Nos compramos un zoológico. De alguna manera tengo que paliar la muerte de la madre de mis hijos y esta aventura (de todas las que viví) parece ser la más arriesgada
Nos compramos un zoológico, no importa que ningún espectador sepa de donde salió la plata, lo que importa es que en medio de esta crisis que atañe a mi país (Estados Unidos), la gente vea que todavía se puede ir tras el sueño americano y que no todo está perdido en la tierra de las oportunidades. Total todavía queda guita en el banco.
Nos compramos un zoológico. ¿Que otra manera extrema hay de fortalecer los lazos familiares sino sacando a los chicos de su hábitat natural (incluidos sus amigos)?
Nos compramos un zoológico. Lejos de casa. Ese lugar en donde todavía el recuerdo de mi amada esposa y devota madre sigue vivo en todos los rincones. A enterrar el pasado se ha dicho. Y a otra cosa.
Un argumento como este es sólo sostenible desde Hollywood, y desde el país más poderoso del planeta atravesando la clara decadencia del sistema capitalista (al menos si se sigue lo planteando ante al mundo de esta manera)
Hechas todas las lecturas (acaso improcedentes) que se me ocurrieron al terminar la proyección, “Un zoológico en casa” se la disfruta desde principio hasta el fin. No sólo porque nunca reniega del discurso en donde se posa; sino porque redobla su apuesta en función de ir a fondo con su propuesta. Los valores de una sociedad sólida (bien o mal entendidos) empiezan por casa. Y es exactamente donde el guión de Aline Brosh McKeena y Cameron Crowe (basados en el libro de Benjamin Mee) hace hincapié: Las relaciones familiares.
Ben (Matt Damon) ha sido un aventurero toda la vida. Ha hecho cosas que ninguno de nosotros haría en muchos años, pero ahora se enfrenta a una viudez prematura y a cargo de los chicos que tenían un evidente anclaje emocional en su difunta madre.
Luego, decide mudarse del lugar común para comprar una propiedad con la dificultad de ser una especie de mini zoológico, cuyo dueño anterior (también difunto) dejó establecido a sus herederos que la pueden vender, pero a condición de que el futuro comprador se haga cargo de todos los animalejos (y del staff de especialistas) no pudiendo, en ningún caso, destinar la propiedad a sembrar...soja, por ejemplo.
Así, Ben encara su última misión que es la de fortalecer los lazos con sus hijos Dylan (Colin Ford, un muchacho con muchas condiciones) y Rosie (encantadora Maggie Elizabeth Jones), a riesgo de perder todo su respeto (además de toda su plata) en una empresa, como mínimo, imposible: reflotar el Zoo y vivir de su explotación.
Entretanto conocerá al staff permanente del lugar, cuatro o cinco personajes, entre los que se destaca Kelly (Scartlett Johansson) como la jefa, en definitiva la mujer que planteará la posibilidad que Ben de también su vuelta de página emocional.
Cameron Crowe, el realizador de “Vanilla Sky” (2001) y “Elizabethtown” (2005), deja en claro desde el minuto uno que no habrá personajes conflictivos ni antagónicos como en sus producciones anteriores, salvo por el inspector municipal de cuya última palabra depende la habilitación del lugar para los turistas (alguna dificultad tiene que haber).
Esta comedia familiar sólo transita por el agradable camino de solucionar un problema a todos juntos y en eso reside su mayor virtud. En ningún momento el discurso socio-económico deja de estar presente, porque Duncan (Thomas Haden Church), hermano de Ben, viene a oficiar como el contador bancario que a cada rato recuerda a su hermano de la locura financiera en la que está a punto de meterse, sin que esa razón (y vaya si tiene fundamentos en la USA hoy) signifique renunciar al lazo familiar que los une.
El realizador, con un gran timing para manejar la relación intrínseca que se da entre el ser humano y el mundo animal, deja fluir la historia acompañada por la inocencia infantil de Rosie y el descubrimiento del amor de Dylan cuando conoce a Lily (Elle Fanning (ya una actriz para tomar en serio, recordada por su presencia este año en “Super 8”). Todo enmarcado en una dirección de fotografía (Rodrigo Prieto) que logra momentos muy interesantes cuando los encuadres buscan disfrazar una naturaleza ficticia (es un zoo cerca de centros urbanos), y la compaginación de Mark Livolsi que da lugar a extender un par de segundos algunos planos de los actores que aportan a la expresividad que requiere el momento. El ejemplo contrario sería “Una noche en el museo” (2006) donde la relación padre-hijo queda desdibujada por los efectos especiales.
“Un zoológico en casa” es una producción que por no plantear conflictos narrativos reales podría caer fácilmente en superficialidades, o situaciones melodramáticas, sin embargo la discusión entre Ben y su hijo (por poner un ejemplo) dan cuenta de una gran dirección de actores. Acaso el elemento fundamental en donde se apoya esta agradable comedia familiar con la que Hollywood cierra bien un año flojo en esta materia.