Volvieron los Coen de la gente
¿Qué hacer después de un Oscar? Esta es la pregunta que acecha a quienes, tras ganar una estatuilla dorada de la Academia, se plantean qué será de su futuro ahora que ya nada será lo mismo, y las expectativas generales de la audiencia son cada vez más alta. Los Coen parecen tener la respuesta: aceptar la eventualidad de las cosas con simpleza, tal cual reza el prólogo de su nuevo film, Un Hombre Serio.
Si bien con la divertida pero innecesaria Quémese después de leerse, los realizadores de joyas como Fargo y Barton Fink ya habían dado un paso al costado de la oscura complejidad de un film tan celebrado como Sin lugar para los débiles, con Un hombre serio vuelven a transitar el sendero de la comedia negra, ciertamente con mayor puntería que en su anterior obra.
Hay algo, sin embargo, que se repite, pero sin quitarle frescura alguna a la película: muchos de los pasajes más cínicos del film recuerdan la irreverencia de El Gran Lebowsky, a la vez que la temática tan específica inmersa en el mundo del judaísmo puede ocasionar perplejidad ante una narración ensimismada que, al igual que ¿Dónde estás, hermano?, podría dejar afuera a una buena parte de los espectadores.
Con una escena inicial tan misterosia como hipnótica, donde un matrimonio judío ortodoxo se pregunta si se han encontrado con un verdadero dibbuk (espíritu que deambula tomando el cuerpo de un difunto), Un Hombre Serio traslada la acción a la década del ´60, centrando su argumento en la atribulada vida de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg), un hombre al cual todo parece derrumbársele de repente sin que éste pueda comprender porqué esto sucede, mientras que el "Somebody to love" de los Jefferson Airplane suena en las radios e infecta de surrealismo la cotidianeidad de la vida.
El gran acierto de los Coen es haber realizado un film que constantemente lidia con estereotipos cercanos, sin caer en la chabacanería o lo meramente trillado. Larry no es un hombre serio, es cierto, pero tampoco es un inútil perdedor de película, y hasta la denominación "antihéroe" parece quedarle grande. Es, al igual que todos, un hombre más que, de vez en cuando en la vida, siente ahogo y frustración ante la impotencia de no poder evitar una serie de eventos desafortunados, al tiempo que nadie parece escucharle y su Dios parece haberle dado la espalda.
Así, los Coen desde detrás de cámara se divierten y regodean en su eterno cinismo que a veces -como en su anterior película- limita con la total y absoluta misantropía, y parecen con ironía preguntarse si acaso no seremos todos, en el fondo, "hombres serios" como el Larry Gopnik a quien remite el título.