Un hombre en contramano. Esa podría ser una sinopsis de tres palabras para la última creación de los hermanos Coen. No es una historia sobre grandes hechos ni conflictos que deberían resolverse al final del metraje. Es sobre la humanidad misma y todas las convenciones sobre las que se basa nuestra raza.
Tiene como protagonista a Larry Gopkin, un hombre que ha intentando hacer lo correcto toda su vida. Obedeció los principios de la tradición judía, cumplió su trabajo con una moralidad intachable, ayudó a su familia sacrificando su propia comodidad, no cayó en el pecado de la infidelidad, etc. El Señor parece no recompensarle su muy buena conducta: un divorcio en puerta, la traición de un amigo, hijos caprichosos y demandas desafiando sus valores y economía. De esta manera empieza el desmoronamiento de este ser, mientras busca por todos los medios una forma para salir a flote.
La dupla inventora de películas de culto como El Gran Lebowski, Fargo y Sin Lugar Para los Débiles vuelve a brillar con su exquisita pluma. El guión es existencialista. Derriba toda creencia que uno pueda sostener y desequilibra los pilares religiosos que poco sirven en la práctica. Con una dosis extrema de pesimismo, la trama nos muestra un mundo (en la década, se intuye, de los sesenta) sonámbulo y sin certezas que nos invita a reflexionar sobre cuál es el rumbo correcto a seguir: hacer el camino que nos marcan normas preestablecidas o negociar con la decadente realidad.
Terrible sería estar en los zapatos de Larry, pero el absurdo de las situaciones que le acontecen hacen que uno se divierta con su trágico pasar. En este caso, pocas líneas son efectivas para crear una carcajada colectiva, pero en conjunto con las imágenes, la pesadilla irreal que se plantea no deja otra alternativa que reírse ante semejante mundo del revés. Si luego de salir de la sala, uno se detuviese a meditar sobre la profundidad de lo que vio, seguramente el estado de ánimo cambiaría. Pero es mejor reír que lloran, dicen.
El elenco no es conocido y la mayoría de los que lo conforman provienen de la actividad teatral, como el líder Michael Stuhlbarg. Sin objetar la impecabilidad del reparto, lo que sería prudente apreciar es la calidad de la dirección de estos artistas. Pocos cineastas han sabido encontrar intérpretes con características físicas, fónicas y gestuales exactas para cada rol como este clan, quienes luego moldean estas performances a tal punto de lograr una conexión estilística entre los diversos actores que participaron en su legado. Suele notarse con los personajes de mayor edad. En Un Hombre Serio, sin demasiados minutos en pantalla, ellos logran esbozar una risa con tan solo una mirada, un estornudo o con su particular andar.
Tras no haber colaborado en Quémese Después de Leerse, Roger Deakins volvió a ser el director de fotografía de la filmografía de los responsables de El Hombre Que Nunca Estuvo. El manejo de las sombras, que denotar y que tapar de los rostros y escenarios, contribuye al sinfín de simbolismos que yacen en el fílmico. La banda sonora de Carter Burwell, combinado con la canción “Somebody to Love” de Jefferson Airplane, un clásico que aquí sirve de leit motiv, funcionan correctamente. Asimismo, vale destacar la ambientación de la etapa con la escenografía, el vestuario y la caracterización estética.
Con su regreso a la comedia negra, los Coen traen un producto no apto para personas con baja autoestima ni fanáticos espirituales. Un filme al que hasta Ingmar Bergman consideraría depresivo y seguramente estaría en la colección de favoritos de Arthur Schopenhauer.