Un hombre serio es por momentos brillante, inabarcable. En otros algo reiterada.
En tono de comedia satírica, Un hombre serio, comienza con una suerte de cortometraje, en apariencia independiente del resto del film, donde una pareja del siglo XIX se encuentra con la presencia de un espíritu reencarnado. El relato pertenece a la tradición judía de Europa oriental. Esta narración es significante para comprender la película, pues se integra sobre el final, de un modo ciertamente inquietante, en absoluto exento de espíritu burlón.
Fuera de ello, la historia que se cuenta a lo largo del film es la de Larry Gopnik, un profesor judío practicante quien, hacia 1967 y en EEUU, ve derrumbarse su vida, normal, gris, anónima. En momentos en que espera convertirse en un catedrático en la universidad donde trabaja, afloran los problemas con sus hijos, su esposa, su hermano, un alumno chantajista y el increíble amante de su esposa. Todo sucede como parte de una serie continua de acontecimientos normales, encadenados, aunque estancos entre sí. Lo que es habitualmente inverosímil, se hace por obra del talento de los Coen, perfectamente real, como en gran parte de su cinematografía.
Lo que estos realizadores construyen con precisión (y por momentos excesivo énfasis formal), es una mirada ácida sobre esa realidad del medio oeste estadounidense, de clase media, en un momento particular de su historia. Para ello utilizan tanto la construcción plástica como el audio y los códigos actorales. Este último aspecto es notable. La elección de los actores y el modo de actuar, están marcados por cierto falsete, aun cuando muy controlado, y salvado de cualquier pretensión de grotesco. En este sentido el trabajo de Michael Stuhlbarg, el protagonista, es imprescindible, tanto como el de Fred Melamed, el amistoso amante de su esposa.
El arte visual del film, es, siguiendo la impronta de los realizadores, un elemento esencial para sostener la película. Tanto el encuadre, como el tono general y la textura de la imagen, son utilizados para contar esa realidad con sarcasmo, aunque conservando cierta amabilidad con el pobre protagonista.
La clave de acceso a todo aquello que la película pretende problematizar, está en la frase que abre la película: Acepta con simplicidad las cosas que te suceden. El protagonista hará caso omiso y buscará en los rabinos, fuente de sabiduría comunitaria, posibles respuestas. Lo que ellos hacen es darle esas respuestas, aunque las mismas nunca son certeras, nunca útiles, nunca sabias. Mientras tanto la vida fluye, sucede, se desvanece, y allí la voluntad de torcer la realidad parece por momentos inútil. Y lo que los Coen ponen en evidencia, es el modo en que las personas luchan (luchamos) contra esa realidad. Y así hacen de cada uno de los miles de Larry Gopnik existentes, un sujeto risible.
La película está plagada de referencias a la cultura judía tradicional, cuyo conocimiento aporta mucho a la mayor comprensión de los hechos contados. Esto puede limitar la posibilidad de entender a fondo algunas complejidades del relato.
Un hombre serio es por momentos brillante, inabarcable. En otros algo reiterada. Pero por sobre todo, es un trabajo que confirma que los hermanos Coen son autores de una obra que puede mirarse retrospectivamente, y encontrarse en ella claves temáticas y estéticas que se conservan y evolucionan. Un hombre serio puede relacionarse con Barton Fink y Fargo, aun cuando, en mi opinión personal, debe mirarse especialmente en relación con ¿Dónde estás tu hermano?, película imprescindible del cine moderno.