A partir de un best-seller, Teplitzky lleva a la pantalla una historia anclada en la Segunda Guerra Mundial que, como muchas películas en las que se tematiza este tipo de sucesos, trae emparentado un trasfondo de superación y lucha. Sin embargo, el mensaje de redención que atraviesa Un pasado imborrable impacta en la medida que se trata de una historia real que el director logra potenciar con astucia.
En un tren, como la mayoría de los acontecimientos que atraviesan la vida de Eric Lomax (Colin Firth/Jeremy Irvine), inicia una cálida historia de amor que deviene rápidamente en un oscuro y turbulento recorrido por el pasado sin resolver del protagonista. De esta forma, a partir de permanentes cambios temporales, se hilvanan las memorias de un ex combatiente británico que, apresado por soldados japoneses durante la guerra, es expuesto a macabras torturas. Años después y con ayuda de su mujer Penny, interpretada por Nicole Kidman, Lomax intenta resignificar las traumáticas vivencias que condicionan su presente viajando a Asia en donde se expondrá a sus fantasmas más temidos.
Si bien en la construcción temporal existen desequilibrios en los escenarios construidos como resultado del abuso de secuencias largas seguidas de tomas cortas, las escenas están llenas de tensión y logran por medio de la carga emocional reponer la sutil desconexión narrativa. Asimismo, la variación de climas felices y tenebrosos por los que fluctúa la película es lograda con acierto a través del contraste entre tomas abiertas y focos que, mientras oscilan entre tonalidades verdosas, se contraen hasta cerrarse del todo. Estos recursos, además de brindar un tinte poético, compensan los desajustes espacio-temporales al mismo tiempo que colaboran aportando ritmo al relato.
Pese a la emotividad propia de los hechos contados y al ruido que pueda hacer un “final feliz” atravesado por el perdón y la proclamación de paz interior del protagonista, el relato destaca por su capacidad de conmover sin efectuar un uso vicioso de los golpes bajos que caracterizan los relatos bélicos. Paradójicamente, el director contribuye de esta forma a reforzar el sentido y a mantener en la superficie el carácter verídico de la historia, que de una forma muy respetuosa lleva al espectador aún en los momentos más siniestros a recordar que ese hombre de la pantalla es real. Es por esto que, pese a la ausencia de interpretaciones destacables –aunque no por eso insatisfactorias– así como de grandes despliegues técnicos y fotográficos, Un pasado imborrable se percibe como una película correcta en términos morales pero también cinematográficos a partir del trabajo de Teplitzky.