Un ratero fuera de lo común
El codirector de El ambulante vuelve a encontrar un personaje curioso, en este caso un experto en “control de plagas” que tiene múltiples adversarios, pero un único enemigo formidable, al que le dedica sus mejores esfuerzos: las ratas.
Mientras apura un asadito con unos amigos suena el teléfono. “Debe ser una de sus ‘chicas’...”, comenta una invitada, socarrona. El llamado es perentorio, hay que salir urgente. Carlos mete su instrumental en un bolso, se coloca la gorra, el uniforme azabache, las botas, y sale disparado hacia su misión, en el mayor de los silencios. Es tanto el secreto, tanta la seriedad del hombre robustón, tan estricto su apronte, que uno no puede menos que suponerlo un cazafantasmas criollo. En medio de la noche y entre calles vacías, Carlos llega a un depósito. Toca sigilosamente la cortina metálica, le abren en silencio, lo hacen pasar. Todo está a oscuras. Carlos indica, con envarada autoridad de experto, que no debe prenderse la luz. Linterna en mano se dirige a un rincón y busca, entre unas cajas con chocolates, signos de la presencia tan temida, ante la mirada algo estupefacta del sereno de noche. Apunta una camarita hacia allí, la apoya sobre el piso, aprieta Play y avisa que habrá que dejarla toda la noche, para captar cualquier movimiento extraño. ¿Movimientos de espectros? No, qué va. Carlos Borghi trabaja, como él dice, de “ratero”. ¿Es chorro? No, cazador de ratas.Así como los peluqueros pasaron a llamarse estilistas, y los vestuaristas diseñadores, a lo que hace Borghi desde hace un tiempo se le dice “control de plagas”. Pero el control consiste en atrapar vivos a los roedores, en jaulas, y hundirlas dulcemente en un tanque de agua, por ejemplo. “Yo combato toda clase de plagas”, piensa Borghi en off, lanzado hacia su próxima misión en la General Paz. “Atrapo culebras, murciélagos, escorpiones, lo que sea. Pero las que me insumen más tiempo, las que me demandan más, son las ratas. La rata es, sin duda, mi enemigo formidable”. Con esa sola palabra, las exterminaciones de Carlos adquieren un relieve casi mítico. No es que el hombre venda humo, realmente lo vive como una causa. Trabajólico y tecno, su hija psicóloga (“Para mí que eligió esa carrera para ocuparse de vos”, le dice un amigo) le recuerda que cada tanto le vendría bien tomarse vacaciones.“Estoy atendiendo lo tuyo”, le anuncia Carlos a un cliente que llama en medio de la noche, mientras él estudia la actividad de las ratas en una compu. “Ya di con la estrategia a seguir”, avisa al día siguiente, con toda solemnidad, tras descubrir que comer mucho chocolate da sed. Para ello se la pasó comiendo chocolates, un poco porque “trato de ponerme en lugar de ellas, de pensar como ellas” y otro poco porque no le disgusta nada hacerlo. El físico rotundo, el andar pesadón, el rostro macizo, hasta la voz seca y pastosa de Borghi recuerdan a Luis Tasca, veterano del cine argentino de fines de los 50 y 60. A Borghi le gustan las frases resonantes. “Me llevó mucho tiempo que me lleve poco tiempo”, les recuerda, en referencia a sus estudios, a las clientas que protestan por tener que pagar tanto por tan poco trabajo. “Esa frase es buena”, le dice un colega. “Te la doy gratis porque sos un amigo”, remata Borghi, magnánimo.Que al realizador, guionista y productor Lucas Marchegiano le gusta el documental de personajes curiosos ya se advertía en El ambulante (2010), por más que se tratara de un film dirigido de a tres. Como en aquélla, Un enemigo formidable no sólo construye una criatura que parece más de ficción que real (allí era, recuérdese, un veterano proyeccionista de cine ambulante, que viajaba de pueblo en pueblo como artista de la legua) sino que el modo en que lo hace, su fluidez narrativa, la técnica impecable, parecen también más propios del cine “de argumento” que de un documental. Puede ser, eso sí, que si a Borghi se le quita la perspectiva que el adjetivo “formidable” le da, devolviéndolo a su crasa realidad plaguicida, el personaje pierda buena parte de su encanto. Pero bueno, para qué hacerlo.