¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Otra joya de metafísico humor negro de los hermanos Coen.
Todo lo que puede salir mal, va a salir mal". La frase, popularmente conocida como "La Ley de Murphy", podría aplicarse también al personaje principal de Un hombre serio y, en cierta medida, a esa mezcla de pesimismo, paranoia y culpa producto de la cultura judía que recubre el filme. Aunque no lo parezca, la nueva obra de los hermanos Coen tal vez sea la película más judía de la historia del cine. No tanto por lo que cuenta, sino por las sensaciones que transmite.
Más allá de que los protagonistas sean judíos -conservadores y practicantes-, lo que los Coen han logrado es transmitir una especie de "estado de la mente" que, si bien no es exclusivamente propio de los que profesamos esa religión, incluye muchos tópicos identificables: obsesión, paranoia, culpa, miedo, confusión y la sensación de que, no importa lo que hagamos (y el esfuerzo que pongamos en la tarea) lo más probable es que salga mal.
A Larry Gopnik le sucede todo eso y más. De a poco, su vida en los suburbios de Minneapolis a fines de los '60 se va desarmando, como una construcción que no se puede sostener más. El cambio es cultural (Jefferson Airplane suena en la radio; una vecina divorciada toma sol desnuda y fuma marihuana) y Gopnik está, literalmente, en el frente de la tormenta.
Larry es un profesor universitario de física que trata de explicar a sus alumnos el Principio de la Incertidumbre de Heisenberg (o bien cómo la ciencia no puede determinar con exactitud ciertos hechos), pero le cuesta conseguirlo. Un estudiante intenta coimearlo para que lo apruebe y de ahí en adelante los caminos se encadenan hacia el cadalso: su mujer lo deja por un colega y él es quien debe mudarse de su casa; sus hijos ya no le prestan ninguna atención y le roban plata (o gastan a su cuenta); su hermano -que vive con ellos- está al borde de la locura y tiene problemas con la policía; su vecina intenta seducirlo, su vecino "goy"se adueña de su jardín, sus jefes empiezan a sospechar de él y así ...
Larry, abrumado, termina recurriendo a "los rabinos" del lugar. "¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto?", quiere saber. Pero los rabinos no resultan tan útiles como supone, con sus parábolas incomprensibles y sus metáforas bíblicas de confusa aplicación. Larry deberá enfrentar el mundo que cambia con las armas que le quedan. Esto es: solo y abandonado (por Dios, la ciencia, el destino) a su suerte.
Los directores de Barton Fink -película a la que Un hombre serio se parece, en espíritu y tono misterioso- han contado varias veces historias de seres bastante patéticos a los que la vida y las circunstancias les juegan malas pasadas, condenados de entrada, bueno, por estar en una película de los Coen.
Aquí las cosas no cambian demasiado en lo narrativo, pero sí en algo esencial: en la curiosa forma de empatía que los directores tienen por el sufrimiento de Larry. Tal vez sea por tratarse de una historia con tintes autobiográficos (y que los toca de cerca), pero lo cierto es que aquí mezclan el humor que generan las desgracias que atraviesa el protagonista con una sensación de tremenda tristeza y angustia por lo que debe soportar.
Un exceso de malicia les impide que la película sea una obra maestra. Pero más allá de esa irrefrenable e infantil misantropía -no pueden evitar ser los chicos más vivos del grado-, los Coen encontraron en su infancia una forma de volver a sus temas más interesantes y a repasar su judaísmo, que aún desde la distancia irónica, es parte fundamental de su ADN como artistas y -uno supone- también como personas.