Estilo inconfundible en la más personal de las obra de los Coen
El último film de los hermanos Ethan y Joel Coen es posiblemente el más personal de ellos. El relato se centra en la vida de un profesor universitario de matemáticas, en la ciudad de Minneapolis a fines de la década de los ´60.
Hay, se podría decir, pues nunca lo afirman, dos supuestas bases de inspiración para la construcción de esta realización, primero la infancia de los directores, judíos y educados como tales, en un recorrido retrospectivo de su niñez, y la segunda posibilidad es que la fuente de “iluminación” sea bíblica.
Así como “¿Donde estas, Hermano?” (2000) estaba claramente basada en “La Iliada” de Homero, esta última producción tiene muchos puntos de contacto con “El libro de Job”, incluido en el Antiguo Testamento. Por supuesto esta referencia en manos de los Coen funciona como parodia del original. Hasta se podría decir que en realidad es una hermosa conjunción de esto con la tan mentada “Ley de Murphy”.
Job era el hombre justo al que le pasan todas las desgracias al que tres amigos le insisten en que nada de lo que le sucede es por azar y termina desafiando a Dios, pues cree que el castigo que le impone es desmesurado. Lo único que recibe como respuesta es que Dios no tiene que justificar sus actos y además no hay respuestas posibles.
Pero no se quedan allí. El relato esta plagado de simbología judía, que trasciende lo meramente religioso y se asienta en parte en el dybbuk, un personaje del folklore judío de mediados del siglo XIX en Polonia y Rusia, pero que tiene su origen a mediados del siglo XVI, y también en los cambios en la comunidad judía de posguerra, con el crecimiento de la vertiente conservadora de la religión judía, alejándose de la ortodoxia, pero todavía lejana a la liberal, iniciada en los EEUU, esto ya sería la parte casi autobiografíca.
Yendo específicamente al filme, anticipado por una frase del Rabi Rashi, (considerado entre los más importantes pensadores e interpretes del Antiguo Testamento), “recibe con simpleza lo que sucede”. La narración se abre con una escena de antología, ubicada en Europa oriental, hablada en yddish, idioma del pueblo judío en el norte de Europa, (el idioma original es el hebreo)
La razones que tienen es para ubicar al espectador en “que estamos hablando aquí”, y presentando uno de los personajes más importantes de la historia,. El Dybbuk, una figura del folklore judío que personifica a un alma en pena, puede ser bondadoso o maligno, un alma en busca de venganza o con una deuda pendiente de su vida pasada, que reencarna en cuerpos de seres vivos para así obtener una segunda oportunidad, que pueden ser otras personas o animales.
Recién después, fundido a negro mediante, el filme tiene su apertura clásica, con los títulos y los intérpretes.
Ahí nos encontramos con Larry, un profesor de matemáticas, al que las cosas le suceden más allá de sus actos o sus “no” actos, ante estas situaciones dramáticas de la vida cotidiana el no reacciona, y estamos hablando de dramas y no de tragedias, hace lo que se “debe” hacer, hasta un recorrido por varios rabinos en busca de consejos. Problemas maritales, con sus hijos referente a la función paterna, un hermano genio en pleno brote delirante viviendo en su casa, problemas laborales, educativos y por si esto fuera poco los cambios culturales que se avecinan.
Pero el texto se universaliza, “pinta tu aldea y pintaras el mundo” reza una frase atribuida a León Tolstoi pero también a Pablo Picasso, y esto es lo que hicieron los hermanos Coen, en el filme y específicamente en los personajes encontramos toda una serie de conductas muy identificables: obsesiones, paranoias, fobias, sospechas, genialidades, estupideces, amor, odio, indiferencia, perversiones, maldades y el destino. .Desde lo estrictamente fílmico, está estructurado en forma clásica, con un montaje lineal, progresivo, algo así como el camino del héroe.
Estéticamente se va adecuando a la época en la que se sitúa la acción, tanto la secuencia inicial ambientada a mediados del siglo XIX, con dominio de los tonos pasteles y el formato cuadrado para la presentación de las imágenes, hasta la historia familiar y personal del protagonista a fines de los sesenta del siglo pasado. Desde la utilización del color en los ambientes y en la ropa de los personajes hasta en el tratamiento lumínico, tanto a los espacios abiertos o cerrados y los personajes, está trabajado en forma empática.
La música merece un párrafo aparte, la canción “Somebody to Love” de Jefferson Airplaine recorre todo el relato, y no es casual, pero también la música litúrgica judía en la voz de Joseff Rosenblatt, que supo ser conocido allá por 1927 como uno de los vocalistas del filme “El Cantor de Jazz”, considerada la primer producción hablada, animada centralmente por Al Jonson., y esto tampoco es accidental, menos en una realización de los Coen.
Como dice uno de los personajes en una de las escenas mas graciosas, “acepta el misterio” se corresponde con el final del filme en forma muy ilustrativa.