Un importante preestreno, de Santiago Calori, cuenta la historia -oral e improbable, aclara el subtítulo- de la cinefilia porteña, que durante años fue un faro para la región. El fascinante recorrido va desde los problemas con la censura y las formas de gambetearla (como los míticos tours cinéfilos hacia Uruguay) hasta la irrupción del video hogareño y la desaparición de las salas de Lavalle y los cines de barrio, que cambiaron para siempre la forma de ver películas. Distribuidores cuentan sus desopilantes ocurrencias para colgarse, con adquisiciones berretas, de los grandes éxitos de la época, o la forma en que trataron de aprovechar el destape de los primeros años de la democracia.
Hay algunos momentos notables, que Calori resuelve con inteligencia y humor desde el montaje. Uno es el caso del estreno de Julie Darling (1983), que el inefable Claudio María Domínguez rebautizó, pícaro, como Déjala morir adentro. Cualquier cinéfilo que se precie debería conocer esa historia, y sin embargo en el cine, frente a la pantalla, la carcajada surge naturalmente por el modo preciso con el que se construye el suspenso.
Hay algo de genuina y hasta necesaria nostalgia en Un importante preestreno, porque lo que se extraña no es una juventud que ya no volverá. Las formas de ver cine cambiaron radicalmente desde de los años noventa, y es difícil no sentir pena por el modo en el que el mercado -con la forma de shoppings, baldes de pochoclo y demás invasores- metió la cola. No todo tiempo pasado era mejor, pero mucha veces ofrecía un encanto que se perdió para siempre.