Complicada madeja de hilos argumentales
A pesar del buen oficio del realizador a la hora de narrar, su película propone una superabundancia de historias que terminan complicando el relato y confundiendo al espectador, que no termina de tener claro a quién de los personajes seguir.
Si Tutti i santi giorni fuera una sola película sería mejor de lo que es. El opus 10 del toscano Paolo Virzì (de quien el año pasado se conoció La prima cosa bella) hace foco en una pareja de la que no está muy claro si su principal problema es estar desde hace demasiado tiempo juntos y no casarse (no por nada viven enfrente de la sede vaticana), querer tener un hijo (ella, más que él) y no poder, tener talentos desperdiciados, ser una especie de freak encantador e inofensivo (él; ella no), haber sido otros en su pasado (ella; el pasado de él no parece haber sido distinto de su presente) o gozar de unos padres abominables (ella; los de él son un amor). Uno solo de estos temas daba para una película, y es posible que hubiera sido buena, porque Virzì demuestra saber narrar con fluidez, naturalidad, liviandad, sentido del humor, alguna audacia visual y verdadero cariño por sus personajes. Tal vez los guionistas hayan sido demasiados (Virzì + 3) y eso haya dado por consecuencias muchos ejes y poco foco.
Conserje de un hotel NH, en la primera escena Guido (Luca Marinelli) les habla a media docena de rubias azafatas en una suerte de alemán old fashioned, que las hace morirse de risa. Amable, conciliador, caballeresco, con algo de científico distraído, Guido es todo un personaje. Tiene tanta cultura clásica encima que es capaz de recitar, todas las mañanas en el desayuno, vida y milagros del santo correspondiente a ese día. ¿Por qué, entonces, a sus treinta y pico, trabaja de conserje en un hotel? Perché gli piace: dice estar muy cómodo allí, tener tiempo para leer hasta por los codos (leer es la actividad más importante de su vida) y disfrutar de un ambiente que tiene por música funcional a Beethoven y otros clásicos (que de tan repetidos y conocidos llegan a hartar al espectador). Difícil de creer, tanta conformidad de Guido, cuando admite haber rechazado ofertas para dar clases en universidades extranjeras y envidia a su hermano, asesor financiero de Obama (¡!). Conflicto latente que el film no resuelve.
Algo equivalente sucede con Antonia (la cantante conocida como Thony). Cantautora con pasado en grupo de rock, Antonia es una especie de Cat Power latina: le bastan una guitarrita y una vocecita para cantar unos temas fenómenos. En lugar de eso trabaja como recepcionista en una agencia de autos de alquiler. Cuando después de insistirle mucho decide tomar la guitarra, lo hace en lugares inadecuados. Durante una fiesta con unos vecinos que son la galería completa de la grasada italiana (machistas abominables, señoras con más cirugías que una argentina, rubias que parecen salidas de Infama) o en un boliche donde mesas de varones borrachos se ríen a gritos. Pero si algún conflicto manifiesta Antonia no es ése sino el hijo que no tiene. Conflicto que da lugar a todo un eje narrativo que incluye consultas con ginecólogos, terapias alternativas y fertilización asistida. Dos cuestiones tan de fondo son demasiadas, y el espectador no termina de saber muy bien cuál hay que seguir. Para peor, la cosa empieza como comedia y de pronto deriva a un melodrama que aumenta el desconcierto.
Virzì se maneja mejor con la digresión ocasional que con esa clase de dispersiones centrales. Los espectadores que piden “una de Vasco Rossi”, por ejemplo, un pasajero japonés al que le da lo mismo que el hotel provea de chicas o el conserje lo masturbe, una masturbación de Guido (por análisis espermático) en la que no puede evitar recordar al japonés haciendo el gesto característico, el horrible padre de Antonia (miembro de la Camorra, para más datos), el rocker ultranarciso con el que ella formó, años atrás, el grupo Rebeldía Global, la buenísima escena de los varones que, para poder fecundar a tiempo el estimulado útero de sus esposas, deben correr una carrera desesperada en medio de un sanatorio, la imaginaria incursión de Guido al útero de Antonia. Como consecuencia de esos méritos y deméritos, Tutti i santi giorni es una película sumamente agradable, ocasionalmente muy divertida, en la que no se sabe muy bien qué hilo seguir.