“Acepta todo con humildad” Rashi.
Ambientada en los años ’60, Un hombre serio nos muestra el descenso por una espiral infernal de Larry Gopnik (Michael Stuhlbarg).
Su mujer Judith (Sari Lennik) sólo quiere el divorcio para casarse con Sy Ableman (Fred Melamed), quien trata de consolarlo y convencerlo que este cambio de vida es lo mejor para todos. Su hijo Danny sólo quiere recuperar su radio – confiscada por el rabino- fumar marihuana y que su padre le arregle la antena para poder ver la televisión. Su hija Sarah sólo quiere que el tío Arthur (Richard Kind) deje de drenar su quiste sebáceo y salga del baño para poder lavarse el cabello. Su alumno de matemáticas en la universidad sólo quiere que lo apruebe y está dispuesto a coimearlo, o chantajearlo por coima, si eso no lo arregla.
Y Larry busca a los rabinos de su comunidad para que le den una respuesta acerca de su desamparo existencial. Él sólo quiere entender por qué le suceden estas cosas, no es que quiera evitarlas.
Quizá sea ésta la temática que atraviesa la filmografía de los geniales hermanos: abrir interrogantes que no tienen respuesta. Tanto el prólogo como el epílogo son precisamente un diálogo con el espectador basado en esta misma premisa. Es difícil en un arte como el cinematográfico establecer un diálogo con el espectador en el mismo momento en que se produce el hecho artístico. Algunos directores lo hacen por medio de ciertos encuadres o miradas a cámara que interpelan al sujeto frente a la pantalla. Pero Ethan y Joel Coen lo hacen a través de la propia construcción del relato.
Ya en su anterior película (Quémese después de leerse, 2008), todo parecía rondar en la cuestión del conocimiento – quién sabía qué y cómo se utilizaba esa información. En definitiva los hechos se sucedían y mientras los agentes de la CIA trataban de darles infructuosamente algún sentido, uno intuía que todo el film era acerca de buscar respuestas en vano. Y también, el tono cómico nos llevaba a pensar que se burlaban del espectador, quien trata de hacer con las películas lo que no puede hacer en la vida: entender el porqué de todo.
Aquí estamos frente a la misma agudeza que ya encontráramos en Barton Fink (1991). Absolutamente todos los elementos del film refuerzan esta idea de la búsqueda por respuestas: el Mentaculus pergeñado por Arthur Gopnik, un mapa caótico de probabilidades; las formulaciones matemáticas para el principio de incertidumbre de Heisenberg sobre las que Larry trabaja – no es casual que se aferre a la ciencia con la esperanza de que exista una verdad absoluta donde todo finalmente tiene respuesta, otorgándole una suerte de paz mental; el sueño acerca de una despedida ideal con su hermano Arthur, que termina con el humor más negro posible… cada situación que los hermanos Coen introducen en su relato es una suerte de dibujo fractal, una repetición al infinito del mismo esquema.
Algo es evidente: estos directores no necesitan del star system para que sus historias funcionen – aunque hasta ahora siempre lo había hecho de esta manera. No queda duda de que se trata de un cine de Autor, atravesado por las mismas preocupaciones. Ya sea que lo hagan en tono dramático, o de humor negro, el resultado es siempre superlativo.