La experiencia de ver cine
Santiago Calori cuenta desde su lugar, despojado de academicismo, sumadas voces referenciales, para todo aquel que haya escuchado hablar de esa fauna llamada cinefilia, una historia posible de aquel fenómeno, que durante la década de los 60 reunía grupos de personas amantes del séptimo arte y les acercaba el cine más interesante, no como espectáculo, sino como arte en sí mismo.
La dictadura argentina y la censura condenaron a distribuidores y personas de mentes abiertas a cambios rotundos en la oferta cinematográfica y a hacer de ese abanico de opciones europeas un puñado de títulos que superaban las trabas impuestas por el nefasto Paulino Tato, cuya jactancia de crítico y censor a muchos nos repugna, a pesar del contexto en el que se daban los acontecimientos en los que el cine, obviamente, ocuparía un estamento menor a otras realidades de mayor preocupación.
El repaso histórico que va desde la década del 60, con la efervescencia de aquellos tiempos, pasa por el oscurantismo de la dictadura, sigue con la primavera democrática hasta encontrar la decadencia por los cambios de hábito se intercala con voces a cámara de reconocidos cinéfilos como Fernando Martín Peña, Axel Kuschevatzky, el fallecido Fabio Manes -a quien se dedica esta obra- o Bobby Flores, no ligado a la crítica, y refleja la falta de libertad de los espectadores y las verdaderas proezas para tomar contacto fronteras hacia afuera con, por ejemplo, La Naranja Mecánica o El último tango en París.
Sin embargo, y más allá de la anécdota de cada uno de ellos; del ritual de asistir a salas pequeñas y a veces hasta clandestinas, aparece la figura de los distribuidores y su ambigüedad entre calidad y comercio para dar rienda suelta a películas bizarras o de terror, que debían cortar por pedido expreso de la censura de Tato.
La picardía para comercializar películas de dudosa calidad, a veces con sugerido contenido sexual, es una de las confesiones a cámara más jugosas de este simpático documental, en el que se expresa, además la enorme distancia entre aquellas generaciones que aún iban a la sala y lo que una vez consolidado el VHS fue transformándose en otra cosa que hoy por hoy terminó mutando en internet y en algún resabio de ciclos en salas alternativas, donde todos se ven las caras y se conocen por amar la misma pasión.