Un triste tigre
Que Cameron Crowe es un buen constructor de diálogos, ya lo sabemos. Y aquí le alcanza un poco de su pluma para sacar adelante algunos pasajes de Un zoológico en casa. Mejor constructor de diálogos que director: Crowe -que goza del beneplácito de cierta generación cuarentona gracias a la regular Casi famosos- como director es de esos que ponen la cámara y listo, sin demasiados lujos en el encuadre y sin saber muy bien para qué utiliza la imagen. Esto pasaba tanto en sus mejores películas (Jerry Maguire) como en las peores (Vanilla Sky), a Crowe le interesa el decir y su simbolismo: “¡show me the money!”. En ese plan, aquí tenemos ese final con árbol caído y manos que se enlazan, como cima del simbolismo de manual. Ante esto, me atrevería a decir que es un mejor constructor de diálogos que guionista. Pero hay otra cosa que al director le interesa, y es contar con los actores clave para el rol que les toque protagonizar, que sepan decir esas líneas que él tan amablemente elabora. Y ahí es donde entra a jugar Matt Damon, quien junto a Thomas Haden Church y John Michael Higgins hacen su juego de detalles para que la película crezca un poco por encima de la medianía a la que ella misma se somete: algunos desde la pulcritud y la supresión de guiños (Damon), otros desde la más pura comicidad (Haden Church) y otros desde la exageración divertida y la caricatura digna (Higgns).
Que Matt Damon es un excelente actor, ya lo sabíamos. Este año debe ser uno de los actores que más apareció en pantalla, con la particularidad de que inauguró el año allá por enero con Más allá de la vida y ahora lo cierra. Tanto en estas dos películas, como en Contagio o en Los agentes del destino, se puso a disposición de su personaje, aportándole los elementos que el film requería, sin tomarse protagonismos desmedidos ni aparecer en escena al grito de “eh, soy Matt Damon”. Ya sea la pesadumbre del film de Eastwood, la flagrante fantasía de Los agentes del destino, la pasividad de la de Soderbergh o el naif Ben Mee de Un zoológico en casa, todos contaron con la amabilidad de un actor que día a día parece más sólido y sereno. A veces me siento como aquel personaje de Virgen a los 40, que mirando en la tele una escena de la saga Bourne, se da cuenta que no sólo es un blandito que puede hacer de noviecito ideal, sino que es un gran actor y con una presencia clásica. Y básicamente es su presencia la que hace que esta película de Cameron Crowe pueda ser tolerada, aceptada como el cuento blanco y familiar que es: el de un tipo que larga todo en su vida y se abandona a la suerte de un zoológico, esperando que ese nuevo emprendimiento lo modifique y mejore de alguna manera. Damon lleva estas dos horas sobre los hombros con bastante hidalguía.
Crowe y Damon se toman Un zoológico en casa más o menos como una cruza entre el cuento a lo Capra y el trabajo en equipo a lo Hawks, pero definitivamente como una forma de volver al Hollywood clásico, ese de las buenas personas poniéndose objetivos superadores, y cómo todo termina cerrando en un final feliz y americano. Y lo hacen de manera desvergonzada, con una intrusión excesiva de la banda sonora, con una búsqueda constante del golpe emotivo, con una apelación a las lágrimas del espectador en las 400 líneas narrativas que propone. El problema de Un zoológico en casa es que el cine no se inventó hace dos semanas y todo lo que la compone no son más que lugares comunes. Y ante esto, Crowe no tiene mejor idea que arrodillarse y avanzar fielmente en su calvario de emociones primarias, sin siquiera reflexionar sobre el dispositivo que hace funcionar su narración. Pero esto también tiene una parte positiva: Un zoológico en casa es una película cristalina en su desfachatez por acumular emociones, es grasa con consciencia y en eso no falla, lo hace con una lógica inquebrantable, pero exige un público que ingrese en su mundo y lo acepte tal cual es. Y en su abanico de emociones epidérmicas, permítanme sincerarme y reconocerles que hay una subtrama, la del tigre Spar y su depresión crónica, que me emocionó porque logra hacer brillar esa desfachatez exacerbada de la película toda y a la par elabora su reflexión más interesante: por más cambios que intentemos en nuestra vida, cuando duele, el dolor permanecerá allí. Un zoológico en casa está tan concentrada en su nivel de berreteada, que incluso se permite algunas ideas no descartables.