Una de las cosas más impresionantes de esta película francesa es como evita la mayoría de los clichés del (sub)género carcelario y construye una historia potente y cautivante, que a la vez está recargada con comentarios sociales. Desde Expreso de medianoche, la polémica película de Alan Parker, que una película no me conmovía tanto. No quiero decir que Un profeta sea un drama lacrimógeno, para nada. Pero es una fuerte historia de supervivencia y aprendizaje. Sí: es una historia que creemos haberla escuchado. Pero nunca visto. Y menos así. Malik El Djebena es demasiado joven cuando ingresa a la prisión. No sabemos por qué, y tampoco interesa demasiado. Sólo sabemos que debe pasar unos 3 años, si se porta bien. Pero portarse bien quizás signifique salir antes en una bolsa de plástico. La vida en prisión tiene sus propias reglas y leyes. Nosotros entramos a ese mundo no como seres inocentes, sino como espectadores que de algún modo u otro, sabemos lo que espera. Audiard juega con eso, y a medida que el relato fluye, se permite mostrar pequeños y grandes engranajes que mueven la vida carcelaría. Entre los pequeños, contamos el tráfico de drogas (especialmente en un divertido montaje con música de rap, Corner of my room) y las coimas a los guardias. Mientras que para los grandes engranajes, se necesitan matones fríos y sádicos. Muchachos que no tienen demasiados sesos, porque les basta con el cerebro de su líder. Niels Arestrup, quien trabajó con Jacques Audiard en su film anterior, llena la pantalla con cada aparición. Es el Lord de la prisión. No, el Lord no, es el amo. No sólo controla a los guardias, y aparenta tener mucha más libertad de la que en realidad tiene, sino que escapa a ser sólo una figura temeraria. Sabemos que en el fondo, lo que más ansía es recuperar su vida fuera de los muros. Cuando charla con su abogado, que le informa que todavía tiene un largo tiempo tras las rejas, lo único que acumula es odio. César no es un padrino. No cumple deseos de los demás, sino que los utiliza para sus propios fines. ¿Y qué ganan sus trabajadores? Nada, pero por lo menos no pierden demasiado. El mayor acierto de Audiard es conseguir a la vez un relato de iniciación (en este caso, en la vivencia carcelaria) y destrucción, no de una persona, sino de varias. Asistimos con igual de interés a cada historia, sea principal o secundaria. Vemos, en más de un sentido, crecer a los personajes, y ellos nos importan. La cárcel se divide en dos grandes grupos: los franceses y los árabes. Una de las mejores películas del 2008 también transcurría en una suerte de prisión para adolescentes, y trataba el tema de la interracialidad que convive en el país europeo. Esta película va un poco más allá proponiendo como héroe a un mestizo. Malik es un árabe, despreciado por los franceses y más que nada por su jefe, César, e ignorado por los árabes, que lo creen francés. Un mestizo que sufre de los abusos de sus razas. En ese crisol, él se tiene que conseguir un lugar. Y en este punto difiere y se diferencia de la mayoría de las películas del género. Hay un crecimiento en el personaje, pero es tan sutil que, para cuando empiece a tomar, literalmente, las armas, la transformación es algo natural y no un simple deus ex-machina. Quizás lo que resulte un poco frustrante es el elemento fantástico que tiene la película. Sólo son algunos minutos esporádicos dispersos en el relato general, pero pueden confundir: Malik sueña y habla con su primer muerto. De esos sueños saldrá el título que da origen al film, pero hacia el último tercio descubrimos que el hombre es un profeta, también, por otras cosas. Aunque el protagonista es un presidiario, no todo transcurre en la cárcel. Algunos permisos por "buena conducta" le valdrán salidas para cumplir distintos encargos de su jefe. Cada encuentro que mantienen los dos es tensión pura. Es una relación más de trabajador-empleado que de padre-hijo. Luciani es un hombre de temer, pero uno intuye que algo nervioso está ante la pasividad de su nuevo siervo. "Te ordeno que preparés café y lo seguís haciendo" le incrimina, asombrado, el crime boss. Uno de los aspectos más interesantes de Un profeta es cómo están construidas las secuencias de acción. Los movimientos y las posiciones en las que se ubica la cámara, le otorga realismo y "suciedad" a las imágenes. Uno de los asesinatos del profeta, no sólo es de los más brutales que haya visto hace mucho tiempo, sino de los más memorables. Sufrimos con el protagonista, y los planos están pensados para aumentar la tensión y el suspenso por cada minuto que transcurre. Esta película es demoledora, cruda, e inteligente. Mientras que se puede disfrutar como un relato carcelario, Un profeta esconde varias aristas que permiten varias revisiones. Ni hablar de la química que tienen en pantalla sus dos protagonistas. Basta verlos en el patio, en medio de la nieve, para sentir que las cosas no pueden estar tranquilas por mucho tiempo más.
Este film francés fue ganador del Grand Prize en el Festival de Cannes, estuvo nominado como Mejor Película Extranjera en los Globos de Oro y quedo seleccionado entre las 5 candidatas para los próximos Oscar en el rubro Mejor Película Extranjera. Malik es un convicto árabe-francés sentenciado a 6 años de prisión. A pesar de mantener un bajo perfil, el grupo de los Corsos lo obliga a asesinar a otro convicto, en una escena muy sangrienta. De aquí en mas, Malik consigue la protección de los Corsos y su líder, Cesar, quienes están enfrentados con el grupo de los árabes. Cuando Malik es autorizado a salidas diarias de la cárcel, no solo colabora con los Corsos dentro de la cárcel, sino también en el exterior manejando los intereses criminales del grupo. Pero Malik tiene sus propios negocios con la droga que le van dando poder dentro de la cárcel. Al igual que en otras películas de prisión, se muestra la corrupción, los negocios y la pelea por el control de los bandos. Pero la película cuenta una historia distinta dentro de este subgénero, que puede resultar un tanto confusa con tanto nombre dando vuelta. El film tiene una duración de dos horas y media, y se mantiene interesante aunque le sobran algunos minutos. Jacques Audiard, director de "De battre mon coeur s'est arrêté" con Romain Duris y "Sur mes lèvres" con Vincent Cassel, realiza un buen trabajo de dirección mostrando este mundo entre rejas. Hay muchas buenas escenas, pero destaco la de Malik asesinando a otro convicto y la de Malik asesinando a unos hombres en las calles de París. Tahar Rahim, en uno de sus primeros trabajos, interpreta a Malik El Djebena logrando una actuación muy convincente del joven convicto que va ganando poder. No se si se merece tanto premio y reconocimiento, pero es otra buena muestra del cine francés.
El profeta, una de las obras más premiadas de cine europeo en el último año – Gran Premio del Jurado en Cannes -, está seleccionada como candidata al Óscar como mejor película extranjera, representando a Francia. El tema del film lleva adelante una historia enmarcada en la conmoción social y cultural que provoca la presencia árabe musulmana en el paisaje francés, no correspondida por la apertura de espacios de poder o de decisiones que integren a esa mayoría. De más de cinco millones de musulmanes, dos tienen nacionalidad francesa y la tasa de natalidad aplasta 7 a 1 a la “pura cepa europea”. Ese abismo entre superpoblación árabe y falta de oportunidades, tiene como resultado una fábrica de parias cuya solución se regula abarrotando prisiones. Una bomba de tiempo que reproduce las peores fobias. La película comienza con Malik El Djebena, un joven de 19 años de apariencia enclenque, condenado a seis años de prisión. Se lo ve completamente solo y parece más desprotegido y débil que los demás presos. Malik no sabe leer ni escribir y es el prototipo del perejil inmigrante árabe, víctima de la marginación social y de la exclusión económica. Su notoria fragilidad poco a poco, es compensada por dos características que le salvarán la vida: entender obviamente el idioma árabe - la lengua más hablada en los penales franceses -, y su capacidad para aprender rápido. En silencio, se convierte en espía ideal por interpretar los complejos códigos de las relaciones carcelarias y absorber los demás idiomas que se hablan en prisión. Su capacidad y predisposición le permiten ganarse la confianza del cabecilla de la principal banda liderada por un corso, quien le paga con protección y algunos privilegios. Este personaje funciona en el film como prototipo del poder occidental: es minoría, maneja los hilos del penal; usa, desprecia y subestima la capacidad de los musulmanes pero de a poco verá perder su influencia, e irá en franca decadencia. El título del film, Un profeta, traza la línea espiritual de Malik (interpretado por el notable, debutante y multipremiado actor Tajar Rahim), que alude a un sentido socavado elevando el contubernio criminal a un nivel alegórico por el proceso evolutivo del personaje. Malik entra a la cárcel siendo un pobre diablo, analfabeto, delincuente de poca estofa y se convierte en poseedor de un imperio basado en el narcotráfico de hachís. Inversamente, el corso capomafia ve escurrírsele el poder a manos del Malik, el “inferior” árabe. Desesperado, le espeta lo que le dicta su sangre occidental: Es gracias a mí si sueñas, si piensas, si vives… Si es eso lo que creen, ¡cuidado, franceses!, El profeta, una gran película moral, dice: no saben leer, balbucean el francés pero aprenden rápido, parecen tontos pero no lo son, si son serviles lo hacen por conveniencia, saben planear sus propios negocios y si no manejan lugares de dominio... pronto lo harán. Además, se multiplican a escala geométrica, saben interpretar las tramas de los márgenes, de los suburbios, son mano de obra legal e ilegal de Europa, pueblan cárceles, escuelas y también caminan por el centro de Paris. De a poco perciben que son el profundo motor del país. El director del film, Jacques Audiard, es en función de su trayectoria - Lee mis labios (Sur mes lèvres, 2001) y De latir mi corazón se ha parado (De battre mon coeur s'est arrêté, 2005), un enamorado del cine negro que oscila en su vertiente americana y francesa. El Profeta mantiene esa identidad de cine bipolar aunque se permita pequeñas digresiones que embellecen la propuesta narrativa y que sumerge, desde el punto de vista estético, en una atmósfera asfixiante acorde al tema del film. Para el cine francés no es una novedad que la migración árabe en Europa sea una amenaza. Así también lo demuestra otra película premiada de Cannes, ganadora de la Gran Palma de Oro, Entre los Muros. Este film ambientado en una escuela suburbana de Paris también apunta a la variedad inmigrante y al valor del conocimiento lingüístico dominante. Desde su título se desprende una imagen claustrofóbica: “entre los muros” como la expresión diagnóstica de una vida confinada al encierro, de una infancia moldeada por la carencia y la represión, de unos cuerpos definidos por el espacio en que se hallan. Así la cámara no filma más que los límites internos de tal espacio: el aula, la sala de profesores, el patio, otra vez el aula, la celda, el patio… todo es celda. El Profeta y Entre los Muros son, al fin, películas con fuerte contenido moral donde el mensaje, puertas afuera dice: “nos invaden, los necesitamos y los odiamos, y no sabemos qué hacer” y puertas adentro dice: “sobrevive el más vivo como en una selva”. Pero el cruel aprendizaje de la supervivencia de ser extranjero en toda tierra, significa sufrir y tratar de sobreponerse al rechazo y a la humillación que le infligen los otros, es decir, de todos aquellos que no son “yo”. El film de Audiard compite con El Secreto de tus ojos el próximo 7 de marzo. Creo que su profundo andar en un conflicto “tan” europeo, “tan” francés, atenta contra sus posibilidades de ganar la estatuilla en Estados Unidos. Las especulaciones terminan este domingo y con ellas, El profeta supongo también se juega su destino en las salas argentinas.
El hijo pródigo Cuando una película lejana a las fronteras estadounidenses comienza a tener un ritmo similar a los productos salidos de la que alguna vez fue la cuna del cine, o intenta recrear los ambientes y recursos que consagraron a Hollywood como el epicentro del séptimo arte, no puede quedarse asi nomás sin ser advertido con un llamado de atención. Ahora, cuando lo hace con categoría, como pasa en Un prophète, se acepta. Digan lo que digan algunos críticos académicos, esta película no tiene un guión perfecto. Y digan lo que digan, no es la gran obra maestra que tanto auguraron. De hecho, el protagonista no demuestra en ningún momento ser ese tal "profeta" del que se jacta la cartelera. Entonces, ¿qué agrada, qué compra, qué impacta de esta cinta dirigida de manera pulcra por Jacques Audiard? Casi todo. Suena contradictorio, pero precisamente ese es el único gran defecto de esta cinta francesa tan galardonada alrededor del mundo. Todo empieza bien, con un jóven de 19 años que empieza a cumplir una condena de 6 años en un hotel cinco estrellas... quiero decir, en la cárcel de París. Hasta ahí venimos bien. Luego de una hora de película, donde se destaca la memorable e impactante escena de la prueba de valentía por la que pasa Malik El Djebena (muy buena actuación de Tahar Rahim) para entrar al círculo de los intocables del patio del spa carcelario, todo comienza a trastabillar con un guión que quiere abarcar más de lo que puede y una dirección que intenta hacer un collage de recursos que le expliquen de la forma más explícita posible a un subestimado espectador que tendrá que soportar el nombramiento de cada personaje supuestamente relevante en la historia, así como una banda sonora erráticamente americanizada y un montaje no muy acertado. Más allá de eso, el film se aprecia con sutileza y buen gusto, como el cine francés siempre nos acostumbra, sobre todo en su año salvataje, como lo fue el 2009. Este mal calificado drama carcelario (es difícil asignarle un género), se disfruta por su tenacidad, su grado de realismo, su crudeza y su ritmo intenso, que hacen que las interminables dos horas y media de metraje justamente no sean interminables, sino más bien llevaderas. El que se tome tan en serio a la película como ella misma lo hace, va a poder negociar con el reparto bilingüe, la fotografía tan artística entre tanta desprolijidad decorativa y la variedad de situaciones por las que pasa el protagonista, que hacia la mitad de la cinta se va transformando de una manera sorprendente, digna de resaltar. Dos cosas para tener en cuenta: una, la crítica al sistema penitenciario europeo (a esta altura, vamos a generalizar, para no quitarle mérito a otra grande del género, como lo es Celda 211), bien explícita y mordaz en su contenido icónico-metafórico; otra, la importancia de la educación expuesta por los guionistas, Audiard y Thomas Bidegain, que dejan grabado a fuego el mensaje valiosísimo sobre el peso de un delincuente con título sobre uno criado en la calle. Por esto último, el eje de la historia roza la discriminación y la segregación, ya que hace demasiado incapié en las diferencias idiomáticas de las que se valen los personajes para marcar el territorio. Por suerte no llegan tan lejos, pero están cerca. Párrafo aparte se merece en su actuación Niels Arestrup, quien se encarga de personificar al malo malísimo César Luciani, uno de los mejores villanos de los últimos años. La ambigüedad moral del personaje desdibuja un poco el rol que juega en la trama, pero su peso radica en las miradas, las órdenes que da y los movimientos con los que marca el tempo del metraje. Rahim, si bien está muy bien en su papel, queda como un mero aprendíz de actor al lado del peso pesado de Arestrup, tanto en la actuación como en el desarrollo de los personajes en la ficción. Si están dispuestos a sentarse por dos horas y medias a ver como un delincuentón casi analfabeto se convierte en el hijo pródigo de la mafia francesa (o por lo menos lo intenta, a su manera), les recomiendo esta película. El que respeta demasiado obras como Remanzo criminale, Scarface o The Godfather, también la recomiendo pero están advertidos.
Después de su exitoso paso por el festival de Cannes en el 2009 (gran premio del jurado) y la nominación a mejor película extranjera en la última edición de los Oscars, Un profeta, un drama carcelario y un retrato multicultural de la Francia contemporánea que transcurre en una prisión como si se tratara de un vecindario, ha recibido excesivos elogios y un consenso crítico que, como todos los consensos, resulta sospechoso. Para los francófobos, esos que piensan que el cine galo es pesado e intelectual, Un profeta les resultará liviana y accesible. Jacques Audiard habla en francés, pero filma en inglés (algo similar a lo que ocurre con Campanella). Su película refleja sus predilecciones e influencias. Si en Un profeta no se hablara en francés (y en árabe), bien podría ser un filme de Michael Mann o Martin Scorsese. Su historia es lineal: un joven de 19 años llega a una cárcel. No es todavía un criminal profesional, pero su primera misión en prisión, impuesta por presión de la mafia dirigida por un corso, es asesinar a un árabe cuyo fantasma aparecerá cada tanto. Si bien Malik aprenderá a leer y a escribir, como suele suceder en ese invento perverso llamado penitenciaría, su aprendizaje pasa por perfeccionarse en el delito y comprender el funcionamiento y las mallas del poder que conectan la vida en la celda con el mundo libre. Quienes lleguen por el título podrán creer que se trata de un filme sobre misticismo o religión. Si bien entre muros existen varias tribus, y los musulmanes, una entre éstas, rezan y cantan, una misteriosa premonición de Malik explica el título, una secuencia en la que se puede constatar el límite cinematográfico de Audiard, capaz de combinar un sonido seco y un ralentí para ilustrar una profecía intrascendente. Ver un cuadrúpedo volando por el aire es visualmente atractivo, aunque la puesta en escena de Audiard es siempre esquemática y enfática. Que nuestro héroe en su día “libre” pueda tomarse un avión a Marsella es similar a imaginar a un canario escapando de su jaula como símbolo de libertad. Un profeta se sostiene en su intérprete, Tahar Rahim, pues, como sucede en muchas películas más o menos intranscendentes, constatar la transformación en pantalla de la vida de un personaje no es un logro menor, algo que Audiard y su actor principal alcanzan a plasmar a lo largo de toda la película.
Profecías desde un mundo caído Es una pena que se reitera la de tantos títulos que no conocen exhibición comercial, aún cuando podría haberse augurado lo contrario. Tal es el caso de Un profeta, último film del francés Jacques Audiard (El latido de mi corazón, Lee mis labios), que arrasara con los premios César del último año, ganara el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes, y obtuviese su nominación al Oscar en el rubro Película Extranjera. Un profeta traza el recorrido penal de un convicto árabe en suelo francés. Malik El Djebena (soberbiamente interpretado por Tahar Rahim) es bisagra de un submundo corrompido, que conoce reglas alternas, solapadas por el manto social y policíaco. Anclaje entre sí -su soledad y los corsos, quienes lideran a través de César Luciani (Niels Arestrup) el mundo carcelario. Un ir y venir de directivas que desnudan, de a poco, el funcionar hipócrita muros para adentro. Por un lado, Un profeta es no lugar asignado a los inmigrantes en territorio francés. La sociedad negada y reencontrada en la cárcel. Es en este sentido que algún discurso de Nicolas Sarkozy dejará escucharse, suficientemente, de boca de una periodista televisiva. Por otro lado, el micro mundo carcelario es parábola de segregación étnica, que recuerda situaciones similares a las que ya expusiera el realizador norteamericano Spike Lee en películas como Fiebre de amor y locura (1991) o la notable Haz lo correcto (1989). Es así que la marginación no sólo es asumida sino también practicada entre los mismos segregados. Por ende, Un profeta es un film violento. No puede ser de otra manera. Malik buscará -si bien, obligadamente la protección de César. Un bautismo brutal será el portal de ingreso. A partir de allí, más obediencia y sumisión, mientras Malik obtiene, entre insultos y humillación, salidas diarias y un plan personal que irá cobrando forma de manera gradual. Es esta gradación la que Audiard maneja tan hábilmente, porque es allí donde radica el entramado argumental y su narración. El espectador podrá hilvanar de forma paulatina, durante los 155 minutos del film, el proceder de Malik: ¿Hacia dónde se dirige? ¿Sus insultos son reacciones de impotencia o juramentos? ¿Alucina o predice? Allí el vínculo con el título del film, semblanza árabe en la que las visiones confluyen en una supuesta predestinación. Malik como traidor en uno y otro bando, como gestor de delirios místicos que no sabe muy bien qué significan o si realmente los soñó o si solo los recordó como simples déjà vu. Poca importancia tiene lo cierto de todo esto, siempre y cuando funcione como entramado de fe, como raigambre que unifique y perpetúe lo mismo de siempre, sistémicamente, en una cárcel que opera como engranaje sustancial de una sociedad igual de corrupta.
Un Profeta es un drama carcelario que fue nominado a Mejor Película Extranjera en la última edición de los Oscar y la historia siguiente es conocida, ya que perdió a manos de El Secreto de sus Ojos. Lamentablemente la distribuidora Columbia mandó directo a DVD esta gran propuesta que nos muestra como un muchacho crece en la prisión. Cabe aclarar que Cinesargetinos.com hizo un interesante articulo donde se demostraba que ésta era la distribuidora que más tarda en estrenar las películas en nuestro país, a diferencia de los Estados Unidos. Malik El Djebena es árabe-francés y pasó casi toda su vida en las cárceles para menores, pero al cumplir la mayoría de edad debe ser trasladado a una prisión común, donde deberá encontrar la manera de subsistir. Allí el capo de ese lugar le ofrecerá una complicada oferta que implica un trabajo difícil de realizar, pero más complicado es rechazar dicho ofrecimiento. Malik deberá asesinar a un testigo que se encuentra preso esperando su momento para testimoniar en contra de alguien cercano a César, el jefe de la cárcel. El Djebena logra su sangriento cometido y poco a poco va posicionándose en un lugar que al comienzo le era muy hostil y difícil de aguantar. Este drama carcelario se caracteriza por la crudeza con la que afronta un tipo de historia que siempre, a priori, resulta interesante. Un Profeta está dividido en distintos capítulos, donde las primeras divisiones tienen una intensidad y credibilidad brillante que muestran como Malik va subiendo en la organización que tiene montada Cesar dentro de dicha cárcel. En los capítulos posteriores el relato decae un poco, pero no por eso deja de ser una historia altamente atrapante. De hecho los últimos 20 minutos son dignos de ser subrayados por tener una demoledora tensión y violencia realmente impresionantes. Sinceramente una película de estas características, donde el protagonista aparece todo el tiempo en escena, es imposible que se mantenga sin una actuación destacable. Aquí Tahar Rahim lleva adelante una brillante labor, donde uno vive junto a él cada piedra que sortea para convertirse en alguien con poder dentro de ese lugar al que uno asiste de la mano de este tipo de films. Es imposible mirar Un Profeta y no ponerse en el lugar de El Djebena, gracias al creíble laburo de Rahim y la mano de su director Jacques Audiard. Un Profeta es un excelente drama donde el realismo del relato, la intensidad y las actuaciones dan como resultado un film carcelario muy recomendado que me hubiera encantado disfrutar en el cine.
Exhibida en el Panorama de Autores, del 24º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, la nueva película del director francés Jacques Audiard (Lee mis Labios, El Latido de mi Corazón) abrió ayer la “Semana del Cine Europeo” en el marco del evento Ventana Sur, que se realiza en Buenos Aires durante este último fin de semana de noviembre. Para presentar la película asistió Thierry Fremaux, productor ejecutivo del Festival Internacional de Cine de Cannes, donde la película se llevó el Gran Premio del Jurado. A pesar de que los primeros minutos remiten a un típico drama carcelario, cuyos mejores ejemplos que recuerdo en este momento son las películas argentinas: Leonera y Unidad 25 (el primer plano es exactamente igual al de la película de Alejo Hoijman), Un Profeta, es mucho más compleja e inclasificable. Se podría decir que tiene puntos en común desde Sueño de Libertad, tanto como de El Padrino o Buenos Muchachos. El argumento gira en torno a Malik, un muchacho de orígenes árabes que es condenado a 6 años de prisión, según se da a entender, por agraviar a un policía. Desde un principio Malik va a ser objetivo sexual de uno de los presidarios, y a la vez, será usado por los custodios, en el rol de sirviente. Todo cambia, cuando los ojos de César, un poderoso mafioso, que maneja a todo el mundo (presos y custodios) dentro de la cárcel (y también fuera) se posan en Malik, para servirle de verdugo de un testigo que cumple condena, contra un policía corrupto amigo de César. Malik, cumple con el objetivo (acá aflora el homenaje al clásico de Coppola) y pronto se empieza a convertir en mano derecha y hombre de confianza del mafioso. Audiard muestra la evolución de un criminal de poco monta, hasta convertirse en un sujeto importante dentro de la cárcel. Atrapante, asfixiante, tensionante, fantástica desde todo punto de vista, Un Profeta combina elementos del film noir, el policial francés más el genero mafioso de forma extraordinaria. El prácticamente novel, Tahir Rahim, logra un trabajo descomunal, poniéndose la película en sus hombros; apenas un gesto, una mirada, una frase son suficientes para justificar la elección de Audiard. Acción, violencia y crudeza sin tapujos, pero sin regodeos. El director decide no hacer bajadas de línea demasiado obvias sobre el tema de la inmigración ilegal en Francia, pero tampoco evade el tema, al mostrar como viven las diferentes comunidades. Ya sean italianos, irlandeses, griegos, rusos o principalmente árabes. Sutilmente hace hincapié en la discriminación, pero nunca cayendo en la solemnidad o la corrección política. La elección de Audiard es no abandonar el género. Pronto el protagonista se gana al espectador, que vive y sufre en su piel. Trata de razonar como él. Puede ser que tantos personajes secundarios con los que se va relacionando, terminen abrumando, pero la tensión mezclada con leves toques de humor e ironía son tales que el relato nunca decae durante las dos horas y media de proyección que sobre el final parecen quedar cortas. Audiard es un gran narrador, y como excelente guionista sabe crear personajes tridimensionales, que sienten, que dudan, que tienen más de una cara. El elenco secundario ayuda a generar esa credibilidad necesaria para acompañar al protagonista. El punto fuerte de la película es que aún teniendo un protagonista moderno, es muy clásica en su concepción estructural. Y sólida. No le falta ni sobra una sola escena. El ritmo es tan arrollador que uno quisiera ver más. Pero Audiard, inteligente, la sabe terminar con un final soberbio, antológico, memorable e incluso sorprendente, por lo efímero pero efectivo. Esos que quedan grabados en la retina del espectador. Implacable a nivel visual, Audiard combina largos planos secuencias con cámara en mano, con escenas de primeros planos y montaje constructivo. Miradas, diálogos filosos, que esconden otras palabras, sutilezas narrativas que sirven para explicar con imágenes simples, elementos que en términos discursivos quedarían redundantes. Cine básico. Para encasillarla aún menos, Audiard le imprime una sutil cuota onírica – fantástica, que justifica el título y ayuda, a que la narración cierre perfectamente. A esta altura, es indudable que Jacques Audiard con Un Profeta se corona como uno de los Maestros del nuevo cine francés.