del siglo del materialismo, en la versión Petzold la que más pesa es, en cambio, la otra D: la de Dinero. “Si no tenés plata no podés amar”, le dice Laura (Nina Hoss, actriz fetiche del realizador y protagonista de la anterior Yella) a Thomas (Benno Fürmann, otro nombre estable de la troupe Petzold), cuando la tragedia se encamina a su último acto. También en sintonía con los tiempos, el marido de Laura no es dueño de una cafetería, como en El cartero..., sino de una cadena entera. Adecuado trasplante a la actualidad alemana, Alí (Hilmi Sözer) es turco y no griego, como lo era el Nick Papadakis del original. Y Thomas no es un vagabundo en busca de empleo, sino un ex soldado vuelto de Afganistán, a quien un acreedor de los pesados le incautó todos los ahorros y lo dejó tirado en el piso. Cuando le da una mano a Alí, tras cruzarse con él de casualidad (el factor estino), el hombre, agradecido, le ofrece trabajar para él. Lo que sigue siendo muy parecido es la pulsión sexual que lleva a Laura y Thomas a exponerse demasiado, aun sabiendo lo celoso y desconfiado que es Alí: el componente autodestructivo. También es la misma la idea que la rubia sediciosa –esclava, también ella, de la falta de dinero– inocula en el silencioso ex soldado. El estilo de Peztold es sintético, meditado y analítico. Autor del guión, el realizador de Fantasmas (2005) da la sensación de tener toda la película en la cabeza antes de rodarla. Nada de improvisación aquí: cada plano debe haber sido cuidadosamente mensurado, tanto en su concepción como en la composición y duración. En un par de ellos pasan trenes al fondo del cuadro. Parece una mera contingencia, pero es en verdad un modo de señalar aquella idea de repetición fatal, que la novela de Cain llevaba en el título. Un picnic bucólico sobre un acantilado a orillas del Báltico no hace más que anticipar, por contraste, la escena final, cuando Laura y Thomas ya se han puesto de acuerdo y nada saldrá de acuerdo a lo previsto. Pero no esta vez por obra del destino, sino de la mera astucia. Petzold acentúa la mezcla de rechazo y piedad que siempre suscitó, ante los amantes culposos –ante el espectador, por lo tanto–, el personaje del marido. El tipo llenará de moretones el cuerpo de la esposa, pero no deja de ser un inmigrante pobre. Consciente, por otra parte, del rol al que la sociedad alemana lo condena. La conciencia, castigo de agonista trágico. “Vivo en un país que no me quiere, con una mujer que compré”, dice, drenando una primera gota de bilis. Vía directa a un final que se toma, en relación con el original, todas las libertades del caso. Drama criminal más en los deseos que en los hechos, en Triángulo no asoma la más mínima representación del orden social, llámese policía, compañía de seguros, médicos o abogados. Parecerían no hacer falta: el dinero, la falta de él, los lazos que genera, tienen atados a víctimas y victimarios. Aunque aquí son todas víctimas, si se lo piensa bien. Los victimarios están fuera de cuadro.
El dinero, motor de la tragedia Christian Petzold dirige con mano segura este film compacto e inquietante Un inmigrante turco cuyo progreso económico se debe a la cadena de quioscos que explota a la vera de una ruta en el desfavorecido nordeste alemán; su esposa, una bella mujer de turbio pasado que no está con él por amor pero lo secunda en el negocio, y un impenetrable y atlético ex soldado que volvió a su tierra natal para el funeral de su madre y se encuentra de pronto sin un céntimo y forzado a trabajar como recolector de pepinos. Basta que el azar los junte para que se insinúe el posible triángulo de trágico final que el cine ya ha expuesto otras veces. Pero Christian Petzold, experto en thrillers que expone con estilo parco y mirada clínica, no se limita a la relectura y reinterpretación de El cartero llama dos veces : bajo el turbio melodrama puesto en marcha más por el dinero que por la lujuria puede inferirse cierto comentario sobre la realidad social de una región de la ex República Democrática donde las huellas del pasado no sólo perduran en el nombre de alguna avenida. Desesperanza En los tres personajes hay soledad, vacío, desesperanza: todos están en los márgenes de una Alemania próspera que les resulta demasiado lejana. Petzold desliza esa visión por debajo del drama que ocupa el centro de la narración y en el que ha introducido sutiles variaciones. En primer lugar, porque trabaja con lenta minuciosidad en la descripción de los personajes, una operación que aplica durante todo el relato para ir suministrando la información poco a poco y asegurar una tensión creciente. Y además, por la carga perturbadora del ingenioso giro que impuso al final. De la relación del matrimonio se tienen claras referencias mucho antes de que Ali reconozca amargamente: "Vivo en un país que no me quiere con una mujer que compré". Ya no es el bufón despreciable de otras versiones sino el personaje más complejo de este trío observado con distante objetividad: ninguno de los tres genera alguna empatía. Ali es un ser primitivo y astuto que ha aprendido a desconfiar de todos y a mitigar sus secretas angustias con el alcohol. El desconocido que un día le tiende una mano se convierte en su chofer y vendrá a alterar la frágil rutina de la pareja: ha luchado en Afganistán, tuvo un final deshonroso en el ejército y un pasado delictivo que derivó en la ruina actual. La mujer, que ha encontrado en el turco una transitoria tabla de salvación, verá en el ex soldado otra vía de escape. Los une el deseo, pero mucho más el dinero: no es posible amar sin él, se oye decir. El formidable trío de actores y la austera precisión del lenguaje de Petzold son puntales de este film compacto e inquietante que excede el melodrama e invita a otras lecturas.
El crimen tiene tres caras Christian Petzold entrega un thriller con varias lecturas. En Triángulo abundan -no sobran- los ismos, empezando por el machismo y terminando con el racismo. Es una historia de perdedores en la que Christian Petzold abreva en el clásico de James Cain El cartero siempre llama dos veces, pero bien que lo reformula. Hay un marido mayor que su esposa, blonda, linda y que planea su muerte, y un recién llegado que se siente atraído y necesita cambiar su suerte. Los integrantes de la llamada Escuela de Berlín, a la que el director de Yella no sólo pertenece: es de sus mejores exponentes, no suelen hacer cine de género. Petzold se lanza al film noir y plantea en profundidad cuestiones que a un espectador atento no se le pasarán por alto. Thomas (Benno Fürmann) regresa del frente en Afganistán con una baja deshonrosa, dice, a la casa de su madre recién fallecida, y debe afrontar deudas. En su camino se cruza Ali (Hilmi Sözer), un turco vuelto empresario de pequeños negocios de comidas al paso, que suele emborracharse y al que le quitan el registro. Le ofrece ser el chofer, armar los pedidos y entregarlos. Su esposa Laura (Nina Hoss, musa del director) lleva la contabilidad. Como Ali es un desconfiado de todos y maltrata a su esposa, la venganza de Thomas y Laura vendría a poner las cosas -en un país donde la inmigración no es un tema menor- en su lugar: el héroe que rescata a la mujer de las garras del malvado extranjero. "Vivo en un país que no me quiere con una mujer que compré", dirá Ali. "Si no tienes dinero, no puedes amar. Eso lo sé", se enoja Laura con Thomas. Pero el desenlace que tiene preparado Petzold lo trastoca todo, resignificando cada pensamiento de los tres protagonistas del triángulo. Ya antes, trabajó las escenas con la dedicación de un artesano, deparando sorpresas en los diálogos que nunca serán forzados, ya que los secretos que fueron guardando Laura y Ali salen a la luz en el momento preciso. Lo que se llama un trabajo de relojería. Triángulo (o Jerichow, como reza su título original) se exhibe en DVD y merecía otra proyección y un mejor estreno. Porque valores artísticos y "comerciales" tiene de sobra. Sería una pena que el público que supo aplaudir a Fassbinder deje pasarla de largo. No se arrepentirán.
La última película de Christian Petzold maniobra con una extraordinaria habilidad ideas de género y narración por un lado, y de introspección y contemplación más ligadas al cine moderno por otro. Triángulo tiene toda la fuerza de un relato construido con firmeza a base de personajes que se revelan sólidos escena tras escena, pero además despliega una mirada que es la de una película netamente contemporánea, que escruta el mundo y sus criaturas pero sin recurrir a lugares comunes ni a psicologismos fáciles. Thomas y Laura son los dos personajes más observados por Petzold: sobre ellos (especialmente sobre Thomas) reposan largos planos que parecen estar a la caza de pequeños tics y nunca de gestos ampulosos o cargados de sentido. Algo parecido sucede con Laura: el guión le ofrece muy pocos resquicios para que se explique a sí misma y a sus actos, y cuando lo hace sus parlamentos no suenan demasiado convincentes y definitivamente no alcanzan a dar cuenta de las decisiones que toma. Laura termina siendo difícil de elucidar: ella, sus aspiraciones y sus deseos se nos aparecen solamente de a fogonazos y casi sin atisbos de psicología. Así, en el triángulo amoroso que se describe en la película de Petzold abundan los silencios y los diálogos breves, y a la par de Thomas, que irrumpe sin quererlo en la vida de la pareja formada por Ali y Laura, vamos aprendiendo a no confiar demasiado en la palabra y a tratar de leer a las personas a través de sus caras y gestos. Lo notable de Triángulo es que Petzold, a partir de este esquema, se las arregla para producir altas dosis de suspenso (elemento que por algún motivo no suele estar muy presente en el cine contemporáneo más intransigente) y la historia nunca pierde nervio, incluso en los momentos más calmos y contemplativos.
“Triangulo” trata la vida de tres personajes atrapados en su soledad, culpa, pasión desesperanza, vacío, que no forman parte de la prosperidad alemana. Thomas (Benno Furmann) acaba de enterrar a su madre, un hombre atlético expulsado del ejercito, con ocupaciones transitoria y muchas deudas para afrontar. Los acreedores se llevan su dinero que tenía escondido en el jardín de su madre y le dan una golpiza. Una vez recuperado se cruza con Ali (Hilmi Sozer), hombre primitivo, astuto para los negocios y desconfiado, cuya única preocupación es que los empleados de los bares de los que es propietario no le roben. Thomas saca de un apuro a Ali en una situación en la cual interviene la policía, la que le quita el registro de conductor por manejar alcoholizado. En agradecimiento lo contrata Thomas como su chofer permanente. Al le presenta a su mujer Laura (Nina Hoss), una hermosa mujer con pasado no muy claro que conforma su pareja muy lejana del amor y próxima a la seguridad económica, situación que trae al recuerdo la novela y las versiones fílmica de “El cartero llama dos veces”. Laura y Thomas se atraen, la relación se hace cada vez mas intensa y planean la muerte de Ali, para que se termine el maltrato que le daba a su mujer y de esa manera para conseguir la libertad que tanto desean. Quieren amor y también seguridad, camino los lleva a la traición. Hay dos frases en esta realización, cuando Ali afirma “vivo en un país que no me quiere, con una mujer que compre”, y cuando Laura dice, “si no tienes dinero no puedes amar.” La base de todo es a base del dinero, convirtiéndose en el cuarto personaje que juega un rol importante en la trama de este triangulo. El desenlace sorprende, induce al espectador a preguntarse si un crimen cabe que ocurra en esta trama. Una historia interesante desarrollada con una trama atractiva y diálogos precisos en el guión, que contó con una muy buena dirección de Christian Petzold, quien contó con un reducido pero muy efectivo plantel interpretativo y un equipo técnico muy idóneo.